Wednesday, November 29, 2006
Un insensato oyó que el Buda predicaba que debemos devolver bien por mal y fue y lo insultó. El Buda guardó silencio. Cuando el otro acabó de insultarlo, le preguntó: "Hijo mío, si un hombre rechazara un regalo, ¿de quién sería el regalo?". El otro respondió. "De quien quiso ofrecerlo". "Hijo mío", replicó el Buda, "me has insultado, pero yo rechazo tu insulto y éste queda contigo. ¿No será acaso un manantial de desventura para ti?". El insensato se alejó avergonzado, pero volvió para refugiarse en el Buda.
La corrida
Se me ha antojado darte un palmazo en la nalga. (¡Au!). Pedro se avergonzó de inmediato al ver la cara entre sorprendida y enfadada de Petronila. José, que estaba en la parte delantera del micro, vió belleza en los dos niños con los cachetes rojos y los ojos bien abiertos y brillantes. Les tomó una foto y sintió enseguida la fuerte mirada de Luis, quien vió en José al pedófilo que había abusado de él y no solo lo pensó sino que murmuró: maldito pedófilo. Miguel, sentado a su lado, pensó que lo habían descubierto y que tal vez se había caído la foto de su billetera así que gritó: ¡Baja, baja! y se fué corriendo.
Tuesday, November 28, 2006
Cuento 5
Había una vez un esplendoroso palacio en un hermoso lugar, en lo más profundo de los mares donde vivía el Rey de los Mares junto con sus seis lindas hijitas. Sirenita, la más joven, además de ser la más bella, poseía una voz maravillosa; cuando cantaba acompañándose con el arpa, los peces acudían de todas partes para escucharla, las conchas se abrían, mostrando sus perlas, y las medusa al oírla dejaban de flotar. La pequeña sirena casi siempre estaba cantando, y cada vez que lo hacía levantaba la vista buscando la débil luz del sol, que a duras penas se filtraba a través de las aguas profundas. "¡Oh!, ¡Cuánto me gustaría salir a la superficie para ver por fin el cielo que todos dicen que es tan bonito, y escuchar la voz de los hombres y oler el perfume de las flores!" "Todavía eres demasiado joven". Respondió la madre. "Dentro de unos años, cuando tengas quince, el rey te dará permiso para salir a la superficie, como a tus hermanas". Sirenita soñaba con el mundo de los hombres, el cual conocía a través de los relatos de sus hermanas, a quienes interrogaba durante horas para satisfacer su inagotable curiosidad cada vez que volvían de la superficie.
Por fin llegó el cumpleaños tan esperado y, durante toda la noche precedente, no consiguió dormir. A la mañana siguiente el padre la llamó y, al acariciarle sus largos y rubios cabellos, vio esculpida en su hombro una hermosísima flor. "¡Bien, ya puedes salir a respirar el aire y ver el cielo! ¡Pero recuerda que el mundo de arriba no es el nuestro, sólo podemos admirarlo! Somos hijos del mar y no tenemos alma como los hombres, Sé prudente y no te acerques a ellos. ¡Sólo te traerían desgracias!" Apenas su padre terminó de hablar, Sirenita le di un beso y se dirigió hacia la superficie, deslizándose ligera. Se sentía tan veloz que ni siquiera los peces conseguían alcanzarla. De repente emergió del agua. ¡Qué fascinante! Veía por primera vez el cielo azul y las primeras estrellas centelleantes al anochecer . El sol, que ya se había puesto en el horizonte, había dejado sobre las olas un reflejo dorado que se diluía lentamente. Las gaviotas revoloteaban por encima de Sirenita y dejaban oír sus alegres graznidos de bienvenida. "¡Qué hermoso es todo!" exclamó feliz, dando palmadas. Pero su asombro y admiración aumentaron todavía: una nave se acercaba despacio al escollo donde estaba Sirenita. Los marinos echaron el ancla, y la nave, así amarrada, se balanceó sobre la superficie del mar en calma. Sirenita escuchaba sus voces y comentarios. "¡Cómo me gustaría hablar con ellos!". Pensó. Pero al decirlo, miró su larga cola cimbreante, que tenía en lugar de piernas, y se sintió acongojada: "¡Jamás seré como ellos!".
A bordo parecía que todos estuviesen poseídos por una extraña animación y, al cabo de poco, la noche se llenó de vítores: "¡Viva nuestro capitán! ¡Vivan sus veinte años!". La pequeña sirena, atónita y extasiada, había descubierto mientras tanto al joven al que iba dirigido todo aquel alborozo. Alto, moreno, de porte real, sonreía feliz. sirenita no podía dejar de mirarlo y una extraña sensación de alegría y sufrimiento al mismo tiempo, que nunca había sentido con anterioridad, le oprimió el corazón. La fiesta seguía a bordo, pero el mar se encrespaba cada vez más. Sirenita se dio cuenta enseguida del peligro que corrían aquellos hombres: un viento helado y repentino agitó las olas, el cielo entintado de negro se desgarró con relámpagos amenazantes y una terrible borrasca sorprendió a la nave desprevenida. "¡Cuidado! ¡El mar...!" En vano Sirenita gritó y gritó. Pero sus gritos, silenciados por el rumor del viento, no fueron oídos, y las olas, cada vez más altas, sacudieron con fuerza la nave. Después, bajo los gritos desesperados de los marineros, la arboladura y las velas se abatieron sobre cubierta, y con un siniestro fragor el barco se hundió. Sirenita, que momentos antes había visto cómo el joven capitán caía al mar, se puso a nadar para socorrerlo. Lo buscó inútilmente durante mucho rato entre las olas gigantescas. Había casi renunciado, cuando de improviso, milagrosamente, lo vio sobre la cresta blanca de una ola cercana y, de golpe lo tuvo en sus brazos. El joven estaba inconsciente, mientras Sirenita, nadando con todas sus fuerzas, lo sostenía para rescatarlo de una muerte segura. Lo sostuvo hasta que la tempestad amainó. Al alba, que despuntaba sobre un mar todavía lívido, Sirenita se sintió feliz al acercarse a tierra y poder depositar el cuerpo del joven sobre la arena de la playa. Al no poder andar, permaneció mucho tiempo a su lado con la cola lamiendo el agua, frotando las manos del joven y dándole calor con su cuerpo. Hasta que un murmullo de voces que se aproximaban la obligaron a buscar refugio en el mar. "¡Corred! ¡Corred!" gritaba una dama de forma atolondrada. "¡Hay un hombre en la playa!" "¡Está vivo! ¡Pobrecito! ¡Ha sido la tormenta...! ¡ Llevémosle al castillo!" "¡No!¡No! Es mejor pedir ayuda..."La primera cosa que vio el joven al recobrar el conocimiento, fue el hermoso semblante de la más joven de las tres damas. "¡Gracias por haberme salvado!" Le susurró a la bella desconocida. Sirenita, desde el agua, vio que el hombre al que había salvado se dirigía hacia el castillo, ignorante de que fuese ella y no la otra, quién lo había salvado. Pausadamente nadó hacia el mar abierto; sabía que, en aquella playa, detrás suyo, había dejado algo de lo que nunca hubiera querido separarse. ¡Oh! ¡Qué maravillosas habían sido las horas transcurridas durante la tormenta teniendo al joven entre sus brazos! Cuando llegó a la mansión paterna, Sirenita empezó su relato, pero de pronto sintió un nudo en su garganta y, echándose a llorar, se refugió en su habitación. Días y más días permaneció encerrada sin querer ver a nadie, rehusando incluso hasta los alimentos. Sabía que su amor por el joven capitán era un amor sin esperanza, porque ella, Sirenita, nunca podría casarse con un hombre. Sólo la Hechicera de los Abismos podía socorrerla. Pero, ¿a qué precio? A pesar de todo decidió consultarla. "¡...por consiguiente, quieres deshacerte de tu cola de pez! Y supongo que querrás dos piernas. ¡De acuerdo! Pero deberás sufrir atrozmente y, cada vez que pongas los pies en el suelo sentirás un terrible dolor." "¡No me importa" respondió Sirenita con lágrimas en los ojos, "a condición de que pueda volver con él!" "¡No he terminado todavía!" dijo la vieja." Deberás darme tu hermosa voz y te quedarás muda para siempre! Pero recuerda: si el hombre que amas se casa con otra, tu cuerpo desaparecerá en el agua como la espuma de una ola. "¡Acepto!" dijo por último Sirenita y, sin dudar un instante, le pidió el frasco que contenía la posión prodigiosa.
Se dirigió a la playa y, en las proximidades de su mansión, emergió a la superficie; se arrastró a duras penas por la orilla y se bebió la pócima de la hechicera. Inmediatamente, un fuerte dolor le hizo perder el conocimiento y cuando volvió en sí, vio a su lado, como entre brumas, aquel semblante tan querido sonriéndole. El príncipe allí la encontró y, recordando que también él fue un náufrago, cubrió tiernamente con su capa aquel cuerpo que el mar había traído. "No temas" le dijo de repente,"estás a salvo. ¿De dónde vienes?" Pero Sirenita, a la que la bruja dejó muda, no pudo responderle. "Te llevaré al castillo y te curaré." Durante los días siguientes, para Sirenita empezó una nueva vida: llevaba maravillosos vestidos y acompañaba al príncipe en sus paseos. Una noche fue invitada al baile que daba la corte, pero tal y como había predicho la bruja, cada paso, cada movimiento de las piernas le producía atroces dolores como premio de poder vivir junto a su amado. Aunque no pudiese responder con palabras a las atenciones del príncipe, éste le tenía afecto y la colmaba de gentilezas. Sin embargo, el joven tenía en su corazón a la desconocida dama que había visto cuando fue rescatado después del naufragio. Desde entonces no la había visto más porque, después de ser salvado, la desconocida dama tuvo que partir de inmediato a su país. Cuando estaba con Sirenita, el príncipe le profesaba a ésta un sincero afecto, pero no desaparecía la otra de su pensamiento. Y la pequeña sirena, que se daba cuenta de que no era ella la predilecta del joven, sufría aún más. Por las noches, Sirenita dejaba a escondidas el castillo para ir a llorar junto a la playa. Pero el destino le reservaba otra sorpresa.
Un día, desde lo alto del torreón del castillo, fue avistada una gran nave que se acercaba al puerto, y el príncipe decidió ir a recibirla acompañado de Sirenita. La desconocida que el príncipe llevaba en el corazón bajó del barco y, al verla, el joven corrió feliz a su encuentro. Sirenita, petrificada, sintió un agudo dolor en el corazón. En aquel momento supo que perdería a su príncipe para siempre. La desconocida dama fue pedida en matrimonio por el príncipe enamorado, y la dama lo aceptó con agrado, puesto que ella también estaba enamorada. Al cabo de unos días de celebrarse la boda, los esposos fueron invitados a hacer un viaje por mar en la gran nave que estaba amarrada todavía en el puerto. Sirenita también subió a bordo con ellos, y el viaje dio comienzo. Al caer la noche, Sirenita, angustiada por haber perdido para siempre a su amado, subió a cubierta. Recordando la profecía de la hechicera, estaba dispuesta a sacrificar su vida y a desaparecer en el mar. Procedente del mar, escuchó la llamada de sus hermanas: "¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Somos nosotras, tus hermanas! ¡Mira! ¿Ves este puñal? Es un puñal mágico que hemos obtenido de la bruja a cambio de nuestros cabellos. ¡Tómalo y, antes de que amanezca, mata al príncipe! Si lo haces, podrás volver a ser una sirenita como antes y olvidarás todas tus penas." Como en un sueño, Sirenita, sujetando el puñal, se dirigió hacia el camarote de los esposos. Mas cuando vio el semblante del príncipe durmiendo, le dio un beso furtivo y subió de nuevo a cubierta. Cuando ya amanecía, arrojó el arma al mar, dirigió una última mirada al mundo que dejaba y se lanzó entre las olas, dispuesta a desaparecer y volverse espuma. Cuando el sol despuntaba en el horizonte, lanzó un rayo amarillento sobre el mar y, Sirenita, desde las aguas heladas, se volvió para ver la luz por última vez. Pero de improviso, como por encanto, una fuerza misteriosa la arrancó del agua y la transportó hacia lo más alto del cielo. Las nubes se teñían de rosa y el mar rugía con la primera brisa de la mañana, cuando la pequeña sirena oyó cuchichear en medio de un sonido de campanillas: "¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Ven con nosotras!" "¿Quienes sois?" murmuró la muchacha, dándose cuenta de que había recobrado la voz "¿Dónde estáis?" "Estas con nosotras en el cielo. Somos las hadas del viento. No tenemos alma como los hombres, pero es nuestro deber ayudar a quienes hayan demostrado buena voluntad hacia ellos." Sirenita , conmovida, miró hacia abajo, hacia el mar en el que navegaba el barco del príncipe, y notó que los ojos se le llenaban de lágrimas, mientras las hadas le susurraban: "¡Fíjate! Las flores de la tierra esperan que nuestras lágrimas se transformen en rocío de la mañana. ¡Ven con nosotras! Tenemos mucho trabajo. ¿Quieres ayudarnos? -¡Claro que quiero! -gritó con alborozo la sirenita. Y calmada, contenta, ligera, se lanzó en seguimiento de las hijas del aire.
Por fin llegó el cumpleaños tan esperado y, durante toda la noche precedente, no consiguió dormir. A la mañana siguiente el padre la llamó y, al acariciarle sus largos y rubios cabellos, vio esculpida en su hombro una hermosísima flor. "¡Bien, ya puedes salir a respirar el aire y ver el cielo! ¡Pero recuerda que el mundo de arriba no es el nuestro, sólo podemos admirarlo! Somos hijos del mar y no tenemos alma como los hombres, Sé prudente y no te acerques a ellos. ¡Sólo te traerían desgracias!" Apenas su padre terminó de hablar, Sirenita le di un beso y se dirigió hacia la superficie, deslizándose ligera. Se sentía tan veloz que ni siquiera los peces conseguían alcanzarla. De repente emergió del agua. ¡Qué fascinante! Veía por primera vez el cielo azul y las primeras estrellas centelleantes al anochecer . El sol, que ya se había puesto en el horizonte, había dejado sobre las olas un reflejo dorado que se diluía lentamente. Las gaviotas revoloteaban por encima de Sirenita y dejaban oír sus alegres graznidos de bienvenida. "¡Qué hermoso es todo!" exclamó feliz, dando palmadas. Pero su asombro y admiración aumentaron todavía: una nave se acercaba despacio al escollo donde estaba Sirenita. Los marinos echaron el ancla, y la nave, así amarrada, se balanceó sobre la superficie del mar en calma. Sirenita escuchaba sus voces y comentarios. "¡Cómo me gustaría hablar con ellos!". Pensó. Pero al decirlo, miró su larga cola cimbreante, que tenía en lugar de piernas, y se sintió acongojada: "¡Jamás seré como ellos!".
