Friday, December 29, 2006

Cuento 18

Erase una vez, en un lejano país, había un castillo enorme, rodeado de espesos bosques y de altas montañas. En dicho castillo, lejos del mundanal ruido, vivía una dulce y bella princesa, de largas trenzas doradas y ojos grandes y grises. Griselda, que ese era su nombre, vivía triste y acongojada. Se pasaba los días aburrida, contemplando el cielo azul y los pajarillos del bosque que, volando frente a su ventana libremente, trinaban a los cuatro vientos sus canciones.
La princesita estaba aburrida de su aburrida vida. Nunca pasaba absolutamente nada en el aburrido castillo de aquel aburrido país. Su padre, el Rey, pasaba el tiempo encerrado en sus aposentos, escribiendo la biografía de sus antepasados. Una biografía de lo más aburrida y tediosa, puesto que todos los reyes que le precedieron, su padre, su abuelo, su bisabuelo... habían sido tan aburridos como él mismo. Tampoco tenía mucho para animarse pues el país no era más que un puñado de bosques y unas montañas llenas de matojos y animalillos salvajes. La mayoría de los habitantes habían marchado a vivir a un lugar más animado.
La madre de Griselda había marchado siendo ella muy niña. Su madre, muerta de aburrimiento, había conocido a un faquir que pasaba por allí, bastante despistado. Griselda solo tenía tres años por aquel entonces y, aunque su madre trató de llevarsela consigo, no lo consiguió. Asi que su madre marchó con el faquir a buscar nuevos lugares y ya nadie volvió a verla. Su marido, el Rey, estaba demasiado ocupado con su biografía para enterarse de su marcha.
Griselda estaba siempre sola. Leía, bordaba, paseaba por los jardines del castillo pero nada la entretenía. No había nadie con quien hablar. La cocinera, una mujer robusta y rubicunda, estaba demasiado ocupada en su cocina. El mayordomo de su padre estaba demasiado ocupado con los quehaceres de la casa. La doncella estaba siempre ocupada ayudando a la cocinera.
La vida de Griselda cambió una mañana de primavera. Los pajarillos trinaban en su ventana, el aire olía a salvia y a menta y las nubes algodonosas se movían perezosas en el cielo azul. Un grillo pequeñito salió de un agujero de la pared, dándole a la letárgica Griselda, que casi se dormía apoyada en el alfeizar de su ventana, un buen susto. Pasado el susto, la primera reacción de Griselda fue darle un zapatazo al pobre bicho negro. Pero se quedó boquiabierta cuando el bicho comenzó a hablar
- ¡Oh, princesa! ¡No lo hagais! ¡No me piseis! ¡Os lo ruego! -comenzó a chillar el pobre grillo con una voz aguda de grillo, pidiendo clemencia por su vida.
Griselda abrió los ojos como platos. No podía creer lo que sus ojos veían, y tampoco lo que sus orejas oían. ¡Increible! ¡Un grillo parlanchin! Se sentó, aturdida, mirandole fijamente. El grillo comenzó a hablarle suavemente. Griselda le escuchó y, poco a poco, encontró que la conversación del grillo era muy interesante.
El grillo comenzó a visitarla cada día, después de la limpieza. Conversaban agradablemente y el grillo, que se llamaba Sebastían, le contaba mil y una historias, le contaba maravillas del mundo. Porque Sebastián era un grillo de mundo y se sabía historias de todo tipo, de amor, de venganza, poesías, canciones... Era un grillo realmente increible.
Y pasaron los días y los meses, llegó el invierno y volvió la primavera. El grillo había conseguido conquistar la confianza de la princesa y ya le era permitido subirse sobre su hombro y susurrarle al oído sus historias. De todas formas como tenía una voz muy débil, Griselda estaba algo cansada de agacharse para escucharlo y tenerlo sobre el hombro era más descansado. El grillo había llenado la vida de Griselda de color y de alegría.
Aquel día de primavera, pasado un año desde que se conocieron, el grillo estaba algo misterioso. Quería contarle una cosa muy importante a Griselda pero tenía miedo de su reacción. ¿Se lo cuento, no se lo cuento? ¡Qué dilema! Finalmente, subiendose al hombro de Griselda, decidió contarselo. Total, ¿que tenía que perder? Bueno, quizá Griselda solo creería que aquella era otra de sus historias.
- Griselda, mi princesa -comenzó a decir Sebastián- Tengo que contaros algo.
- Cuentame mi buen amigo -respondió ella- Sabes que adoro tus historias.
- Bien.... -comenzó él, algo dubitativo- Esta historia es real, cierta como la vida misma.
- ¡Oh! -exclamó ella- ¡Qué bien! Cuenta, cuenta, estoy ansiosa.
Sebastián se puso muy serio, como solo los grillos saben hacerlo.
- Hace bastantes años yo era un valeroso y apuesto caballero, joven, guapo y atractivo. Pero... una perversa bruja me convirtió en lo que soy, por negarme a contraer matrimonio con la fea de su hija, que tenía verrugas hasta en la punta de la nariz. Y su madre, para vengarse de mi, me convirtió en un grillo. Solo si una doncella de corazón puro llegara a amarme por mi mismo volveré a ser el caballero que fui. Y... aún hay más.
Griselda se lo miró totalmente fascinada. No parecía tomarselo muy en serio pero la historia le encantaba. Sonrió dulcemente.
- ¿Y...?
- Pues verás, mi princesa... Hay un requisito que debe cumplirse para romper el maleficio. Es algo delicado.
- Nada, nada -le contestó ella, haciendo un gesto con la mano- Dime... ¿que puedo hacer por tí?
- ¿Me amas?
- Pues claro... Eres el bicho más encantador que he conocido.
- Bien -dijo él, atusandose las antenas- Verás.... hummmmmm! Pues... ¡Deberías darme un beso! - ¿Un beso?
- ¡Sí! ¡En los labios!
Griselda se lo pensó. Tenerlo en el hombro era una cosa, se había acostumbrado a Sebastián a pesar de la repugnancia inicial. Pero un beso... eso era cosa seria.
Sebastián vió la duda en los ojos de Griselda.
- Bueno.... no te preocupes... ¡lo comprendo!
Pero ya los ojos de Griselda se iluminaron.
- ¡Te lo debo! -le dijo- Has llenado mi vida con tus cuentos... ¿Como no iba a hacer algo por ti?
Sebastián comenzó a saltar de contento. ¡Por fin! ¡Por fin! Volvería a ser aquel chico guapo y alto que volvía loquitas a las mujeres.
Griselda cogió a Sebastían con dos dedos, un poquitín nerviosa. Nunca le había tocado y le daba no-se-qué. Pero no se arredró. Lo acercó a sus labios y estampó un suave y delicado beso en la cabecita negra de Sebastián, alli donde deberían estar los labios de un grillo.
El tiempo, de pronto, pareció detenerse. Los pájaros dejaron de cantar, la brisa se detuvo. Se hizo un silencio total y ¡puf! la metamorfosis se completó.
Sebastián chilló, rascándose las patitas traseras. Griselda también y se desmayó. Cuando Griselda recobró el conocimiento se encontró algo desconcertada. Sebastián estaba a su lado, mirándola con sus extraños ojos negros.
- ¡Oh, Oh! -exclamó él.- Creo que la bruja nos ha gastado una mala pasada. Una broma de muy mal gusto.
Sebastián besó los labios de Griselda con ternura, frotando con suavidad sus antenas contra las de ella. Pero Griselda continuó siendo un pequeño grillo de dulces ojos castaños.
Sebastián y Griselda construyeron su hogar en una rendija de la pared, donde vivieron felices y tuvieron unos centenares de hijos que pululaban alegremente por el solitario y abandonado torreón. Y dicen que fueron felices y comieron.... lo que coman los grillos.