A bordo parecía que todos estuviesen poseídos por una extraña animación y, al cabo de poco, la noche se llenó de vítores: "¡Viva nuestro capitán! ¡Vivan sus veinte años!". La pequeña sirena, atónita y extasiada, había descubierto mientras tanto al joven al que iba dirigido todo aquel alborozo. Alto, moreno, de porte real, sonreía feliz. sirenita no podía dejar de mirarlo y una extraña sensación de alegría y sufrimiento al mismo tiempo, que nunca había sentido con anterioridad, le oprimió el corazón. La fiesta seguía a bordo, pero el mar se encrespaba cada vez más. Sirenita se dio cuenta enseguida del peligro que corrían aquellos hombres: un viento helado y repentino agitó las olas, el cielo entintado de negro se desgarró con relámpagos amenazantes y una terrible borrasca sorprendió a la nave desprevenida. "¡Cuidado! ¡El mar...!" En vano Sirenita gritó y gritó. Pero sus gritos, silenciados por el rumor del viento, no fueron oídos, y las olas, cada vez más altas, sacudieron con fuerza la nave. Después, bajo los gritos desesperados de los marineros, la arboladura y las velas se abatieron sobre cubierta, y con un siniestro fragor el barco se hundió. Sirenita, que momentos antes había visto cómo el joven capitán caía al mar, se puso a nadar para socorrerlo. Lo buscó inútilmente durante mucho rato entre las olas gigantescas. Había casi renunciado, cuando de improviso, milagrosamente, lo vio sobre la cresta blanca de una ola cercana y, de golpe lo tuvo en sus brazos. El joven estaba inconsciente, mientras Sirenita, nadando con todas sus fuerzas, lo sostenía para rescatarlo de una muerte segura. Lo sostuvo hasta que la tempestad amainó. Al alba, que despuntaba sobre un mar todavía lívido, Sirenita se sintió feliz al acercarse a tierra y poder depositar el cuerpo del joven sobre la arena de la playa. Al no poder andar, permaneció mucho tiempo a su lado con la cola lamiendo el agua, frotando las manos del joven y dándole calor con su cuerpo. Hasta que un murmullo de voces que se aproximaban la obligaron a buscar refugio en el mar. "¡Corred! ¡Corred!" gritaba una dama de forma atolondrada. "¡Hay un hombre en la playa!" "¡Está vivo! ¡Pobrecito! ¡Ha sido la tormenta...! ¡ Llevémosle al castillo!" "¡No!¡No! Es mejor pedir ayuda..."La primera cosa que vio el joven al recobrar el conocimiento, fue el hermoso semblante de la más joven de las tres damas. "¡Gracias por haberme salvado!" Le susurró a la bella desconocida. Sirenita, desde el agua, vio que el hombre al que había salvado se dirigía hacia el castillo, ignorante de que fuese ella y no la otra, quién lo había salvado. Pausadamente nadó hacia el mar abierto; sabía que, en aquella playa, detrás suyo, había dejado algo de lo que nunca hubiera querido separarse. ¡Oh! ¡Qué maravillosas habían sido las horas transcurridas durante la tormenta teniendo al joven entre sus brazos! Cuando llegó a la mansión paterna, Sirenita empezó su relato, pero de pronto sintió un nudo en su garganta y, echándose a llorar, se refugió en su habitación. Días y más días permaneció encerrada sin querer ver a nadie, rehusando incluso hasta los alimentos. Sabía que su amor por el joven capitán era un amor sin esperanza, porque ella, Sirenita, nunca podría casarse con un hombre. Sólo la Hechicera de los Abismos podía socorrerla. Pero, ¿a qué precio? A pesar de todo decidió consultarla. "¡...por consiguiente, quieres deshacerte de tu cola de pez! Y supongo que querrás dos piernas. ¡De acuerdo! Pero deberás sufrir atrozmente y, cada vez que pongas los pies en el suelo sentirás un terrible dolor." "¡No me importa" respondió Sirenita con lágrimas en los ojos, "a condición de que pueda volver con él!" "¡No he terminado todavía!" dijo la vieja." Deberás darme tu hermosa voz y te quedarás muda para siempre! Pero recuerda: si el hombre que amas se casa con otra, tu cuerpo desaparecerá en el agua como la espuma de una ola. "¡Acepto!" dijo por último Sirenita y, sin dudar un instante, le pidió el frasco que contenía la posión prodigiosa.
Se dirigió a la playa y, en las proximidades de su mansión, emergió a la superficie; se arrastró a duras penas por la orilla y se bebió la pócima de la hechicera. Inmediatamente, un fuerte dolor le hizo perder el conocimiento y cuando volvió en sí, vio a su lado, como entre brumas, aquel semblante tan querido sonriéndole. El príncipe allí la encontró y, recordando que también él fue un náufrago, cubrió tiernamente con su capa aquel cuerpo que el mar había traído. "No temas" le dijo de repente,"estás a salvo. ¿De dónde vienes?" Pero Sirenita, a la que la bruja dejó muda, no pudo responderle. "Te llevaré al castillo y te curaré." Durante los días siguientes, para Sirenita empezó una nueva vida: llevaba maravillosos vestidos y acompañaba al príncipe en sus paseos. Una noche fue invitada al baile que daba la corte, pero tal y como había predicho la bruja, cada paso, cada movimiento de las piernas le producía atroces dolores como premio de poder vivir junto a su amado. Aunque no pudiese responder con palabras a las atenciones del príncipe, éste le tenía afecto y la colmaba de gentilezas. Sin embargo, el joven tenía en su corazón a la desconocida dama que había visto cuando fue rescatado después del naufragio. Desde entonces no la había visto más porque, después de ser salvado, la desconocida dama tuvo que partir de inmediato a su país. Cuando estaba con Sirenita, el príncipe le profesaba a ésta un sincero afecto, pero no desaparecía la otra de su pensamiento. Y la pequeña sirena, que se daba cuenta de que no era ella la predilecta del joven, sufría aún más. Por las noches, Sirenita dejaba a escondidas el castillo para ir a llorar junto a la playa. Pero el destino le reservaba otra sorpresa.
Un día, desde lo alto del torreón del castillo, fue avistada una gran nave que se acercaba al puerto, y el príncipe decidió ir a recibirla acompañado de Sirenita. La desconocida que el príncipe llevaba en el corazón bajó del barco y, al verla, el joven corrió feliz a su encuentro. Sirenita, petrificada, sintió un agudo dolor en el corazón. En aquel momento supo que perdería a su príncipe para siempre. La desconocida dama fue pedida en matrimonio por el príncipe enamorado, y la dama lo aceptó con agrado, puesto que ella también estaba enamorada. Al cabo de unos días de celebrarse la boda, los esposos fueron invitados a hacer un viaje por mar en la gran nave que estaba amarrada todavía en el puerto. Sirenita también subió a bordo con ellos, y el viaje dio comienzo. Al caer la noche, Sirenita, angustiada por haber perdido para siempre a su amado, subió a cubierta. Recordando la profecía de la hechicera, estaba dispuesta a sacrificar su vida y a desaparecer en el mar. Procedente del mar, escuchó la llamada de sus hermanas: "¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Somos nosotras, tus hermanas! ¡Mira! ¿Ves este puñal? Es un puñal mágico que hemos obtenido de la bruja a cambio de nuestros cabellos. ¡Tómalo y, antes de que amanezca, mata al príncipe! Si lo haces, podrás volver a ser una sirenita como antes y olvidarás todas tus penas." Como en un sueño, Sirenita, sujetando el puñal, se dirigió hacia el camarote de los esposos. Mas cuando vio el semblante del príncipe durmiendo, le dio un beso furtivo y subió de nuevo a cubierta. Cuando ya amanecía, arrojó el arma al mar, dirigió una última mirada al mundo que dejaba y se lanzó entre las olas, dispuesta a desaparecer y volverse espuma. Cuando el sol despuntaba en el horizonte, lanzó un rayo amarillento sobre el mar y, Sirenita, desde las aguas heladas, se volvió para ver la luz por última vez. Pero de improviso, como por encanto, una fuerza misteriosa la arrancó del agua y la transportó hacia lo más alto del cielo. Las nubes se teñían de rosa y el mar rugía con la primera brisa de la mañana, cuando la pequeña sirena oyó cuchichear en medio de un sonido de campanillas: "¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Ven con nosotras!" "¿Quienes sois?" murmuró la muchacha, dándose cuenta de que había recobrado la voz "¿Dónde estáis?" "Estas con nosotras en el cielo. Somos las hadas del viento. No tenemos alma como los hombres, pero es nuestro deber ayudar a quienes hayan demostrado buena voluntad hacia ellos." Sirenita , conmovida, miró hacia abajo, hacia el mar en el que navegaba el barco del príncipe, y notó que los ojos se le llenaban de lágrimas, mientras las hadas le susurraban: "¡Fíjate! Las flores de la tierra esperan que nuestras lágrimas se transformen en rocío de la mañana. ¡Ven con nosotras! Tenemos mucho trabajo. ¿Quieres ayudarnos? -¡Claro que quiero! -gritó con alborozo la sirenita. Y calmada, contenta, ligera, se lanzó en seguimiento de las hijas del aire.
Sobre si se cree o no en Dios
Hay quienes creen en Dios y no lo andan pregonando. Cobardes, basuras insufribles que se hacen los agnósticos y aparentan ser fuertes pero que ante el menor peligro agachan la cabeza y susurran una plegaria por unos segundos tratando que nadie se de cuenta: "Ayúdame diosito".
Hay otros (otras, sobre todo) que en cambio van a misa todos los domingos, se quedan conversando en la puerta de la iglesia, critican a los alejados del camino de Dios, se llaman devotas, fieles, pero no son más que mentirosas tan duchas en su arte que engañarían al propio Dios si es que existiera. Estos portento de la naturaleza son tan admirables que saben que Dios no existe, pero guardan las apariencias porque han aprendido el poder de la imagen, de la primera impresión, de la publicidad personal; es destacable la sinceridad con que abrazan el mundo de mentiras que han construido.
Luego están los pobres tarados que de verdad creen en Dios y lo confiesan, no tienen remedio; y claro, también están los infelices esos que no tienen confianza en sí mismos y tienen que andar gritando por la calle que no creen en Dios, que son malos, que son malditos para así convencerse de que son no creyentes y haciendo bulla tratan de ocultar el miedo que les produce saber la verdad y no saber como afrontarla.
Hay otros (otras, sobre todo) que en cambio van a misa todos los domingos, se quedan conversando en la puerta de la iglesia, critican a los alejados del camino de Dios, se llaman devotas, fieles, pero no son más que mentirosas tan duchas en su arte que engañarían al propio Dios si es que existiera. Estos portento de la naturaleza son tan admirables que saben que Dios no existe, pero guardan las apariencias porque han aprendido el poder de la imagen, de la primera impresión, de la publicidad personal; es destacable la sinceridad con que abrazan el mundo de mentiras que han construido.
Luego están los pobres tarados que de verdad creen en Dios y lo confiesan, no tienen remedio; y claro, también están los infelices esos que no tienen confianza en sí mismos y tienen que andar gritando por la calle que no creen en Dios, que son malos, que son malditos para así convencerse de que son no creyentes y haciendo bulla tratan de ocultar el miedo que les produce saber la verdad y no saber como afrontarla.
Monday, November 27, 2006
cuento 4
A un señor se le caen al suelo los anteojos, que hacen un ruido terrible al chocar con las baldosas. El señor se agacha afligidísimo porque los cristales de anteojos cuestan muy caro, pero descubre con asombro que por milagro no se le han roto.
Ahora este señor se siente profundamente agradecido, y comprende que lo ocurrido vale por una advertencia amistosa, de modo que se encamina a una casa de óptica y adquiere en seguida un estuche de cuero almohadillado doble protección, a fin de curarse en salud. Una hora más tarde se le cae el estuche, y al agacharse sin mayor inquietud descubre que los anteojos se han hecho polvo. A este señor le lleva un rato comprender que los designios de la Providencia son inescrutables, y que en realidad el milagro ha ocurrido ahora.
Ahora este señor se siente profundamente agradecido, y comprende que lo ocurrido vale por una advertencia amistosa, de modo que se encamina a una casa de óptica y adquiere en seguida un estuche de cuero almohadillado doble protección, a fin de curarse en salud. Una hora más tarde se le cae el estuche, y al agacharse sin mayor inquietud descubre que los anteojos se han hecho polvo. A este señor le lleva un rato comprender que los designios de la Providencia son inescrutables, y que en realidad el milagro ha ocurrido ahora.
Los que hablan
- Carlos, Carlos, escucha. Cállate un momento. Pon atención...: mira, después de decir tantas cosas siempre llega el momento en que los seres humanos se diferencian entre los que hablan y los que actuan. ¿Me entendiste? Ahora dime, ¿qué tipo de humano eres tú?... No te quedes callado. Dime,... eso que hablabas, tus amenazas, tus burlas, tu ironía, toda esa mierda que salía de tu boca hace un momento, ¿qué es? ¿solo son palabras o eres capaz de realizarlas, de responder por ellas?
- Yo actúo, man.
- Deja de decir man. Odio oirte hablar como colombiano tanto como odio a los colombianos... Ok, Ok, dices que actuas, ¿pero quien chucha te ha visto?... Piensa en eso, Carlitos, piensa en eso, todavía estás a tiempo de irte... Ya me voy. Piensa bien si vas a venir mañana, Carlitos.
Carlos se quedó solo en el bar. Estaba casi ebrio. Tan casi ebrio que las palabras de Carlos lo estaban haciendo pensar. Se preguntaba si, en efecto, era capaz; si no se acorbadaría a la hora de la hora. Pensó en que nunca había matado a nadie, en que nunca había peleado a solas. El huevón de Carlos lo había bajoneado. Apuró el vaso de cerveza. ¿A fin de cuentas quién era Carlos?, se preguntó.
- Yo actúo, man.
- Deja de decir man. Odio oirte hablar como colombiano tanto como odio a los colombianos... Ok, Ok, dices que actuas, ¿pero quien chucha te ha visto?... Piensa en eso, Carlitos, piensa en eso, todavía estás a tiempo de irte... Ya me voy. Piensa bien si vas a venir mañana, Carlitos.
Carlos se quedó solo en el bar. Estaba casi ebrio. Tan casi ebrio que las palabras de Carlos lo estaban haciendo pensar. Se preguntaba si, en efecto, era capaz; si no se acorbadaría a la hora de la hora. Pensó en que nunca había matado a nadie, en que nunca había peleado a solas. El huevón de Carlos lo había bajoneado. Apuró el vaso de cerveza. ¿A fin de cuentas quién era Carlos?, se preguntó.
Cuento 3
Una vez, en tiempos remotos, vivía en su retiro el zar Vislav con sus tres hijos los zareviches Demetrio, Basilio e Iván. Poseía un espléndido jardín en el que había un manzano que daba frutos de oro. El zar lo quería tanto como a las niñas de sus ojos y lo cuidaba con gran esmero.
Llegó un día en que se notó la falta de varias manzanas de oro, y el zar se desconsoló tanto, que llegó a enflaquecer de tristeza. Los zareviches, sus hijos, al verlo así se llegaron a él y le dijeron:
-Permítenos, padre y señor, que, alternando, montemos una guardia cerca de tu manzano predilecto.
-Mucho se lo agradezco, queridos hijos -les contestó-, y al que logre coger al ladrón y me lo traiga vivo le daré como recompensa la mitad de mi reino y a mi muerte será mi único heredero.
La primera noche le tocó hacer la guardia al zarevich Demetrio, quien apenas se sentó al pie del manzano se quedó profundamente dormido. Por la mañana, cuando despertó, vio que en el árbol faltaban aún más manzanas.
La segunda noche le tocó el turno al zarevich Basilio y le ocurrió lo mismo, pues lo invadió un sueño tan profundo como a su hermano.
Al fin le llegó la vez al zarevich Iván. No bien acababa de sentarse al pie del manzano cuando sintió un gran deseo de dormir; se le cerraban los ojos y daba grandes cabezadas. Entonces, haciendo un esfuerzo, se puso en pie, se apoyó en el arco y quedó así en guardia esperando.
A medianoche se iluminó de súbito el jardín y apareció, no se sabe por dónde, el Pájaro de Fuego, que se puso a picotear las manzanas de oro. Iván zarevich tendió su arco y lanzó una flecha contra él; pero sólo logró hacerle perder una pluma y el pájaro pudo escapar.
Al amanecer, cuando el zar se despertó, Iván Zarevich le contó quién hacía desaparecer las manzanas de oro y le entregó al mismo tiempo la pluma.
El zar dio las gracias a su hijo menor y elogió su valentía; pero los hermanos mayores sintieron envidia y dijeron a su padre:
-No creemos, padre, que sea una gran proeza arrancar a un pájaro una de sus plumas. Nosotros iremos en busca del Pájaro de Fuego y te lo traeremos.
Reflexionó el zar unos instantes y al fin consintió en ello. Los zareviches Demetrio y Basilio hicieron sus preparativos para el viaje, y una vez terminados se pusieron en camino. Iván Zarevich pidió también permiso a su padre para que lo dejase marchar, y aunque el zar quiso disuadirlo, tuvo que ceder al fin a sus ruegos y lo dejó partir.
Iván Zarevich, después de atravesar extensas llanuras y altas montañas, se encontró en un sitio del que partían tres caminos y donde había un poste con la siguiente inscripción:
«Aquel que tome el camino de enfrente no llevará a cabo su empresa, porque perderá el tiempo en diversiones; el que tome el de la derecha conservará la vida, si bien perderá su caballo, y el que siga el de la izquierda, morirá.»
Iván Zarevich reflexionó un rato y tomó al fin el camino de la derecha.
Y siguió adelante un día tras otro, hasta que de pronto se presentó ante él en el camino un lobo gris que se abalanzó al caballo y lo despedazó. Iván continuó su camino a pie y siguió andando, andando, hasta que sintió gran cansancio y se detuvo para tomar aliento y reposar un poco; pero lo invadió una gran pena y rompió en amargo llanto. Entonces se le apareció de nuevo el Lobo Gris, que le dijo:
-Siento, Iván Zarevich, haberte privado de tu caballo; por lo tanto, móntate sobre mí y dime dónde quieres que te lleve.
Iván Zarevich se montó sobre él, y apenas nombró al Pájaro de Fuego, el Lobo Gris echó a correr tan rápido como el viento. Al llegar ante un fuerte muro de piedra, se paró y le dijo a Iván:
-Escala este muro, que rodea un jardín en que está el Pájaro de Fuego encerrado en su jaula de oro. Coge el pájaro, pero guárdate bien de tocar la jaula.
Iván Zarevich franqueó el muro y se encontró en medio del jardín. Sacó al pájaro de la jaula y se disponía a salir, cuando pensó que no le sería fácil el llevarlo sin jaula. Decidió, pues, cogerla, y apenas la hubo tocado cuando sonaron mil campanillas que pendían de infinidad de cuerdecitas tendidas en la jaula. Se despertaron los guardianes y cogieron a Iván Zarevich, llevándolo ante el zar Dolmat, el cual le dijo enfadado:
-¿Quién eres? ¿De qué país provienes? ¿Cómo te llamas?
Le contó Iván toda su historia, y el zar le dijo:
-¿Te parece digna del hijo de un zar la acción que acabas de realizar? Si hubieses venido a mí directamente y me hubieses pedido el Pájaro de Fuego, yo te lo habría dado de buen grado; pero ahora tendrás que ir a mil leguas de aquí y traerme el Caballo de las Crines de Oro, que pertenece al zar Afrón. Si consigues esto, te entregaré el Pájaro de Fuego, y si no, no te lo daré.
Volvió Iván Zarevich junto al Lobo Gris que, al verle, le dijo:
-¡Ay, Iván! ¿Por qué no hiciste caso de lo que te dije? ¿Qué haremos ahora?
-He prometido al zar Dolmat que le traeré el Caballo de las Crines de Oro -le contestó Iván-, y tengo que cumplirlo, porque si no, no me dará el Pájaro de Fuego.
-Bien; pues móntate otra vez sobre mí y vamos allá.
Y más rápido que el viento se lanzó el Lobo Gris, llevando sobre sus lomos a Iván. Por la noche se hallaba ante la caballeriza del zar Afrón y otra vez habló el Lobo a nuestro héroe en esta forma:
-Entra en esta cuadra; los mozos duermen profundamente; saca de ella al Caballo de las Crines de Oro; pero no vayas a coger la rienda, que también es de oro, porque si lo haces tendrás un gran disgusto.
Iván Zarevich entró con gran sigilo, desató el caballo y miró la rienda, que era tan preciosa y le gustó tanto, que, sin poderse contener, alargó un poco la mano con intención tan sólo de tocarla. No bien la hubo tocado cuando empezaron a sonar todos los cascabeles y campanillas que estaban atados a las cuerdas tendidas sobre ella. Los mozos guardianes se despertaron, cogieron a Iván y lo llevaron ante el zar Afrón, que al verlo gritó:
-¡Dime de qué país vienes y cuál es tu origen!
Iván Zarevich contó de nuevo su historia, a la que el zar hubo de replicar:
-¿Y te parece bien robar caballos siendo hijo de un zar? Si te hubieses presentado a mí, te habría regalado el Caballo de las Crines de Oro; pero ahora tendrás que ir lejos, muy lejos, a mil leguas de aquí, a buscar a la infanta Elena la Bella. Si consigues traérmela, te daré el caballo y también la rienda, y si no, no te lo daré.
Prometió poner en práctica la voluntad del zar y salió. Al verlo el Lobo Gris le dijo:
-¡Ay, Iván Zarevich! ¿Por qué me has desobedecido?
-He prometido al zar Afrón -contestó Iván- que le traeré a Elena la Bella. Es preciso que cumpla mi promesa, porque si no, no conseguiré tener el caballo.
-Bien; no te desanimes, que también te ayudaré en esta nueva empresa. Móntate otra vez sobre mí y te llevaré allá.
Se montó de nuevo Iván sobre el Lobo, que salió disparado como una flecha. No sabemos lo que duraría este viaje, pero sí que al fin se paró el Lobo ante una verja dorada que cercaba al jardín de Elena la Bella. Al detenerse habló de este modo a Iván:
-Esta vez voy a ser yo quien haga todo. Espéranos a la infanta y a mí en el prado al pie del roble verde.
Iván lo obedeció y el Lobo saltó por encima de la verja, escondiéndose entre unos zarzales.
Al atardecer salió Elena la Bella al jardín para dar un paseo acompañada de sus damas y doncellas, y cuando llegaron junto a los zarzales donde estaba escondido el Lobo Gris, éste les salió al encuentro, cogió a la infanta, saltó la verja y desapareció. Las damas y las doncellas pidieron socorro y mandaron a los guardianes que persiguieran al Lobo Gris. Éste llevó a la infanta junto a Iván Zarevich y le dijo:
-Móntate, Iván; coge en brazos a Elena la Bella y vámonos en busca del zar Afrón.
Iván, al ver a Elena, se prendó de tal modo de sus encantos que se le desgarraba el corazón al pensar que tenía que dejársela al zar Afrón, y sin poderse contener rompió en amargo llanto.
-¿Por qué lloras? -le preguntó entonces el Lobo Gris.
-¿Cómo no he de llorar si me he enamorado con toda mi alma de Elena y ahora es preciso que se la entregue al zar Afrón?
-Pues escúchame -contestole el Lobo-. Yo me transformaré en infanta y tú me llevarás ante el zar. Cuando recibas el Caballo de las Crines de Oro, márchate inmediatamente con ella, y cuando pienses en mí, volveré a reunirme contigo.
Cuando llegaron al reino del zar Afrón, el Lobo se revolcó en el suelo y quedó transformado en la infanta Elena la Bella; y mientras que el zarevich Iván se presentaba ante el zar con la fingida infanta, la verdadera se quedó en el bosque esperándolo.
Se alegró grandemente el zar Afrón al verlos llegar, e inmediatamente le dio el caballo prometido, despidiéndolo con mucha cortesía.
Iván Zarevich montó sobre el caballo, llevando consigo a la infanta, y se dirigió hacia el reino del zar Dolmat para que le entregase el Pájaro de Fuego.
Mientras tanto el Lobo Gris seguía viviendo en el palacio del zar Afrón. Pasó un día y luego otro y un tercero, hasta que al cuarto le pidió al zar permiso para dar un paseo por el campo. Consintió el zar y salió la supuesta Elena acompañada de damas y doncellas; pero de pronto desapareció sin que las que la acompañaban pudieran decir al zar otra cosa sino que se había transformado en un lobo gris.
Iván Zarevich seguía su camino con su amada, cuando sintió como una punzada en el corazón, y al mismo tiempo se dijo:
-¿Dónde estará ahora mi amigo el Lobo Gris?
Y en el mismo instante se le presentó éste delante diciendo:
-Aquí me tienes. Siéntate, Iván, si quieres, en mi lomo.
Pusiéronse los tres en marcha y, por fin, llegaron al reino de Dolmat; cerca ya del palacio, el zarevich dijo al Lobo:
-Amigo mío, óyeme y hazme, si puedes, el último favor; yo quisiera que el zar Dolmat me entregase el Pájaro de Fuego sin tener necesidad de desprenderme del Caballo de las Crines de Oro, pues me gustaría mucho poderlo conservar a mi lado.
Se transformó el Lobo en caballo y dijo al zarevich:
-Llévame ante el zar Dolmat y recibirás el Pájaro de Fuego.
Mucho se alegró el zar al ver a Iván, a quien dispensó una gran acogida, saliendo a recibirlo al gran patio de su palacio. Le dio las gracias por haberle traído el Caballo de las Crines de Oro, lo obsequió con un gran banquete que duró todo el día, y sólo cuando empezaba a anochecer lo dejó marchar, entregándole el pájaro con jaula y todo.
Acababa de salir el sol cuando Dolmat, que estaba impaciente por estrenar su caballo nuevo, mandó que lo ensillaran, y montándose en él salió a dar un paseo; pero en cuanto estuvieron en pleno campo empezó el caballo a dar coces y a encabritarse hasta que lo tiró al suelo. Entonces el zar vio, con gran asombro, cómo el Caballo de las Crines de Oro se transformaba en un lobo gris que desaparecía con la rapidez de una flecha.
Llegó el Lobo hasta donde estaba el zarevich y le dijo:
-Móntate sobre mí mientras que la hermosa Elena se sirve del Caballo de las Crines de Oro.
Entonces lo llevó hasta donde al principio del viaje le había matado el caballo, y le habló de este modo:
-Ahora, adiós, Iván Zarevich; te serví fielmente, pero ya debo dejarte.
Y diciendo esto desapareció.
Iván Zarevich y Elena la Bella se dirigieron al reino de su padre; pero cuando estaban cerca de él quisieron descansar al pie de un árbol. Ató Iván el caballo, puso junto a sí la jaula con el Pájaro de Fuego, se tumbó en el musgo y se durmió; Elena la Bella se durmió también a su lado.
En tanto, los hermanos de Iván volvían a su casa con las manos vacías. Habían escogido en la encrucijada el camino que se veía enfrente; bebieron, se divirtieron grandemente y ni siquiera habían oído hablar del Pájaro de Fuego. Una vez que hubieron malgastado todo el dinero, decidieron volver al reino de su padre, y cuando regresaban vieron al pie de un árbol a su hermano Iván que dormía junto a una joven de belleza indescriptible. A su lado estaba atado el Caballo de las Crines de Oro, y también descubrieron al Pájaro de Fuego encerrado en su jaula.