La última relación del año

La madrugada de hoy no fue azulina sino cansada, media anaranjada producto del reflejo de las luces amarillas de la ciudad en las nubes bajas. Generalmente, cuando uno llega a Lima por la noche también se ve de un color parecido: Una gran mancha anaranjada en medio de la oscuridad. La madrugada no fue azulina y mi relación siguió empalideciendo hacia el naranja.
Nytana qr hfgrin ln fnomin dhvon fobolon-cbar naqbono qrcevina-cbar gbqbon zr ntbonana-cbar rofogon vobayoban l znafino
Me hizo la pregunta crucial: ¿qué esperaba de esta relación?. Nunca supe responder a esa pregunta. Nunca ha habido respuesta correcta a esa pregunta. Creo que se terminó. Mañana no podrá o no podré yo y entonces adios a todo. Fue lo que fue: la última relación del año, y no la relación con que se inicia el nuevo año. Nueve días es más que el promedio y eso cuenta.

Thursday, December 28, 2006

Cuento 17

Había un rey de corazón puro y muy interesado por la búsqueda espiritual. A menudo se hacía visitar por yoguis y maestros místicos que pudieran proporcionarle prescripciones y métodos para su evolución interna. Le llegaron noticias de un asceta muy sospechoso y entonces decidió hacerlo llamar para ponerlo a prueba.
El asceta se presentó ante el monarca, y éste, sin demora, le dijo:
-¡O demuestras que eres un renunciante auténtico o te haré ahorcar!
El asceta dijo:
-Majestad, os juro y aseguro que tengo visiones muy extrañas y sobrenaturales. Veo un ave dorada en el cielo y demonios bajo la tierra.
!Ahora mismo los estoy viendo! ¡Sí, ahora mismo!
-¿Cómo es posible -inquirió el rey- que a través de estos espesos muros puedas ver lo que dices en el cielo y bajo tierra?
Y el asceta repuso:
-Sólo se necesita miedo.

¿Cuánto tiempo se puede mantener un engaño?

"¿Cuánto tiempo se puede mantener un engaño?"
Su pregunta me dejó en silencio.
¿Sientes que lo estás engañando?, le pregunté. "Sí", me dijo.
Problemas. Nunca faltan los problemas.
¿Porqué no le cuentas?, le pregunté.
"Nunca coincidimos", me dijo. "Me da un poco de miedo. Nosotros ya pusimos las cosas claras, pero igual, siento que debería contarle antes que él se entere. Alguien puede vernos... algún amigo puede contarle... tengo miedo de hablarte mientras duermo y que alguien de la casa escuche, que alguno de mis hijos escuche... tengo miedo que revisen mi teléfono y vean tus llamadas o tus mensajes... no quisiera que se entere de esa forma. Pero nunca lo veo, nunca podemos conversar, ¿cómo le voy a contar?" Podrías escribirle una carta, le dije pero enseguida descartamos la idea por tonta. Después pensé que no debería importarle nada, que si se entera, se entera, pues; que debía seguir viviendo lo que estaba viviendo; disfrutar al máximo y sin complejos nuestras madrugadas. Cuando se lo planteé no sonaba muy convencido de lo que decía. Pero en fin. Después hablamos de otras cosas. Ya pasará lo que tenga que pasar. Los humanos. Cuestionar permanentemente las cosas que hacemos. Pensar. Pienso y me genero problemas. Dudas. Aclarar las cosas. Quizás por gusto. Lo más probable es que al tio ni siquiere le importe. Pero igual. Lo que me queda claro es que ella es buena.

Wednesday, December 27, 2006

Cuento 16

Fina tenía un pañuelo color naranja. Todos los días, Fina lavaba su pañuelo color naranja con agua y jabón y lo colgaba en la soga para que se secara.
Un día, el viento se levantó muy temprano y cuando el viento se levanta muy temprano, tiene tiempo para correr y jugar. El viento vio el pañuelo de Fina colgado en la soga; entonces lo descolgó y se lo llevó.
El pañuelo en el viento ya no era un pañuelo color naranja, era un pájaro color naranja que volaba y volaba. El pájaro color naranja se posó en la rama de un árbol y empezó a cantar. El pájaro en la rama ya no era un pájaro color naranja, era una naranjita dulce y madura. Entonces, cuando Fina vio la naranjita en la rama, se puso a cantar una canción de cuna que su mamá le cantaba cuando era pequeñita.
"Naranjita dulce
mi botón de azahar
despierte que es hora
de ir a jugar."
La naranjita dulce cayó sobre el campo verde. La naranjita en el campo ya no era una naranjita, era una flor color naranja. Era la flor del azafrán, que crecía como una estrella en el suelo. La flor en el suelo ya no era una flor color naranja, era un pañuelo color naranja, el mismo pañuelo que Fina lavaba todos los días con agua y jabón y colgaba en la soga para que se secara. Si usted encuentra a Fina paseando por el campo, avísenle que su pañuelo color naranja ya no lo tiene el viento; está dobladito y planchando adentro de este cuento que yo les he contado.

Amor de cuatro a siete

Amanece rápido en el verano limeño. Cuando falta poco para las cinco de la mañana aun todo está oscuro, pero basta un par de minutos para que el cielo se torne azulino y quede claro que el día ha llegado. El amanecer es tan rápido que muchas veces sorprende a la gente de la noche y puede vérseles corriendo de la luz. Con el día llega una brisa fria proveniente del mar, es la brisa del resfrío, la que mata a las gargantas y ataca a los cuerpos dormidos con los pies descubiertos. En la madrugada ya no hay peligro de que te roben, en la madrugada lo que hay son borrachitos fáciles de patear. En la madrugada se camina bien, con un friecito llama cigarrillo. Ahora tengo con quien caminar, al parecer puedo ser una buena compañía. Amor de cuatro a siete de la mañana. Por ahora es tan débil que es imposible mantenerlo durante el día. Ella duerme y yo trabajo, dice que sueña conmigo. Luego despierta, cocina para sus hijos, y yo trabajo. Se va a estudiar mientras yo trabajo; trabaja mientras yo duermo. No sueño con ella. En realidad nunca recuerdo lo que sueño. Hasta las cuatro de la mañana en que nos encontramos en la oscuridad de Lima y caminamos un poco para ver el amanecer instantáneo. Ni por confusión hay rayo verde, pero sí el azulino del cielo que aun deja ver algunas estrellas. Es un azulino hermoso. Lo miramos tendidos en algún jardín húmedo. Hay un momento en el que nos callamos que parece eterno.