Los zareviches desenvainaron sus espadas, mataron a su hermano e hicieron pedazos su cuerpo.
Se despertó Elena, y al ver muerto y destrozado a Iván rompió en amargo llanto.
-¿Quién eres, hermosa joven? -preguntó el zarevich Demetrio.
Y ella le contestó:
-Soy la infanta Elena la Bella; a mi reino fue a buscarme el zarevich Iván, a quien acaban de matar.
-Escucha, Elena -le dijeron los zareviches-: haremos contigo lo mismo que con Iván si te niegas a decir que fuimos nosotros los que te sacamos de tu reino, lo mismo que al caballo y al pájaro.
Temió Elena la muerte y prometió decir todo lo que le ordenasen. Entonces los zareviches Demetrio y Basilio la llevaron, junto con el caballo y el pájaro, a casa de su padre y se alabaron ante éste de su arrojo y valentía. Los zareviches estaban satisfechísimos, pero la hermosa Elena lloraba incesantemente, el Caballo de las Crines de Oro caminaba con la cabeza tan baja que casi tocaba al suelo con ella, y el Pájaro de Fuego estaba triste y deslucido; tanto, que el resplandor que despedía su plumaje era muy débil.
El cuerpo destrozado de Iván quedó por algún tiempo al pie del árbol, y ya empezaban a acercarse las fieras y las aves de rapiña para devorarlo, cuando acertó a pasar por allí el Lobo Gris, que se estremeció mucho al reconocer el cuerpo de su amigo.
-¡Pobre Iván Zarevich! ¡Apenas te dejé, te sobrevino una desgracia! Es menester que te auxilie una vez más.
Ahuyentó a los pájaros y fieras que rodeaban ya el cuerpo de su amigo y se escondió detrás de un zarzal. A poco vio venir volando a un cuervo que, acompañado de sus pequeñuelos, venía a picotear en el cadáver; cuando pasaron delante de él, saltó desde el zarzal y se abalanzó sobre los pequeños; pero el Cuervo padre le gritó:
-¡Oh, Lobo Gris! ¡No te comas a mis hijos!
-Los despedazaré si no me traes en seguida el agua de la muerte y el agua de la vida.
Elevó el vuelo el cuervo padre y se perdió de vista. Al tercer día volvió trayendo dos frascos; entonces el Lobo Gris hizo pedazos a uno de los cuervecitos y lo roció con el agua de la muerte, y al momento los pedacitos volvieron a unirse; cogió el frasco del agua de la vida, lo roció igualmente con ella y el cuervecito sacudió sus plumas y echó a volar. Entonces el Lobo Gris repitió con el zarevich la misma operación de rociarlo con las dos aguas, que lo hicieron resucitar y levantarse, diciendo:
-¿Cuánto tiempo he dormido?
El Lobo Gris le contestó:
-Habrías dormido eternamente si yo no te hubiese resucitado, porque tus hermanos, después de matarte, hicieron pedazos tu cuerpo. Hoy tu hermano Demetrio debe casarse con Elena la Bella y el zar cede todo su reino a tu hermano Basilio a cambio del Caballo de las Crines de Oro y del Pájaro de Fuego; pero móntate sobre tu Lobo Gris, que en un abrir y cerrar de ojos te llevará a presencia de tu padre.
Cuando el Lobo apareció con el zarevich en el vasto patio del palacio todo pareció tomar más vida: Elena la Bella sonrió, secando sus lágrimas; se oyó relinchar en la cuadra al Caballo de las Crines de Oro, y el Pájaro de Fuego esparció tal resplandor, que llenó de luz todo el palacio.
Al entrar Iván en éste vio todos los preparativos para el banquete de boda y que estaban ya reunidos los invitados a la ceremonia para acompañar a los novios Demetrio y Elena. Ésta, al ver a su antiguo prometido, se le echó al cuello abrazándolo estrechamente; pasado este primer ímpetu de alegría, contó al zar cómo fue Iván quien la sacó de su reino, así como quien consiguió traer al Caballo de las Crines de Oro y al Pájaro de Fuego; que después, mientras Iván dormía, sus hermanos lo habían matado y que a ella la habían hecho callar con amenazas. El zar Vislav, lleno de cólera, ordenó que expulsasen de su reino a sus dos hijos mayores.
El zarevich Iván se casó con Elena la Bella y vivieron una vida de paz y amor.
¡Al Lobo Gris no se le volvió a ver más, ni nadie se acordó de él nunca!
Llegó un día en que se notó la falta de varias manzanas de oro, y el zar se desconsoló tanto, que llegó a enflaquecer de tristeza. Los zareviches, sus hijos, al verlo así se llegaron a él y le dijeron:
-Permítenos, padre y señor, que, alternando, montemos una guardia cerca de tu manzano predilecto.
-Mucho se lo agradezco, queridos hijos -les contestó-, y al que logre coger al ladrón y me lo traiga vivo le daré como recompensa la mitad de mi reino y a mi muerte será mi único heredero.
La primera noche le tocó hacer la guardia al zarevich Demetrio, quien apenas se sentó al pie del manzano se quedó profundamente dormido. Por la mañana, cuando despertó, vio que en el árbol faltaban aún más manzanas.
La segunda noche le tocó el turno al zarevich Basilio y le ocurrió lo mismo, pues lo invadió un sueño tan profundo como a su hermano.
Al fin le llegó la vez al zarevich Iván. No bien acababa de sentarse al pie del manzano cuando sintió un gran deseo de dormir; se le cerraban los ojos y daba grandes cabezadas. Entonces, haciendo un esfuerzo, se puso en pie, se apoyó en el arco y quedó así en guardia esperando.
A medianoche se iluminó de súbito el jardín y apareció, no se sabe por dónde, el Pájaro de Fuego, que se puso a picotear las manzanas de oro. Iván zarevich tendió su arco y lanzó una flecha contra él; pero sólo logró hacerle perder una pluma y el pájaro pudo escapar.
Al amanecer, cuando el zar se despertó, Iván Zarevich le contó quién hacía desaparecer las manzanas de oro y le entregó al mismo tiempo la pluma.
El zar dio las gracias a su hijo menor y elogió su valentía; pero los hermanos mayores sintieron envidia y dijeron a su padre:
-No creemos, padre, que sea una gran proeza arrancar a un pájaro una de sus plumas. Nosotros iremos en busca del Pájaro de Fuego y te lo traeremos.
Reflexionó el zar unos instantes y al fin consintió en ello. Los zareviches Demetrio y Basilio hicieron sus preparativos para el viaje, y una vez terminados se pusieron en camino. Iván Zarevich pidió también permiso a su padre para que lo dejase marchar, y aunque el zar quiso disuadirlo, tuvo que ceder al fin a sus ruegos y lo dejó partir.
Iván Zarevich, después de atravesar extensas llanuras y altas montañas, se encontró en un sitio del que partían tres caminos y donde había un poste con la siguiente inscripción:
«Aquel que tome el camino de enfrente no llevará a cabo su empresa, porque perderá el tiempo en diversiones; el que tome el de la derecha conservará la vida, si bien perderá su caballo, y el que siga el de la izquierda, morirá.»
Iván Zarevich reflexionó un rato y tomó al fin el camino de la derecha.
Y siguió adelante un día tras otro, hasta que de pronto se presentó ante él en el camino un lobo gris que se abalanzó al caballo y lo despedazó. Iván continuó su camino a pie y siguió andando, andando, hasta que sintió gran cansancio y se detuvo para tomar aliento y reposar un poco; pero lo invadió una gran pena y rompió en amargo llanto. Entonces se le apareció de nuevo el Lobo Gris, que le dijo:
-Siento, Iván Zarevich, haberte privado de tu caballo; por lo tanto, móntate sobre mí y dime dónde quieres que te lleve.
Iván Zarevich se montó sobre él, y apenas nombró al Pájaro de Fuego, el Lobo Gris echó a correr tan rápido como el viento. Al llegar ante un fuerte muro de piedra, se paró y le dijo a Iván:
-Escala este muro, que rodea un jardín en que está el Pájaro de Fuego encerrado en su jaula de oro. Coge el pájaro, pero guárdate bien de tocar la jaula.
Iván Zarevich franqueó el muro y se encontró en medio del jardín. Sacó al pájaro de la jaula y se disponía a salir, cuando pensó que no le sería fácil el llevarlo sin jaula. Decidió, pues, cogerla, y apenas la hubo tocado cuando sonaron mil campanillas que pendían de infinidad de cuerdecitas tendidas en la jaula. Se despertaron los guardianes y cogieron a Iván Zarevich, llevándolo ante el zar Dolmat, el cual le dijo enfadado:
-¿Quién eres? ¿De qué país provienes? ¿Cómo te llamas?
Le contó Iván toda su historia, y el zar le dijo:
-¿Te parece digna del hijo de un zar la acción que acabas de realizar? Si hubieses venido a mí directamente y me hubieses pedido el Pájaro de Fuego, yo te lo habría dado de buen grado; pero ahora tendrás que ir a mil leguas de aquí y traerme el Caballo de las Crines de Oro, que pertenece al zar Afrón. Si consigues esto, te entregaré el Pájaro de Fuego, y si no, no te lo daré.
Volvió Iván Zarevich junto al Lobo Gris que, al verle, le dijo:
-¡Ay, Iván! ¿Por qué no hiciste caso de lo que te dije? ¿Qué haremos ahora?
-He prometido al zar Dolmat que le traeré el Caballo de las Crines de Oro -le contestó Iván-, y tengo que cumplirlo, porque si no, no me dará el Pájaro de Fuego.
-Bien; pues móntate otra vez sobre mí y vamos allá.
Y más rápido que el viento se lanzó el Lobo Gris, llevando sobre sus lomos a Iván. Por la noche se hallaba ante la caballeriza del zar Afrón y otra vez habló el Lobo a nuestro héroe en esta forma:
-Entra en esta cuadra; los mozos duermen profundamente; saca de ella al Caballo de las Crines de Oro; pero no vayas a coger la rienda, que también es de oro, porque si lo haces tendrás un gran disgusto.
Iván Zarevich entró con gran sigilo, desató el caballo y miró la rienda, que era tan preciosa y le gustó tanto, que, sin poderse contener, alargó un poco la mano con intención tan sólo de tocarla. No bien la hubo tocado cuando empezaron a sonar todos los cascabeles y campanillas que estaban atados a las cuerdas tendidas sobre ella. Los mozos guardianes se despertaron, cogieron a Iván y lo llevaron ante el zar Afrón, que al verlo gritó:
-¡Dime de qué país vienes y cuál es tu origen!
Iván Zarevich contó de nuevo su historia, a la que el zar hubo de replicar:
-¿Y te parece bien robar caballos siendo hijo de un zar? Si te hubieses presentado a mí, te habría regalado el Caballo de las Crines de Oro; pero ahora tendrás que ir lejos, muy lejos, a mil leguas de aquí, a buscar a la infanta Elena la Bella. Si consigues traérmela, te daré el caballo y también la rienda, y si no, no te lo daré.
Prometió poner en práctica la voluntad del zar y salió. Al verlo el Lobo Gris le dijo:
-¡Ay, Iván Zarevich! ¿Por qué me has desobedecido?
-He prometido al zar Afrón -contestó Iván- que le traeré a Elena la Bella. Es preciso que cumpla mi promesa, porque si no, no conseguiré tener el caballo.
-Bien; no te desanimes, que también te ayudaré en esta nueva empresa. Móntate otra vez sobre mí y te llevaré allá.
Se montó de nuevo Iván sobre el Lobo, que salió disparado como una flecha. No sabemos lo que duraría este viaje, pero sí que al fin se paró el Lobo ante una verja dorada que cercaba al jardín de Elena la Bella. Al detenerse habló de este modo a Iván:
-Esta vez voy a ser yo quien haga todo. Espéranos a la infanta y a mí en el prado al pie del roble verde.
Iván lo obedeció y el Lobo saltó por encima de la verja, escondiéndose entre unos zarzales.
Al atardecer salió Elena la Bella al jardín para dar un paseo acompañada de sus damas y doncellas, y cuando llegaron junto a los zarzales donde estaba escondido el Lobo Gris, éste les salió al encuentro, cogió a la infanta, saltó la verja y desapareció. Las damas y las doncellas pidieron socorro y mandaron a los guardianes que persiguieran al Lobo Gris. Éste llevó a la infanta junto a Iván Zarevich y le dijo:
-Móntate, Iván; coge en brazos a Elena la Bella y vámonos en busca del zar Afrón.
Iván, al ver a Elena, se prendó de tal modo de sus encantos que se le desgarraba el corazón al pensar que tenía que dejársela al zar Afrón, y sin poderse contener rompió en amargo llanto.
-¿Por qué lloras? -le preguntó entonces el Lobo Gris.
-¿Cómo no he de llorar si me he enamorado con toda mi alma de Elena y ahora es preciso que se la entregue al zar Afrón?
-Pues escúchame -contestole el Lobo-. Yo me transformaré en infanta y tú me llevarás ante el zar. Cuando recibas el Caballo de las Crines de Oro, márchate inmediatamente con ella, y cuando pienses en mí, volveré a reunirme contigo.
Cuando llegaron al reino del zar Afrón, el Lobo se revolcó en el suelo y quedó transformado en la infanta Elena la Bella; y mientras que el zarevich Iván se presentaba ante el zar con la fingida infanta, la verdadera se quedó en el bosque esperándolo.
Se alegró grandemente el zar Afrón al verlos llegar, e inmediatamente le dio el caballo prometido, despidiéndolo con mucha cortesía.
Iván Zarevich montó sobre el caballo, llevando consigo a la infanta, y se dirigió hacia el reino del zar Dolmat para que le entregase el Pájaro de Fuego.
Mientras tanto el Lobo Gris seguía viviendo en el palacio del zar Afrón. Pasó un día y luego otro y un tercero, hasta que al cuarto le pidió al zar permiso para dar un paseo por el campo. Consintió el zar y salió la supuesta Elena acompañada de damas y doncellas; pero de pronto desapareció sin que las que la acompañaban pudieran decir al zar otra cosa sino que se había transformado en un lobo gris.
Iván Zarevich seguía su camino con su amada, cuando sintió como una punzada en el corazón, y al mismo tiempo se dijo:
-¿Dónde estará ahora mi amigo el Lobo Gris?