Tuesday, December 26, 2006

Cuento 15

Éranse tres compañeros de oficio que habían convenido correr el mundo juntos y trabajar siempre en una misma ciudad. Llegó un momento, empero, en que sus patronos apenas les pagaban nada, por lo que se encontraron al cabo de sus recursos y no sabían de qué vivir.
Dijo uno:
- ¿Cómo nos arreglaremos? No es posible seguir aquí por más tiempo. Tenemos que marcharnos, y si no encontramos trabajo en la próxima ciudad, nos pondremos de acuerdo con el maestro del gremio para que cada cual le escriba comunicándole el lugar en que se ha quedado; así podremos separarnos con la seguridad de que tendremos noticias los unos de los otros.
Los demás convinieron en que esta solución era la más acertada, y se pusieron en camino.
A poco se encontraron con un hombre, ricamente vestido, que les preguntó quiénes eran.
- Somos operarios que buscamos trabajo. Hasta ahora hemos vivido juntos, pero si no hallamos acomodo para los tres, nos separaremos.
- No hay que apurarse por eso - dijo el hombre -. Si os avenís a hacer lo que yo os diga, no os faltará trabajo ni dinero. Hasta llegaréis a ser grandes personajes, e iréis en coche.
Respondió uno:
- Estamos dispuestos a hacerlo, siempre que no sea en perjuicio de nuestra alma y de nuestra salvación eterna.
- No - replicó, el desconocido -, no tengo interés alguno en ello -. Pero uno de los mozos le había mirado los pies y observó que tenía uno de caballo y otro de hombre, por lo cual no quiso saber nada de él. Mas el diablo declaró:
- Estad tranquilos. No voy a la caza de vuestras almas, sino de otra que es ya mía en una buena parte, y sólo falta que colme la medida.
Ante esta seguridad aceptaron la oferta, y el diablo les explicó lo que quería de ellos. El primero contestaría siempre de esta forma a todas las preguntas: «Los tres»; el segundo: «Por dinero», y el último: «Era justo». Debían repetirlas siempre por el mismo orden, absteniéndose de pronunciar ninguna palabra más. Y si infringían el mandato, se quedarían inmediatamente sin dinero, mientras que si lo cumplían, tendrían siempre los bolsillos llenos. De momento les dio todo el que podían llevar, ordenándoles que, al llegar a la ciudad, se dirigiesen a una determinada hospedería, cuyas señas les dio. Hiciéronlo ellos así, y salió a recibirlos el posadero, preguntándoles - ¿Queréis comer?
A lo cual respondió el primero:
- Los tres.
- Desde luego - respondió el hombre -; ya me lo suponía.
Y el segundo añadió:
- Por dinero.
Naturalmente! - exclamó el dueño.
Y el tercero:
- Y era justo.
- ¡Claro que es justo! - dijo el posadero.
Después que hubieron comido y bebido bien, llegó el momento de pagar la cuenta, que el dueño entregó a uno de ellos.
- Los tres - dijo éste.
- Por dinero - añadió el segundo.
- Y era justo - acabó el tercero.
- Desde luego que es justo - dijo el dueño -; pagan los tres, y sin dinero no puedo dar nada.
Ellos le abonaron más de lo que les pedía, y al verlo, los demás huéspedes exclamaron:
- Esos individuos deben de estar locos.
- Sí, lo están - dijo el posadero -; les falta un tornillo.
De este modo permanecieron varios días en la posada, sin pronunciar más palabras que: «Los tres», «Por dinero», «Era justo». Pero veían y sabían lo que allí pasaba.
He aquí que un día llegó un gran comerciante con mucho dinero, y dijo al dueño:
- Señor posadero, guardadme esta cantidad, pues hay ahí tres obreros que me parecen muy raros, y temo que me roben.
Llevó el posadero la maleta del viajero a su cuarto, y se dio cuenta de que estaba llena de oro. Entonces asignó a los tres compañeros una habitación en la planta baja, y acomodó al mercader en una del piso alto. A medianoche, cuando vio que todo el mundo dormía, entró con su mujer en el aposento del comerciante y lo asesinó de un hachazo. Cometido el crimen, fueron ambos a acostarse. A la mañana siguiente se produjo una gran conmoción en la posada, al ser encontrado el cuerpo del mercader muerto en su cama, bañado en sangre. El dueño dijo a todos los huéspedes, que se habían congregado en el lugar del crimen:
- Esto es obra de esos tres estrambóticos obreros -, lo cual fue confirmado por los presentes, que exclamaron:
- Nadie pudo haberlo hecho sino ellos.
El dueño los mandó llamar y les preguntó:
- ¿Habéis matado al comerciante?
- Los tres - respondió el primero.
- Por dinero - añadió el segundo.
- Y era justo - dijo el último.
- Ya lo habéis oído -dijo el posadero -. Ellos mismos lo confiesan.
En consecuencia, fueron conducidos a la cárcel, en espera de ser juzgados. Al ver que la cosa iba en serio, entróles un gran miedo; mas por la noche se les presentó el diablo y les dijo:
- Aguantad aún otro día y no echéis a perder vuestra suerte. No os tocarán un cabello de la cabeza.
A la mañana siguiente comparecieron ante el tribunal, y el juez procedió al interrogatorio:
- ¿Sois vosotros los asesinos? - Los tres.
- ¿Por qué matasteis al comerciante? - Por dinero.
- ¡Bribones! - exclamó el juez -. ¿Y no habéis retrocedido ante el crimen?
- Era justo.
- Han confesado y siguen contumaces - dijo el juez -. Que sean ejecutados enseguida.
Fueron conducidos al lugar del suplicio, y el posadero figuraba entre los espectadores. Cuando los ayudantes del verdugo los habían subido al patíbulo, donde el ejecutor aguardaba con la espada desnuda, de pronto se presentó un coche tirado por cuatro caballos alazanes, lanzados a todo galope. Y, desde la ventanilla, un personaje, envuelto en una capa blanca, venía haciendo signos.
Dijo el verdugo:
- Llega el indulto - y, en efecto, desde el coche gritaban: «¡Gracia, ¡gracia!». Saltó del coche el diablo, en figura de noble caballero, magníficamente ataviado, y dijo:
- Los tres sois inocentes. Ya podéis hablar. Decid lo que habéis visto y oído.
Y dijo entonces el mayor:
- Nosotros no asesinamos al comerciante. El culpable está entre los espectadores - y señaló al posadero -. Y en prueba de ello, que vayan a la bodega de su casa, donde encontrarán otras muchas víctimas.
Fueron enviados los alguaciles a comprobar la verdad de la acusación, y cuando lo hubieron comunicado al juez, éste ordenó que fuese decapitado el criminal.
Dijo entonces el diablo a los tres compañeros.
- Ahora ya tengo el alma que quería. Quedáis libres, y con dinero para toda vuestra vida.