Y en el mismo instante se le presentó éste delante diciendo:
-Aquí me tienes. Siéntate, Iván, si quieres, en mi lomo.
Pusiéronse los tres en marcha y, por fin, llegaron al reino de Dolmat; cerca ya del palacio, el zarevich dijo al Lobo:
-Amigo mío, óyeme y hazme, si puedes, el último favor; yo quisiera que el zar Dolmat me entregase el Pájaro de Fuego sin tener necesidad de desprenderme del Caballo de las Crines de Oro, pues me gustaría mucho poderlo conservar a mi lado.
Se transformó el Lobo en caballo y dijo al zarevich:
-Llévame ante el zar Dolmat y recibirás el Pájaro de Fuego.
Mucho se alegró el zar al ver a Iván, a quien dispensó una gran acogida, saliendo a recibirlo al gran patio de su palacio. Le dio las gracias por haberle traído el Caballo de las Crines de Oro, lo obsequió con un gran banquete que duró todo el día, y sólo cuando empezaba a anochecer lo dejó marchar, entregándole el pájaro con jaula y todo.
Acababa de salir el sol cuando Dolmat, que estaba impaciente por estrenar su caballo nuevo, mandó que lo ensillaran, y montándose en él salió a dar un paseo; pero en cuanto estuvieron en pleno campo empezó el caballo a dar coces y a encabritarse hasta que lo tiró al suelo. Entonces el zar vio, con gran asombro, cómo el Caballo de las Crines de Oro se transformaba en un lobo gris que desaparecía con la rapidez de una flecha.
Llegó el Lobo hasta donde estaba el zarevich y le dijo:
-Móntate sobre mí mientras que la hermosa Elena se sirve del Caballo de las Crines de Oro.
Entonces lo llevó hasta donde al principio del viaje le había matado el caballo, y le habló de este modo:
-Ahora, adiós, Iván Zarevich; te serví fielmente, pero ya debo dejarte.
Y diciendo esto desapareció.
Iván Zarevich y Elena la Bella se dirigieron al reino de su padre; pero cuando estaban cerca de él quisieron descansar al pie de un árbol. Ató Iván el caballo, puso junto a sí la jaula con el Pájaro de Fuego, se tumbó en el musgo y se durmió; Elena la Bella se durmió también a su lado.
En tanto, los hermanos de Iván volvían a su casa con las manos vacías. Habían escogido en la encrucijada el camino que se veía enfrente; bebieron, se divirtieron grandemente y ni siquiera habían oído hablar del Pájaro de Fuego. Una vez que hubieron malgastado todo el dinero, decidieron volver al reino de su padre, y cuando regresaban vieron al pie de un árbol a su hermano Iván que dormía junto a una joven de belleza indescriptible. A su lado estaba atado el Caballo de las Crines de Oro, y también descubrieron al Pájaro de Fuego encerrado en su jaula.
Los zareviches desenvainaron sus espadas, mataron a su hermano e hicieron pedazos su cuerpo.
Se despertó Elena, y al ver muerto y destrozado a Iván rompió en amargo llanto.
-¿Quién eres, hermosa joven? -preguntó el zarevich Demetrio.
Y ella le contestó:
-Soy la infanta Elena la Bella; a mi reino fue a buscarme el zarevich Iván, a quien acaban de matar.
-Escucha, Elena -le dijeron los zareviches-: haremos contigo lo mismo que con Iván si te niegas a decir que fuimos nosotros los que te sacamos de tu reino, lo mismo que al caballo y al pájaro.
Temió Elena la muerte y prometió decir todo lo que le ordenasen. Entonces los zareviches Demetrio y Basilio la llevaron, junto con el caballo y el pájaro, a casa de su padre y se alabaron ante éste de su arrojo y valentía. Los zareviches estaban satisfechísimos, pero la hermosa Elena lloraba incesantemente, el Caballo de las Crines de Oro caminaba con la cabeza tan baja que casi tocaba al suelo con ella, y el Pájaro de Fuego estaba triste y deslucido; tanto, que el resplandor que despedía su plumaje era muy débil.
El cuerpo destrozado de Iván quedó por algún tiempo al pie del árbol, y ya empezaban a acercarse las fieras y las aves de rapiña para devorarlo, cuando acertó a pasar por allí el Lobo Gris, que se estremeció mucho al reconocer el cuerpo de su amigo.
-¡Pobre Iván Zarevich! ¡Apenas te dejé, te sobrevino una desgracia! Es menester que te auxilie una vez más.
Ahuyentó a los pájaros y fieras que rodeaban ya el cuerpo de su amigo y se escondió detrás de un zarzal. A poco vio venir volando a un cuervo que, acompañado de sus pequeñuelos, venía a picotear en el cadáver; cuando pasaron delante de él, saltó desde el zarzal y se abalanzó sobre los pequeños; pero el Cuervo padre le gritó:
-¡Oh, Lobo Gris! ¡No te comas a mis hijos!
-Los despedazaré si no me traes en seguida el agua de la muerte y el agua de la vida.
Elevó el vuelo el cuervo padre y se perdió de vista. Al tercer día volvió trayendo dos frascos; entonces el Lobo Gris hizo pedazos a uno de los cuervecitos y lo roció con el agua de la muerte, y al momento los pedacitos volvieron a unirse; cogió el frasco del agua de la vida, lo roció igualmente con ella y el cuervecito sacudió sus plumas y echó a volar. Entonces el Lobo Gris repitió con el zarevich la misma operación de rociarlo con las dos aguas, que lo hicieron resucitar y levantarse, diciendo:
-¿Cuánto tiempo he dormido?
El Lobo Gris le contestó:
-Habrías dormido eternamente si yo no te hubiese resucitado, porque tus hermanos, después de matarte, hicieron pedazos tu cuerpo. Hoy tu hermano Demetrio debe casarse con Elena la Bella y el zar cede todo su reino a tu hermano Basilio a cambio del Caballo de las Crines de Oro y del Pájaro de Fuego; pero móntate sobre tu Lobo Gris, que en un abrir y cerrar de ojos te llevará a presencia de tu padre.
Cuando el Lobo apareció con el zarevich en el vasto patio del palacio todo pareció tomar más vida: Elena la Bella sonrió, secando sus lágrimas; se oyó relinchar en la cuadra al Caballo de las Crines de Oro, y el Pájaro de Fuego esparció tal resplandor, que llenó de luz todo el palacio.
Al entrar Iván en éste vio todos los preparativos para el banquete de boda y que estaban ya reunidos los invitados a la ceremonia para acompañar a los novios Demetrio y Elena. Ésta, al ver a su antiguo prometido, se le echó al cuello abrazándolo estrechamente; pasado este primer ímpetu de alegría, contó al zar cómo fue Iván quien la sacó de su reino, así como quien consiguió traer al Caballo de las Crines de Oro y al Pájaro de Fuego; que después, mientras Iván dormía, sus hermanos lo habían matado y que a ella la habían hecho callar con amenazas. El zar Vislav, lleno de cólera, ordenó que expulsasen de su reino a sus dos hijos mayores.
El zarevich Iván se casó con Elena la Bella y vivieron una vida de paz y amor.
¡Al Lobo Gris no se le volvió a ver más, ni nadie se acordó de él nunca!
Sunday, November 26, 2006
Cuento 2
Érase una vez... una reina que dio a luz una niña muy hermosa. Al bautismo invitó a todas las hadas de su reino, pero se olvidó, desgraciadamente, de invitar a la más malvada.
A pesar de ello, esta hada maligna se presentó igualmente al castillo y, al pasar por delante de la cuna de la pequeña, dijo despechada: "¡A los dieciséis años te pincharás con un huso y morirás!" Un hada buena que había cerca, al oír el maleficio, pronunció un encantamiento a fin de mitigar la terrible condena: al pincharse en vez de morir, la muchacha permanecería dormida durante cien años y solo el beso de un joven príncipe la despertaría de su profundo sueño. Pasaron los años y la princesita se convirtió en la muchacha más hermosa del reino.
El rey había ordenado quemar todos los husos del castillo para que la princesa no pudiera pincharse con ninguno. No obstante, el día que cumplía los dieciséis años, la princesa acudió a un lugar del castillo que todos creían deshabitado, y donde una vieja sirvienta, desconocedora de la prohibición del rey, estaba hilando. Por curiosidad, la muchacha le pidió a la mujer que le dejara probar. "No es fácil hilar la lana", le dijo la sirvienta. "Mas si tienes paciencia te enseñaré." La maldición del hada malvada estaba a punto de concretarse. La princesa se pinchó con un huso y cayó fulminada al suelo como muerta. Médicos y magos fueron llamados a consulta. Sin embargo, ninguno logró vencer el maleficio. El hada buena sabedora de lo ocurrido, corrió a palacio para consolar a su amiga la reina.
La encontró llorando junto a la cama llena de flores donde estaba tendida la princesa. "¡No morirá! ¡Puedes estar segura!" la consoló, "Solo que por cien años ella dormirá" La reina, hecha un mar de lágrimas, exclamó: "¡Oh, si yo pudiera dormir!" Entonces, el hada buena pensó: 'Si con un encantamiento se durmieran todos, la princesa, al despertar encontraría a todos sus seres queridos a su entorno.' La varita dorada del hada se alzó y trazó en el aire una espiral mágica. Al instante todos los habitantes del castillo se durmieron. " ¡Dormid tranquilos! Volveré dentro de cien años para vuestro despertar." dijo el hada echando un último vistazo al castillo, ahora inmerso en un profundo sueño.
En el castillo todo había enmudecido, nada se movía con vida. Péndulos y relojes repiquetearon hasta que su cuerda se acabó. El tiempo parecía haberse detenido realmente. Alrededor del castillo, sumergido en el sueño, empezó a crecer como por encanto, un extraño y frondoso bosque con plantas trepadoras que lo rodeaban como una barrera impenetrable. En el transcurso del tiempo, el castillo quedó oculto con la maleza y fue olvidado de todo el mundo. Pero al término del siglo, un príncipe, que perseguía a un jabalí, llegó hasta sus alrededores. El animal herido, para salvarse de su perseguidor, no halló mejor escondite que la espesura de los zarzales que rodeaban el castillo. El príncipe descendió de su caballo y, con su espada, intentó abrirse camino. Avanzaba lentamente porque la maraña era muy densa.
Descorazonado, estaba a punto de retroceder cuando, al apartar una rama, vio... Siguió avanzando hasta llegar al castillo. El puente levadizo estaba bajado. Llevando al caballo sujeto por las riendas, entró, y cuando vio a todos los habitantes tendidos en las escaleras, en los pasillos, en el patio, pensó con horror que estaban muertos, Luego se tranquilizó al comprobar que solo estaban dormidos. "¡Despertad! ¡Despertad!", chilló una y otra vez, pero en vano. Cada vez más extrañado, se adentró en el castillo hasta llegar a la habitación donde dormía la princesa. Durante mucho rato contempló aquel rostro sereno, lleno de paz y belleza; sintió nacer en su corazón el amor que siempre había esperado en vano. Emocionado, se acercó a ella, tomó la mano de la muchacha y delicadamente la besó... Con aquel beso, de pronto la muchacha se desesperezó y abrió los ojos, despertando del largísimo sueño.
Al ver frente a sí al príncipe, murmuró: ¡Por fin habéis llegado! En mis sueños acariciaba este momento tanto tiempo esperado." El encantamiento se había roto. La princesa se levantó y tendió su mano al príncipe. En aquel momento todo el castillo despertó. Todos se levantaron, mirándose sorprendidos y diciéndose qué era lo que había sucedido. Al darse cuenta, corrieron locos de alegría junto a la princesa, más hermosa y feliz que nunca.
Al cabo de unos días, el castillo, hasta entonces inmerso en el silencio, se llenó de cantos, de música y de alegres risas con motivo de la boda.
A pesar de ello, esta hada maligna se presentó igualmente al castillo y, al pasar por delante de la cuna de la pequeña, dijo despechada: "¡A los dieciséis años te pincharás con un huso y morirás!" Un hada buena que había cerca, al oír el maleficio, pronunció un encantamiento a fin de mitigar la terrible condena: al pincharse en vez de morir, la muchacha permanecería dormida durante cien años y solo el beso de un joven príncipe la despertaría de su profundo sueño. Pasaron los años y la princesita se convirtió en la muchacha más hermosa del reino.
El rey había ordenado quemar todos los husos del castillo para que la princesa no pudiera pincharse con ninguno. No obstante, el día que cumplía los dieciséis años, la princesa acudió a un lugar del castillo que todos creían deshabitado, y donde una vieja sirvienta, desconocedora de la prohibición del rey, estaba hilando. Por curiosidad, la muchacha le pidió a la mujer que le dejara probar. "No es fácil hilar la lana", le dijo la sirvienta. "Mas si tienes paciencia te enseñaré." La maldición del hada malvada estaba a punto de concretarse. La princesa se pinchó con un huso y cayó fulminada al suelo como muerta. Médicos y magos fueron llamados a consulta. Sin embargo, ninguno logró vencer el maleficio. El hada buena sabedora de lo ocurrido, corrió a palacio para consolar a su amiga la reina.
La encontró llorando junto a la cama llena de flores donde estaba tendida la princesa. "¡No morirá! ¡Puedes estar segura!" la consoló, "Solo que por cien años ella dormirá" La reina, hecha un mar de lágrimas, exclamó: "¡Oh, si yo pudiera dormir!" Entonces, el hada buena pensó: 'Si con un encantamiento se durmieran todos, la princesa, al despertar encontraría a todos sus seres queridos a su entorno.' La varita dorada del hada se alzó y trazó en el aire una espiral mágica. Al instante todos los habitantes del castillo se durmieron. " ¡Dormid tranquilos! Volveré dentro de cien años para vuestro despertar." dijo el hada echando un último vistazo al castillo, ahora inmerso en un profundo sueño.