en la madrugada me enamoro

Hay veces que uno escribe tonterías. Ni siquiera te dan ganas de colgarlas, pero lo haces; de inmediato quieres suprimirlas, pero no lo haces; cada vez que entras al blog, te das cuenta que ese post no debería estar ahí, pero igual lo dejas. Total, se trata de un testimonio, de una tontera que pasó por tu cabeza en determinado momento.
Ahora podría poner por ejemplo que en las madrugadas me enamoro. A pesar de que sé que no hay tal cosa. Igual es simpático vivir una ilusión, por pequeña que esta sea. Debería comportarme a esa altura. Jugar a que me enamoro de la forma más infantil. A caminar de la mano por las calles vacías, hablando de lo que hiciste, haces o quieres hacer. Planear. Parar un rato, besar apasionadamente, cariñosamente. Creer.

Monday, December 25, 2006

Cuento 14

Érase una vez... un niño que tenía muchísimos juguetes. Los guardaba todos en su habitación y, durante el día, pasaba horas y horas felices jugando con ellos. Uno de sus juegos preferidos era el de hacer la guerra con sus soldaditos de plomo. Los ponía enfrente unos de otros, y daba comienzo a la batalla. Cuando se los regalaron, se dio cuenta de que a uno de ellos le faltaba una pierna a cuasa de un defecto de fundición. No obstante, mientras jugaba, colocaba siempre al soldado mutilado en primera línea, delante de todos, incitandole a ser el más aguerrido. Pero el niño no sabía que sus juguetes durante la noche cobraban vida y hablaban entre ellos, y a veces, al colocar ordenadamente a los soldados, metía por descuido el soldadito mutilado entre los otros juguetes. Yasí fue como un día el soldadito pudo conocer a una gentil bailarina, también de plomo. Entre los dos se estableció una corriente de simpatía y, poco a poco, casi sin darse cuenta, el soldadito se enamoró de ella. Las noches se sucedían deprisa, una tras otra, y el soldadito enamorado no encontraba nunca el momento oportuno para declararle su amor. Cuando el niño lo dejaba en medio de los otros soldados durante una batalla, anhelaba que la bailarina se diera cuenta de su valor. Por la noche , cuando ella le decía si había pasado miedo, él le respondía con vehemencia que no. Pero las miradas insistentes y los suspiros del soldadito no pasaron inadvertidos por el diablejo que estaba encerrado en una caja de sorpresas. Cada vez que, por arte de magia, la caja se abría a medianoche, un dedo admonitorio señalaba al pobre soldadito. Finalmente, una noche, el diablo estalló. "¡Eh, tú!, ¡Deja de mirar a la bailarina!" El pobre soldadito se ruborizó, pero la bilarina, muy gentil, lo consoló: " No le hagas caso, es un envidioso. Yo estoy muy contenta de hablar contigo." Y lo dijo ruborizandose. ¡Pobres estatuillas de plomo, tan tímidas, que no se atrevían a confesarse su mutuo amor! Pero un día fueron separados, cuando el niño colocó al soldadito en el alféizar de una ventana. "¡Quedate aquí y vigila que no entre ningún enemigo, porque aunque seas cojo bien puedes hacer de centinela!" El niño colocó luego a los demás soldaditos encima de una mesa para jugar. Pasaban los días y el soldadito de plomo no era relevado de su puesto de guardia. Una tarde estalló de improviso una tormenta, y un fuerte viento sacudió la ventana, golpeando la figurita de plomo que se precipitó en el vacío. Al caer desde el alféizar con la cabeza hacia abajo, la bayoneta del fusil se clavó en el suelo. El viento y la lluvia persistían. ¡Una borrasca de verdad! El agua, que caía a cántaros, pronto formó amplios charcos y pequeños riachuelos que se escapaban por las alcantarillas. Una nube de muchachos aguardaba a que la lluvia amainara, cobijados en la puerta de una escuela cercana. Cuando la lluvia cesó, se lanzaron corriendo en dirección a sus casas, evitando meter los pies en los charcos más grandes. Dos muchachos se refugiaron de las últimas gotas que se escurrían de los tejados, caminando muy pegados a las paredes de los edificios. Fue así como vieron al soldadito de plomo clavado en