En el castillo todo había enmudecido, nada se movía con vida. Péndulos y relojes repiquetearon hasta que su cuerda se acabó. El tiempo parecía haberse detenido realmente. Alrededor del castillo, sumergido en el sueño, empezó a crecer como por encanto, un extraño y frondoso bosque con plantas trepadoras que lo rodeaban como una barrera impenetrable. En el transcurso del tiempo, el castillo quedó oculto con la maleza y fue olvidado de todo el mundo. Pero al término del siglo, un príncipe, que perseguía a un jabalí, llegó hasta sus alrededores. El animal herido, para salvarse de su perseguidor, no halló mejor escondite que la espesura de los zarzales que rodeaban el castillo. El príncipe descendió de su caballo y, con su espada, intentó abrirse camino. Avanzaba lentamente porque la maraña era muy densa.
Descorazonado, estaba a punto de retroceder cuando, al apartar una rama, vio... Siguió avanzando hasta llegar al castillo. El puente levadizo estaba bajado. Llevando al caballo sujeto por las riendas, entró, y cuando vio a todos los habitantes tendidos en las escaleras, en los pasillos, en el patio, pensó con horror que estaban muertos, Luego se tranquilizó al comprobar que solo estaban dormidos. "¡Despertad! ¡Despertad!", chilló una y otra vez, pero en vano. Cada vez más extrañado, se adentró en el castillo hasta llegar a la habitación donde dormía la princesa. Durante mucho rato contempló aquel rostro sereno, lleno de paz y belleza; sintió nacer en su corazón el amor que siempre había esperado en vano. Emocionado, se acercó a ella, tomó la mano de la muchacha y delicadamente la besó... Con aquel beso, de pronto la muchacha se desesperezó y abrió los ojos, despertando del largísimo sueño.
Al ver frente a sí al príncipe, murmuró: ¡Por fin habéis llegado! En mis sueños acariciaba este momento tanto tiempo esperado." El encantamiento se había roto. La princesa se levantó y tendió su mano al príncipe. En aquel momento todo el castillo despertó. Todos se levantaron, mirándose sorprendidos y diciéndose qué era lo que había sucedido. Al darse cuenta, corrieron locos de alegría junto a la princesa, más hermosa y feliz que nunca.
Al cabo de unos días, el castillo, hasta entonces inmerso en el silencio, se llenó de cantos, de música y de alegres risas con motivo de la boda.
Saturday, November 25, 2006
Cuento 1
Había una vez una niña muy bonita. Su madre le había hecho una capa roja y la muchachita la llevaba tan a menudo que todo el mundo la llamaba Caperucita Roja.
Un día, su madre le pidió que llevase unos pasteles a su abuela que vivía al otro lado del bosque, recomendándole que no se entretuviese por el camino, pues cruzar el bosque era muy peligroso, ya que siempre andaba acechando por allí el lobo.
Caperucita Roja recogió la cesta con los pasteles y se puso en camino. La niña tenía que atravesar el bosque para llegar a casa de la Abuelita, pero no le daba miedo porque allí siempre se encontraba con muchos amigos: los pájaros, las ardillas...
De repente vio al lobo, que era enorme, delante de ella.
- ¿A dónde vas, niña?- le preguntó el lobo con su voz ronca.
- A casa de mi Abuelita- le dijo Caperucita.
- No está lejos- pensó el lobo para sí, dándose media vuelta.
Caperucita puso su cesta en la hierba y se entretuvo cogiendo flores: - El lobo se ha ido -pensó-, no tengo nada que temer. La abuela se pondrá muy contenta cuando le lleve un hermoso ramo de flores además de los pasteles.
Mientras tanto, el lobo se fue a casa de la Abuelita, llamó suavemente a la puerta y la anciana le abrió pensando que era Caperucita. Un cazador que pasaba por allí había observado la llegada del lobo.
El lobo devoró a la Abuelita y se puso el gorro rosa de la desdichada, se metió en la cama y cerró los ojos. No tuvo que esperar mucho, pues Caperucita Roja llegó enseguida, toda contenta.
La niña se acercó a la cama y vio que su abuela estaba muy cambiada.
- Abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!
- Son para verte mejor- dijo el lobo tratando de imitar la voz de la abuela.
- Abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!
- Son para oírte mejor- siguió diciendo el lobo.
- Abuelita, abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!
- Son para...¡comerte mejoooor!- y diciendo esto, el lobo malvado se abalanzó sobre la niñita y la devoró, lo mismo que había hecho con la abuelita.
Mientras tanto, el cazador se había quedado preocupado y creyendo adivinar las malas intenciones del lobo, decidió echar un vistazo a ver si todo iba bien en la casa de la Abuelita. Pidió ayuda a un segador y los dos juntos llegaron al lugar. Vieron la puerta de la casa abierta y al lobo tumbado en la cama, dormido de tan harto que estaba.
El cazador sacó su cuchillo y rajó el vientre del lobo. La Abuelita y Caperucita estaban allí, ¡vivas!.
Para castigar al lobo malo, el cazador le llenó el vientre de piedras y luego lo volvió a cerrar. Cuando el lobo despertó de su pesado sueño, sintió muchísima sed y se dirigió a un estanque próximo para beber. Como las piedras pesaban mucho, cayó en el estanque de cabeza y se ahogó.
En cuanto a Caperucita y su abuela, no sufrieron más que un gran susto, pero Caperucita Roja había aprendido la lección. Prometió a su Abuelita no hablar con ningún desconocido que se encontrara en el camino. De ahora en adelante, seguiría las juiciosas recomendaciones de su Abuelita y de su Mamá.
Un día, su madre le pidió que llevase unos pasteles a su abuela que vivía al otro lado del bosque, recomendándole que no se entretuviese por el camino, pues cruzar el bosque era muy peligroso, ya que siempre andaba acechando por allí el lobo.
Caperucita Roja recogió la cesta con los pasteles y se puso en camino. La niña tenía que atravesar el bosque para llegar a casa de la Abuelita, pero no le daba miedo porque allí siempre se encontraba con muchos amigos: los pájaros, las ardillas...
De repente vio al lobo, que era enorme, delante de ella.
- ¿A dónde vas, niña?- le preguntó el lobo con su voz ronca.
- A casa de mi Abuelita- le dijo Caperucita.
- No está lejos- pensó el lobo para sí, dándose media vuelta.
Caperucita puso su cesta en la hierba y se entretuvo cogiendo flores: - El lobo se ha ido -pensó-, no tengo nada que temer. La abuela se pondrá muy contenta cuando le lleve un hermoso ramo de flores además de los pasteles.
Mientras tanto, el lobo se fue a casa de la Abuelita, llamó suavemente a la puerta y la anciana le abrió pensando que era Caperucita. Un cazador que pasaba por allí había observado la llegada del lobo.
El lobo devoró a la Abuelita y se puso el gorro rosa de la desdichada, se metió en la cama y cerró los ojos. No tuvo que esperar mucho, pues Caperucita Roja llegó enseguida, toda contenta.
La niña se acercó a la cama y vio que su abuela estaba muy cambiada.
- Abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!
- Son para verte mejor- dijo el lobo tratando de imitar la voz de la abuela.
- Abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!
- Son para oírte mejor- siguió diciendo el lobo.
- Abuelita, abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!
- Son para...¡comerte mejoooor!- y diciendo esto, el lobo malvado se abalanzó sobre la niñita y la devoró, lo mismo que había hecho con la abuelita.
Mientras tanto, el cazador se había quedado preocupado y creyendo adivinar las malas intenciones del lobo, decidió echar un vistazo a ver si todo iba bien en la casa de la Abuelita. Pidió ayuda a un segador y los dos juntos llegaron al lugar. Vieron la puerta de la casa abierta y al lobo tumbado en la cama, dormido de tan harto que estaba.
El cazador sacó su cuchillo y rajó el vientre del lobo. La Abuelita y Caperucita estaban allí, ¡vivas!.
Para castigar al lobo malo, el cazador le llenó el vientre de piedras y luego lo volvió a cerrar. Cuando el lobo despertó de su pesado sueño, sintió muchísima sed y se dirigió a un estanque próximo para beber. Como las piedras pesaban mucho, cayó en el estanque de cabeza y se ahogó.
En cuanto a Caperucita y su abuela, no sufrieron más que un gran susto, pero Caperucita Roja había aprendido la lección. Prometió a su Abuelita no hablar con ningún desconocido que se encontrara en el camino. De ahora en adelante, seguiría las juiciosas recomendaciones de su Abuelita y de su Mamá.
ok, again
Siempre es pues el HH el único que sabe recitar discursos de bienvenida.
Yo voy, lobo estepario, trotando
por el mundo de nieve cubierto;
del abedul sale un cuervo volando,
y no cruzan ni liebres ni corzas el campo desierto.
Me enamora una corza ligera,
en el mundo no hay nada tan lindo y hermoso;
con mis dientes y zarpas de fiera
destrozaré su cuerpo sabroso.
Y volviera mi afán a mi amada,
en sus muslos mordiendo la carne blanquísima
y saciando mi sed en su sangre por mi derramada,
para aullar luego solo en la noche tristísima.
Una liebre bastara también a mi anhelo;
dulce sabe su carne en la noche callada y oscura.
¡Ay! ¿Por qué me abandona en letal desconsuelo
de la vida la parte más noble y más pura?
Vetas grises adquiere mi rabo peludo;
voy perdiendo la vista, me atacan las fiebres;
hace tiempo que ya estoy sin hogar y viudo
y que troto y que sueno con corzas y liebres
que mi triste destino me ahuyenta y espanta.
Oigo al aire soplar en la noche de invierno,
hundo en nieve mi ardiente garganta,
y así voy llevando mi mísera alma al infierno.
Yo voy, lobo estepario, trotando
por el mundo de nieve cubierto;
del abedul sale un cuervo volando,
y no cruzan ni liebres ni corzas el campo desierto.
Me enamora una corza ligera,
en el mundo no hay nada tan lindo y hermoso;
con mis dientes y zarpas de fiera
destrozaré su cuerpo sabroso.
Y volviera mi afán a mi amada,
en sus muslos mordiendo la carne blanquísima
y saciando mi sed en su sangre por mi derramada,
para aullar luego solo en la noche tristísima.
Una liebre bastara también a mi anhelo;
dulce sabe su carne en la noche callada y oscura.
¡Ay! ¿Por qué me abandona en letal desconsuelo
de la vida la parte más noble y más pura?
Vetas grises adquiere mi rabo peludo;
voy perdiendo la vista, me atacan las fiebres;
hace tiempo que ya estoy sin hogar y viudo
y que troto y que sueno con corzas y liebres
que mi triste destino me ahuyenta y espanta.
Oigo al aire soplar en la noche de invierno,
hundo en nieve mi ardiente garganta,
y así voy llevando mi mísera alma al infierno.
de nuevo el final
Al final siempre se la pasa uno empezando de nuevo. Hay veces crees que es posible pararte o sentarte y que no eres parte del sistema universal; pero te engañas, también estás girando. No es lo mismo, sin embargo. Cada inicio tiene su propia vida, haces las cosas con otro conocimiento, con otra inocencia, con otra ingenuidad. Y entonces eres la misma persona pero más agresiva o más recatada o más impulsiva o más nostálgica, etc. pero en el fondo eres la misma persona. La reencarnación sucede sin necesidad de perder el recuerdo, la conciencia de las anteriores vidas. Y no hay nada que remediar, nada que corregir, nada que repetir, nada a lo que condenarse, solo seguir y disfrutar del bello paisaje, de la gente que vas conociendo, de sus errores y de los tuyos, vivir la felicidad, aguantar el dolor, porque tú sabes que el final del camino siempre te parecerá conocido.
una canción más
Porque usted me hizo enfrentar con lo peor de mí y en mi lado más oscuro me descubrí. No olvide que la espero, no espere que la olvide. No olvide que la quiero, no quiera que la olvide. Porque algo en mí cambió, porque algo en mí sembró, porque usted ha domado lo que nadie en mí domó.
Sólo míreme a los ojos y averigüe si cambié, yo no la quiero convencer, ni la quiero impresionar, sólo présteme una tarde y le regalo mi verdad.
Sólo míreme a los ojos y averigüe si cambié, yo no la quiero convencer, ni la quiero impresionar, sólo présteme una tarde y le regalo mi verdad.
Friday, November 24, 2006
paramnesia
Hay veces que una corriente eléctrica sacude mi lóbulo temporal. Me pasa sobre todo cuando estás cerca. Entonces sonrio pensando en lo cursi que suena eso de "te conozco de antes". "Oye flaca, yo te conozco de otra vida". Pero es cierto, a fin de cuentas es cierto; claro que también puede ser una simple aberración neurológica, una simple falla del cerebro. ¿Pero, solo es casualidad que se produzca ante tu presencia? He dicho tu presencia y con razón. Es algo inmaterial, no asequible, sensitivo.
El otro día me pareció verte corriendo en la playa... no, no era una imagen romántica de verte llegar sobre la arena blanca y con un mar turqueza de fondo, sino que corrías al costado de la autopista con tu malla negra y frisos rosados, con audífonos. Otra vez no paré. Debería. Debería haber parado y gritado tu nombre. Tal vez eras real. Tal vez solo haya estado confundiéndome de nuevo.
La probabilidad de sufrir se incrementa considerablemente en sujetos que padecen de ansiedad o esquizofrenia.
Sí, son malas. No deberías leer cuando tienen forma de poema. A quienes tienen forma de poema.
El otro día me pareció verte corriendo en la playa... no, no era una imagen romántica de verte llegar sobre la arena blanca y con un mar turqueza de fondo, sino que corrías al costado de la autopista con tu malla negra y frisos rosados, con audífonos. Otra vez no paré. Debería. Debería haber parado y gritado tu nombre. Tal vez eras real. Tal vez solo haya estado confundiéndome de nuevo.
La probabilidad de sufrir se incrementa considerablemente en sujetos que padecen de ansiedad o esquizofrenia.
Sí, son malas. No deberías leer cuando tienen forma de poema. A quienes tienen forma de poema.
Wednesday, November 22, 2006
tu amor me desarma
Tu amor me hace bien, tu amor me desarma, me vence, me amarra. Tus detalles que matan. Porque tenerte a mi lado me hace fuerte, te quiero así, cuando ríes, cuando callas, porque al caer me levantas.
Tu amor me despierta los sentidos... me desarma, me vence, me amarra.
Ufff, hace tiempo que no escuchaba a alguien tan enamorado. ¡Qué envidia!