tierra, chorreando agua. "¡Qué lástima que tenga una sola pierna! Si no, me lo hubiera llevado a casa.", dijo uno . "Cojámoslo igualmente, para algo servirá", dijo el otro, y se lo metió en un bolsillo. Al otro lado de la calle descendía un riachuelo, el cual transportaba una barquita de papel que llegó hasta allí no se sabe cómo. "¡Pongámoslo encima y parecerá marinero!" Dijo el pequeño que lo había recogido. Así fue como el soldadito de plomo se convirtió en un navegante. El agua vertiginosa del riachuelo era engullida por la alcantarilla que se tragó también a la barquita. En el canal subterráneo el nivel de las aguas turbias era alto. Enormes ratas, cuyos dientes rechinaban, vieron como pasaba por delante de ellas el insólito marinero encima de la barquita zozobrante. ¡Pero hacía falta más que unas míseras ratas para asustarlo, a él que había arrostado tantos y tantos peligros en sus batallas! La alcantarilla desembocaba en el río, y hasta él llegó la barquita que al final zozobró sin remedio empujada por remolinos turbulentos. Despues del naufragio, el soldadito de plomo creyó que su fin estaba próximo al hundirse en las profundidades del agua. Miles de pensamientos cruzaron entonces por su mente, pero sobre todo, había uno que le angustiaba más que ningún otro: era el de no volver a ver jamás a su bailarina... De pronto, una boca inmensa se lo tragó para cambiar su destino. El soldadito se encontró en el oscuro estómago de un enorme pez, que se avalanzó vorazmente sobre él atraído por los brillantes colores de su uniforme. Sin embargo, el pez no tuvo tiempo de indigestarse con tan pesada comida, ya que quedó prendido al poco rato en la red que un pescador había tendido en el rio. Poco después acabó agonizando en una cesta de la compra junto con otros peces tan desafortunados como él. Resulta que la cocinera de la casa en la cual había estado el soldadito, se acercó al mercado para comprar pescado. "Este ejemplar parece apropiado para los invitados de esta noche.", dijo la mujer contemplando el pescado expuesto encima de un mostrador. El pez acabó en la cocina y, cuando la cocinera la abrió para limpiarlo, se encontró sorprendida con el soldadito en sus manos. "¡Pero si es uno de los soldaditos de...!", gritó, y fue en busca del niño para contarle dónde y cómo había encontrado a su soldadito de plomo al que le faltaba una pierna. "¡Sí, es el mío!", exclamó jubiloso el niño al reconocer al soldadito mutilado que había perdido. "¡Quién sabe cómo llegó hasta la barriga de este pez! ¡Pobrecito, cuantas aventuras habrá pasado desde que cayó de la ventana!" Y lo colocó en la repisa de la chimenea donde su hermanita había colocado a la bailarina. Un milagro había reunido de nuevo a los dos enamorados. Felices de estar otra vez juntos, durante la noche se contaban lo que había sucedido desde su separación. Pero el destino les reservaba otra malévola sorpresa: un vendaval levantó la cortina de la ventana y, golpeando a la bailarina, la hizo caer en el hogar. El soldadito de plomo, asustado, vio como su compañera caía. Sabía que el fuego estaba encendido porque notaba su calor. Desesperado, se sentía impotente para salvarla. ¡Qué gran enemigo es el fuego que puede fundir a unas estatuillas de plomo como nosotros! Balanceándose con su única pierna, trató de mover el pedestal que lo sostenía. Tras ímprobos esfuerzos, por fin también cayó al fuego. Unidos esta vez por la desgracia, volvieron a estar cerca el uno del otro, tan cerca que el plomo de sus pequeñas peanas, lamido por las llamas, empezó a fundirse. El plomo de la peana de uno se mezcló con el del otro, y el metal adquirió sorprendentemente la forma de corazón. A punto estaban sus cuerpecitos de fundirse, cuando acertó a pasar por allí el niño. Al ver a las dos estatuillas entre las llamas, las empujó con el pie lejos del fuego. Desde entonces, el soldadito y la bailarina estuvieron siempre juntos, tal y como el destino los había unido: sobre una sola peana en forma de corazón.