Tu amor me despierta los sentidos... me desarma, me vence, me amarra.
Ufff, hace tiempo que no escuchaba a alguien tan enamorado. ¡Qué envidia!
Monday, November 20, 2006
Primer día en mi nuevo trabajo
Hoy fue mi primer día en el nuevo trabajo. No fue un día muy bueno. Creo que el dueño no tiene muy en claro para qué me ha contratado. Mis compañeros tampoco. Casi todos los antiguos me han recibido bien. El resto recién se está enterando que han creado un nuevo puesto, que lo ocupo yo y que me van a pagar más que a ellos. Me he equivocado en el primer encargo que me hicieron. La cultura de esta empresa es totalmente distinta a todas por las que antes he pasado. Tendré que aprender sobre la marcha y está claro que nadie va a enseñarme nada, al contrario, prefieren que me equivoque. Pero el dueño confía mucho en mí. Creo que él sabe del ambiente en que me ha metido y espera que sobreviva, claro, me apoya. Después del almuerzo entró a un área común y delante de todos me preguntó lo que opinaba sobre un tema X de la empresa (algo muy simple, como, ¿te parece que la cafetera deba estar en ese sitio o en otro?), le respondí en base a como se trabajaría mejor, y enseguida ordenó el cambio. Todos se mordieron la lengua. Menos mal que la solución planteada dio resultados; me lo dijo un señor casi en voz baja. Pero cuando me pidieron que solucione un problema más relacionado con el trabajo, lo hice a mi manera, pero no a la manera que debía hacerse y el resultado no fue satisfactorio. Me di cuenta de inmediato. Hubo muchas sonrisas a mi alrededor. Pienso que es mejor equivocarse a no hacer nada. Mañana lo haré mejor, de eso estoy seguro. Primero aprenderé sus formas, luego las mejoraré y empujaré para que todos cambien. Para eso me pagan.
Lo mejor de estar en un ambiente hostil es que tienes en que ocupar todos tus sentidos, y sobre todo, tienes la mente ocupada.
Lo mejor de estar en un ambiente hostil es que tienes en que ocupar todos tus sentidos, y sobre todo, tienes la mente ocupada.
todavía tengo algo que decir
Dijo
que
nunca
me
haría
daño
.
.
.
repetía
que
me quería
.
.
.
y
.
.
.
fue
.
.
.
desabrochando
.
.
.
mi
mi difraz de hombre araña
.
.
.
volvió a desnudar mi alma
volvió a hacerme puro
a mí
que prefería revolcarme en agua turbia
un poco como un falso poeta maldito
que agita el agua a su alrededor para que parezca turbia
(¿quién dijo eso?)
.
.
.
me volvió a hacer puro
y
.
.
.
eso duele.
que
nunca
me
haría
daño
.
.
.
repetía
que
me quería
.
.
.
y
.
.
.
fue
.
.
.
desabrochando
.
.
.
mi
mi difraz de hombre araña
.
.
.
volvió a desnudar mi alma
volvió a hacerme puro
a mí
que prefería revolcarme en agua turbia
un poco como un falso poeta maldito
que agita el agua a su alrededor para que parezca turbia
(¿quién dijo eso?)
.
.
.
me volvió a hacer puro
y
.
.
.
eso duele.
Sunday, November 19, 2006
Si tomás un trago, conseguís a un hombre
Carmen creía que no había mejor cosa que hacer en las reuniones de su trabajo que conversar con las uvas, y claro, sonreir y decir unas cuentas palabras para que nadie note su ausencia. Cuando la conversación era alegre solía levantarse de improviso, coger su cartera, su abrigo y empezar a despedirse "Chau, nena, cuidate mucho", "¿Vos te vas tan rápido?, esperame que estoy en el carro". Pero no, cuando Carmen estaba alegre solo quería llegar rápido a su casa, echarse en la cama y disfrutar del sueño generalmente negado.
En cambio, cuando las uvas le contaban malas cosas, Carmen se ponía triste, la asaltaban las ganas de llorar y entonces tenía que reir más fuerte, coquetear, improvisar algún paso de baile y esperar los ofrecimientos "¿Querés que vayamos a otro lado a bailar un poco?" "Vamos, que te llevo". Entonces aceptaba llegaba rápido a su casa, arreglaba la cama, hacía el amor desesperadamente, tratando de cansarse, rogando que después venga el sueño generalmente negado.
A Carmen le gustaba conversar con las uvas, casí siempre auguraban que más tarde podría soñar algo. Y siempre, justo antes que la venza el sueño, recordaba las últimas palabras que le gritó Carmelo: "Después de todo, ustedes las pibas, tienen más suerte. Les basta ir a un bar, tomar un trago y zas conseguís un hombre..."
En cambio, cuando las uvas le contaban malas cosas, Carmen se ponía triste, la asaltaban las ganas de llorar y entonces tenía que reir más fuerte, coquetear, improvisar algún paso de baile y esperar los ofrecimientos "¿Querés que vayamos a otro lado a bailar un poco?" "Vamos, que te llevo". Entonces aceptaba llegaba rápido a su casa, arreglaba la cama, hacía el amor desesperadamente, tratando de cansarse, rogando que después venga el sueño generalmente negado.
A Carmen le gustaba conversar con las uvas, casí siempre auguraban que más tarde podría soñar algo. Y siempre, justo antes que la venza el sueño, recordaba las últimas palabras que le gritó Carmelo: "Después de todo, ustedes las pibas, tienen más suerte. Les basta ir a un bar, tomar un trago y zas conseguís un hombre..."
Saturday, November 18, 2006
Texto confuso alrededor de una niña tonta
Amaneció iluminado. Se dió cuenta que esperar no tenía sentido, que si estaba donde estaba era porque mal no lo había hecho. Estadísticamente estaba al borde de estar en la mitad de su vida, y mal no lo había hecho en los primeros 35 años y meses. Estaba en el entretiempo. Analizó las cosas que había hecho bien y se dio cuenta que lo mejor habían sido las épocas de viaje. Luego las épocas de estudio e investigación. Y todo salpicado por los no pocos reconocimientos laborales. Tenía 35 años y meses. Había estudiado, había viajado, había trabajado. ¿Había amado? No estaba seguro de ello. Sí se había enamorado, varias veces. Varias veces también se había desenamorado. ¿Pero, había amado?
Se dio cuenta que esperar no tenía sentido. Que aceptar el capricho de una niña tonta que no sabía que hacer con su vida, no tenía sentido. Miguel estaba sintiendo que ese día acababa de llegar. "Si tan solo me volvieras a coquetear un poquito", se repitió por última vez. Luego se rió de la tontería que decía y se dio cuenta que ya no le interesaba, que la había olvidado. Miguel se sentía fuerte. Pensaba que no lo había hecho mal. Que en el primer tiempo de su vida había logrado lo suficiente como para manejar el partido durante la segunda mitad. Tenía un gol de ventaja y le bastaba con un empate. Miguel pensó que lo único que tenía que hacer era cuidar su arco. Estar a la defensiva. Ya no arriesgar. Con un poco de sabiduría podría incluso aprovechar alguna oportunidad y meter otro gol. Ya había sembrado, las plantas crecían robustas, solo había que esperar a que florezcan.
¿Miguel estás bien? "Como nuevo", respondió. Miguel, te está saliendo sangre de la nariz. "Oh... no es nada, estoy bien". Miguel, estás pálido, ¿qué pasa? "Estoy bien, estoy bien... solo me duele un poco aquí" Miguel cayó pesadamente. Estaba satisfecho con lo que había hecho. Iba ganando 1-0.
Commentario:
Sí, yo también he sentido lo mismo. Escribes lo que yo quiero decir.
Se dio cuenta que esperar no tenía sentido. Que aceptar el capricho de una niña tonta que no sabía que hacer con su vida, no tenía sentido. Miguel estaba sintiendo que ese día acababa de llegar. "Si tan solo me volvieras a coquetear un poquito", se repitió por última vez. Luego se rió de la tontería que decía y se dio cuenta que ya no le interesaba, que la había olvidado. Miguel se sentía fuerte. Pensaba que no lo había hecho mal. Que en el primer tiempo de su vida había logrado lo suficiente como para manejar el partido durante la segunda mitad. Tenía un gol de ventaja y le bastaba con un empate. Miguel pensó que lo único que tenía que hacer era cuidar su arco. Estar a la defensiva. Ya no arriesgar. Con un poco de sabiduría podría incluso aprovechar alguna oportunidad y meter otro gol. Ya había sembrado, las plantas crecían robustas, solo había que esperar a que florezcan.
¿Miguel estás bien? "Como nuevo", respondió. Miguel, te está saliendo sangre de la nariz. "Oh... no es nada, estoy bien". Miguel, estás pálido, ¿qué pasa? "Estoy bien, estoy bien... solo me duele un poco aquí" Miguel cayó pesadamente. Estaba satisfecho con lo que había hecho. Iba ganando 1-0.
Commentario:
Sí, yo también he sentido lo mismo. Escribes lo que yo quiero decir.
Thursday, November 16, 2006
Una semana bien
Esta ha sido una semana muy rara, una semana bien. Creo que he encontrado la forma de dejar de maltratar a mi alma. Estoy sintiendo menos. Seguramente que se trata solo de algo pasajero pero una semana bien, es una semana bien. He obviado la causa continua de mi malestar, he decidido que no existe y que de aquí para adelante todo depende de mí. Luego, he querido creer que la causa de mi vida está tan lejos que no vale la pena angustiarse por que no esté cerca. Sobre mi esperanza, me he dado cuenta que es tan idiota y tonta como cualquier otra, y como tal me ha dejado de motivar luchar por ella. Así, todo se ha hecho soportable. No es el mejor de los mundos pero es una semana bien. Hasta algunos motivos de alegría he encontrado. No es poco. Y sobre todo no es conformismo, solo es como si hubiese cambiado de lente y entonces el objetivo se ve de distinta manera y todo el atroz panorama que sentía ahora lo veo tan nebuloso que hasta una sonrisa puede dibujarse en mi rostro. Ahora lo claramente visible es un futuro más cercano y simple.
Commentarios:
Que así sea. Vívelo mientras dure.
Commentarios:
Que así sea. Vívelo mientras dure.
Otra canción adaptada
Es de noche otra vez y yo estoy en cualquier planeta. Puedo compaginar la inocencia con la piel. Yo nací para mirar lo que pocos quieren ver.
Es de noche otra vez. La otra es solo otra chica tonta bajo el sol.
Es de noche otra vez. La otra es solo otra chica tonta bajo el sol.
Tuesday, November 14, 2006
Podrías decir que soy un perro
Recuerdo que buscaba a una amiga y de pronto me encontré regresando y regresando sobre los escritos de una transparencia. Como soy más bien antisocial, solo te leía hasta que un día me provocaste tanta risa que te contacté. Cuando encuentras a alguien que atraviesa por uno de los momentos más malos de su vida puede que te conviertas en su héroe o que ni siquiera se fije en tí.
Fuí las dos cosas para tí, y todo en dos minutos, me pediste ayuda y no esperaste explicaciones ni diste oportunidades, desapareciste sin más y me dejaste tan vacío, tan hecho mierda. Y es que hay tipos como yo, enfermos por ayudar, que tienen como meta de vida el hacer el bien, el ser bueno. Y además parecerlo. Así que me dejaste con la sensación de haber fallado, de haber tendido la mano y luego haberla quitado para dejarte morir en el barril que -ahora sé- que siempre cargas.
Me dió una sola oportunidad para ser el héroe y después se olvidó de mí. Con el tiempo volví a llamar su atención, pero al parecer ese primer encuentro marcaría toda nuestra relación. Pasamos buenos momentos, descubrimos nuestros espíritus libres y lo muy en común que tienen, se convirtió en lo mejor de mi vida, pero con todo, toda la historia siguiente no fue sino la repetición de este acto de héroe y olvido.
Encima te llamas Libertad cuando la libertad es pues la mierda esa imprescindible que te condena a ser un infeliz. El camino de la libertad es el camino de la soledad, de la ausencia de paz, de las emboscadas, de los ataques de los bandoleros. A pesar de todo te prefiero, podrás decir que soy un perro por seguir detrás de tí, pero lo dijeras si me hablaras.
Fuí las dos cosas para tí, y todo en dos minutos, me pediste ayuda y no esperaste explicaciones ni diste oportunidades, desapareciste sin más y me dejaste tan vacío, tan hecho mierda. Y es que hay tipos como yo, enfermos por ayudar, que tienen como meta de vida el hacer el bien, el ser bueno. Y además parecerlo. Así que me dejaste con la sensación de haber fallado, de haber tendido la mano y luego haberla quitado para dejarte morir en el barril que -ahora sé- que siempre cargas.
Me dió una sola oportunidad para ser el héroe y después se olvidó de mí. Con el tiempo volví a llamar su atención, pero al parecer ese primer encuentro marcaría toda nuestra relación. Pasamos buenos momentos, descubrimos nuestros espíritus libres y lo muy en común que tienen, se convirtió en lo mejor de mi vida, pero con todo, toda la historia siguiente no fue sino la repetición de este acto de héroe y olvido.
Encima te llamas Libertad cuando la libertad es pues la mierda esa imprescindible que te condena a ser un infeliz. El camino de la libertad es el camino de la soledad, de la ausencia de paz, de las emboscadas, de los ataques de los bandoleros. A pesar de todo te prefiero, podrás decir que soy un perro por seguir detrás de tí, pero lo dijeras si me hablaras.
Monday, November 13, 2006
Canción adaptada
Te siento respirar lejos de tu lugar, hoy tuve un sueño con vos, que locos eramos los dos en los buenos tiempos... Luego encontramos el fin y la vida no. La línea blanca se terminó, no hay señales en tus ojos. Llorando en el espejo puedo ver a un actor en busca de aquel papel que justifique con la acción toda fantasía... que desintegre como un dios esta oscura prisión.
Saturday, November 11, 2006
Debo estar viejo
Debo estar viejo. Antes me parecía gracioso solo tener relaciones de uno o dos días, ahora eso me deja destruido.
Sabes, me gustaría que como a tí, se me ocurrieran grandes historias, pero en cambio con las justas se me presentan frases.
Es contradictorio, pero una ilusión puede servirte para olvidar la soledad y al mismo tiempo para hacerla más patente.
José era tan pero tan feo, que las chicas odiaban darse cuenta que habían empezado a enamorarse de él. "¿No puede ser, porqué de él?", se repetían. Y renegaban incluso delante de él. Trataban de burlarse de él para ver si así lograban entrar en razón, pero muchas veces era demasiado tarde. José era un tipo con suerte, se solía escuchar, pero él sabía la verdad.
Sabes, me gustaría que como a tí, se me ocurrieran grandes historias, pero en cambio con las justas se me presentan frases.
Es contradictorio, pero una ilusión puede servirte para olvidar la soledad y al mismo tiempo para hacerla más patente.
José era tan pero tan feo, que las chicas odiaban darse cuenta que habían empezado a enamorarse de él. "¿No puede ser, porqué de él?", se repetían. Y renegaban incluso delante de él. Trataban de burlarse de él para ver si así lograban entrar en razón, pero muchas veces era demasiado tarde. José era un tipo con suerte, se solía escuchar, pero él sabía la verdad.
Friday, November 10, 2006
La mujer que escribía
Un día, sin saber, Juan encontró a la mujer que escribía su historia. Ella veía-soñaba y describía sus imágenes sin saber que tejía el destino de otra persona. Sí pues, parecía la ficción de un cuento. Se encontraron en el metro y -de nuevo, sin saberlo-, se reconocieron. Hablaron. Hablaron mucho y conforme se contaban sus historias, se dieron cuenta ante quien estaban. Quedaron en verse al día siguiente.
Thursday, November 09, 2006
Fugaz
Abrí la puerta de mi casa y un fuerte viento golpeó mi cara. Hace un tiempo, había una chica a la que veía salir todos los días de su casa, pasar frente al lugar donde atendía y sonreirme como si fuese su vecino. Siempre salía a 27 para las 10 y regresaba generalmente a las 7. Un día cualquiera rompió su rutina. Estaba preocupándome cuando hacia el mediodía se acercó a donde estaba, hizo su pedido y cuando se lo estaba entregando, justo en el instante en que nuestras dos manos quedaron unidas por un pedazo de papel, un fuerte viento sopló de improviso, golpeó mi cara y la despeinó ligeramente. Nos miramos a los ojos, sorprendidos, alegres, juguetones; "¡vaya!", dije, ella rió de nuevo y no pude hacer sino imitarla. Nuestras manos seguían unidas por el pedazo de papel. Ella guardó su pedido, dió media vuelta, y se fue contenta, caminando ligero, casi corriendo y saltando. No hubo más viento ese día.
Wednesday, November 08, 2006
Mujeres locas y locas mujeres
Hay mujeres tan locas que creen que el amor dura para siempre y terminan irremdiablemente siendo tratadas como putas. Hay mujeres que cuando les dices que ya no las amas, o que te has dado cuenta que nunca las amaste, no te creen. Que se ponen a esperar un día, dos, una semana, un mes, un año; y de pronto, cuando apenas te acordabas que existían, te las encuentras de casualidad, pruebas a tratar de tirártelas y te las tiras. Lo peor es que en su locura, ellas creen que no fue casualidad el que se hayan encontrado; que en realidad tu planeaste el encuentro porque la extrañabas; que si te acercaste más de lo que haría un amigo era porque todavía sentías algo más que las ganas incontenibles; que el volver a acostarse significaba que habían vuelto, que al fin su amor había vuelto.
Hay mujeres así de locas, y no son pocas. Entonces todo depende del hombre. Si se es malo, uno puede tenerlas en ese trance años de años. Llamándolas para tirar el fin de semana que no tienes nada que hacer. Si eres bueno, desapareces. El colmo de la locura es que ellas leen todo al revés: si las llamas eres bueno, y si te vas, eres malo, un abusivo.
En realidad todas las mujeres tienen mucho de locas. Entre todos los tipos de locura, hay uno muy sublime. Son las locas mujeres que son conscientes de su multiplicidad, a las que es imposible encasillarlas, que andan en búsqueda continua. Esas son las mujeres de verdad: las que no existen a partir de un hombre. A una de esas locas mujeres me gustaría alcanzar pero para ello quizás haya que ser un loco hombre y no un hombre loco. Quien sabe.
Hay mujeres así de locas, y no son pocas. Entonces todo depende del hombre. Si se es malo, uno puede tenerlas en ese trance años de años. Llamándolas para tirar el fin de semana que no tienes nada que hacer. Si eres bueno, desapareces. El colmo de la locura es que ellas leen todo al revés: si las llamas eres bueno, y si te vas, eres malo, un abusivo.
En realidad todas las mujeres tienen mucho de locas. Entre todos los tipos de locura, hay uno muy sublime. Son las locas mujeres que son conscientes de su multiplicidad, a las que es imposible encasillarlas, que andan en búsqueda continua. Esas son las mujeres de verdad: las que no existen a partir de un hombre. A una de esas locas mujeres me gustaría alcanzar pero para ello quizás haya que ser un loco hombre y no un hombre loco. Quien sabe.
¿Quién podría culparlo?
Después vino el día en que él se dió cuenta de que haga lo que haga nada cambiaría. Podría tomar el camino largo o el atajo, tratar de engañarse parándose a descansar o doblando en cada esquina, pero siempre, siempre, irremediablemente, llegaría al mismo sitio, al mismo triste punto.
Ese día, Paolo podría haberse abandonado, dejarse aplastar por el destino y quizás hasta sacar la navaja y optar por lo sano. Hubiese sido comprensible que lo hiciera. Ya ni siquiera podía refugiarse en la soledad. Ahora todo era a medias, podía renunciar solo a la mitad del mundo, pero la otra mitad quedaba ahí, latiendo, demandando.
Paolo en cambio, ya sin esperanza, decidió seguir con paso cansino, deplorable, dando pena. ¿Pero, quién podría culparlo?
Ese día, Paolo podría haberse abandonado, dejarse aplastar por el destino y quizás hasta sacar la navaja y optar por lo sano. Hubiese sido comprensible que lo hiciera. Ya ni siquiera podía refugiarse en la soledad. Ahora todo era a medias, podía renunciar solo a la mitad del mundo, pero la otra mitad quedaba ahí, latiendo, demandando.
Paolo en cambio, ya sin esperanza, decidió seguir con paso cansino, deplorable, dando pena. ¿Pero, quién podría culparlo?
Monday, November 06, 2006
Romeo y Julieta
(fragmento)
Durante toda esta escena Julieta permanecerá sentada tejiendo en su balcón. No mirará ni una sola vez a Romeo, solo escuchará, de repente prestará atención a lo que le dicen, pero solo será por unos segundos.
(Solo hay dos luces, una dirigida a Julieta, la otra a Romeo. Se escucha el primer grito enérgico de Romeo y se levanta el telón.)
Romeo: No te amo, eso lo sabes. ¿Pero acaso merezco un castigo por ello?
(Los siguientes gritos son más bien sumisos)
Romeo: Estoy de nuevo aquí bella dama, la más hermosa de todas. Pido clemencia por haber cometido el pecado de no amarte. Libérame de esta carga. Deja que tome lo único que poseo, esas dos bellas joyas que sabes que yo sabré pulir y que sabes que tú desperdiciarás. ¿Porqué me retienes aquí? ¿Qué pretendes sacar? No tengo dinero que darte. No tengo nada que darte.
(Los siguientes gritos son más bien desesperados)
Romeo: ¿Porque diablos no te apartas? ¿Porqué esa tosudez tuya de estar estropeando permanentemente mi vida? ¿Qué derecho crees que adquiriste al abrir dos veces las piernas? ¿Cuál es el precio que quieres cobrar por el par de joyas que pariste?
(Los siguientes gritos son más bien amenazantes)
Romeo: Responde, accede a mi pedido, o dime lo que debo hacer. Maldita seas. Mi acero acabará hundiéndose en tu cuerpo o en el mío. ¿Cuánto más crees que soportaré? ¿Cuánto crees que tardaré en escalar este muro? ¿Acaso crees que será tiempo suficiente para que reflexione? ¿Quieres apostar?
Romeo saca su puñal y empieza a trepar el muro.
Fin del Acto.
Durante toda esta escena Julieta permanecerá sentada tejiendo en su balcón. No mirará ni una sola vez a Romeo, solo escuchará, de repente prestará atención a lo que le dicen, pero solo será por unos segundos.
(Solo hay dos luces, una dirigida a Julieta, la otra a Romeo. Se escucha el primer grito enérgico de Romeo y se levanta el telón.)
Romeo: No te amo, eso lo sabes. ¿Pero acaso merezco un castigo por ello?
(Los siguientes gritos son más bien sumisos)
Romeo: Estoy de nuevo aquí bella dama, la más hermosa de todas. Pido clemencia por haber cometido el pecado de no amarte. Libérame de esta carga. Deja que tome lo único que poseo, esas dos bellas joyas que sabes que yo sabré pulir y que sabes que tú desperdiciarás. ¿Porqué me retienes aquí? ¿Qué pretendes sacar? No tengo dinero que darte. No tengo nada que darte.
(Los siguientes gritos son más bien desesperados)
Romeo: ¿Porque diablos no te apartas? ¿Porqué esa tosudez tuya de estar estropeando permanentemente mi vida? ¿Qué derecho crees que adquiriste al abrir dos veces las piernas? ¿Cuál es el precio que quieres cobrar por el par de joyas que pariste?
(Los siguientes gritos son más bien amenazantes)
Romeo: Responde, accede a mi pedido, o dime lo que debo hacer. Maldita seas. Mi acero acabará hundiéndose en tu cuerpo o en el mío. ¿Cuánto más crees que soportaré? ¿Cuánto crees que tardaré en escalar este muro? ¿Acaso crees que será tiempo suficiente para que reflexione? ¿Quieres apostar?
Romeo saca su puñal y empieza a trepar el muro.
Fin del Acto.
Mi vida miserable
He vuelto a tener una vida miserable.
Cada día a las cinco de la mañana despierto con el zumbido del celular, me siento al borde de la cama y lucidamente me pregunto:
¿Qué hago acá?
Después de ese deprimente inicio,
nada hay que consiga sacarme de la turbación
Pasaron tres meses de contadas alegrías
y hace tres semanas he tenido que volver
el regreso estresante
pelear, pelear, pelear y pelear
el alma cansada de tanto pelear
la condena más siniestra jamás concebida
Si tan solo pudiera alejarme sin preocupaciones
vivir en el extremo del mundo sin pensar en nada más
Pero soy primavera a pesar de todo
más me valiera ser frío, gris y crudo
Puedo sonreir entre la mañana y la noche
hasta que se me vuelve a presentar el diablo
Odio esta vida miserable
llego a envidiar a la gente feliz
Maldita suerte la que me ha tocado
Maldita la miseria en que me toca vivir
Cada día a las cinco de la mañana despierto con el zumbido del celular, me siento al borde de la cama y lucidamente me pregunto:
¿Qué hago acá?
Después de ese deprimente inicio,
nada hay que consiga sacarme de la turbación
Pasaron tres meses de contadas alegrías
y hace tres semanas he tenido que volver
el regreso estresante
pelear, pelear, pelear y pelear
el alma cansada de tanto pelear
la condena más siniestra jamás concebida
Si tan solo pudiera alejarme sin preocupaciones
vivir en el extremo del mundo sin pensar en nada más
Pero soy primavera a pesar de todo
más me valiera ser frío, gris y crudo
Puedo sonreir entre la mañana y la noche
hasta que se me vuelve a presentar el diablo
Odio esta vida miserable
llego a envidiar a la gente feliz
Maldita suerte la que me ha tocado
Maldita la miseria en que me toca vivir
Saturday, November 04, 2006
De pies ligeros
Ayer viernes tomé tanto que ya ni sabía de qué estaba hecho. En algún momento apareció esta chica que me sacó a bailar. No sé que clase de fragancia despedía que mis pies pronto se aligeraron. Me empezó a llevar por toda la pista de baile con tal gracia y disimulo que parecía que era yo quien la estaba guiando. Luego acabó la canción.
Friday, November 03, 2006
Ya dije que sí
Entré a la oficina, ví un par de caras soñolientas, dije "buenos días", la secretaria levantó la vista, me contestó: "buenos días". "Déjeme ver... un momentito, por favor". "Pase". El señor X era bastante joven. Recién cuando lo ví me di cuenta que estaba ante el importante Señor X, dueño de una inmensa fortuna y administrador de las empresas que su padre había fundado. No tenía mucho interés en trabajar allí, así que le hablé de lo más relajado, contándole lo que me interesaba de la vida. Me preguntó si conocía a "tal y tal" y le respondí que sí, que había sido mi jefe y que era muy buen profesional. "Él está postulando a este puesto", me contó. Se lo recomendé, total, yo no quería ese puesto. "Pero él no tiene esto que usted dice tener", agregó. Ayer el Señor X me llamó por teléfono. Dijo que debía empezar a despedirme de mis compañeros de oficina. Lo haré. Necesito irme. Cambiar. Necesito irme. "En 15 días me voy -le dije a mi jefe- ya dije que sí".
Thursday, November 02, 2006
Mirada agradecida
Entonces me levanté y dije: "Yo puedo". La chica me miró agradecida. Se acercó a mí, me abrazo y dijo a mi oido: "Espero que sepas lo que estás haciendo". "Claro", respondí. Di mis primeros pasos sobre ese piso gelatinoso y resbalé hasta el fondo del abismo.
Wednesday, November 01, 2006
Patán ¿Qúe mejor nombre para un perro?
Patán. ¿Qué mejor nombre para un perro? Sin embargo, wikipedia trae otras noticias. Patán era uno de los dioses mayas del inframundo, el cual causaba al igual que Quixic la muerte a los hombres en los caminos. Osea que cuando Patán se reía burlonamente como solo él sabía hacerlo quizás era porque se acababa de sentar sobre algún caminante. Debo entonces cuidarme de Patán. Me caía bien el cuadrúpedo. En general, debería cuidarme de todos aquellos cuyas risas me gustan. Siempre acaban aplastándote y burlándose. No debería ayudar a la felicidad ajena. Enciérrate pequeño que quienes te conocen te hacen daño. Evita el camino real. Vuelve al inicio de los tiempos.