Marcas

Mi brazo izquierdo volvió a pagar el pato. El encendedor del carro dejó dos cuartos de luna que ahora apenas se notan. Siempre he sido un mal dibujante, pero a pesar de eso se me ocurrió que podía darle forma a esa quemadura. El resultado fue una nada, una marca, una simple marca. Me han dado ganas de tener un tatuaje. ¿Qué podría hacer que me dibujen? Algo simbólico, que me represente a mí o una forma de pensar. ¿Y en que parte del cuerpo? No me interesa que la gente lo vea, tampoco me interesa que esté oculto. ¿El talón? Las piernas, no. ¿El pecho? ¿Un brazo, debajo del sobaco? La marca que quedó en mi brazo izquierdo no tiene forma. A las dos medias lunas le agregué unos triángulos calentando la punta de la cuchilla del cortauñas, pero no salió nada, solo una marca. Ahora casi no se notan. Una vez hice saltar una vena, tampoco se nota. ¿Qué en mi apariencia refleja lo que he hecho? ¿Qué refleja lo que soy? Voy en una couster, hay un joven sentado mirando hacia la calle. Está erguido. Su rostro es tranquilo. Casi no piensa. ¿Acaso basta con eso para conocerlo? De hecho me he formado una idea sobre quien es, me ha caído bien o mal; ¿pero quién es él? Y la chica de mirada altiva y la otra de ojos vivaces y de buena presencia. ¿Qué puedo saber de ellas? ¿Cuál es la marca que resume su caracter? ¿Tendrán un tatuaje?

Friday, December 22, 2006

Cuento 13

Los hermanos Áyar fueron ocho -cuatro parejas- que surgieron de una de las tres cavernas del cerro Tamputoco, situado inmediatamente al sur de Pacaritambo, cerca de
la actual ciudad de Paruro. La caverna de la que salieron los Áyar era la Capactoco, que se hallaba entre las otras dos -Marastoco y Sutictoco-, de las que salieron los pueblos mara y tampu, respectivamente.
Los Áyar, comandados por Áyar Manco y acompañados por diez ayllus -cinco hanan y cinco hurin-, partieron hacia el norte en busca de una tierra que fuera adecuada para cultivar y habitar, la cual sería identificada por ellos al hundirse en su suelo una barreta de oro. Pero, a poco de haber emprendido el camino, decidieron desprenderse de Áyar Cachi, motivados por la fortaleza y peligrosidad que había demostrado. Entonces, con engaños, lo encerraron para siempre en la caverna Capactoco.
Después de un largo peregrinaje, que duró alrededor de 20 años y en el que acamparon en varios lugares, los hermanos Áyar arribaron al monte Huanacaure, en las proximidades y al sureste de la actual ciudad del Cusco. Los Áyar, dado lo apropiado del paraje, acordaron establecerse provisionalmente en él, y, para sacralizarlo y ligarlo permanente e indisolublemente a los incas, acordaron que Áyar Uchu se convirtiera en huaca. Así, este hermano se transformó en una huaca de piedra, que tomó el nombre de Huanacaure y se constituyó en el objeto central del culto allí prestado.
Los incas se dedicaron entonces a recorrer los alrededores en busca de la tierra feraz que constituía la finalidad de su peregrinación. En esta búsqueda exploraron terrenos cercanos a Colcabamba y llegaron hasta la campiña de Huaynapata, cerca del curacazgo de los saño y también del de los hualla. Este último tenía por jefe a Apo Quiano y por sede el poblado de Pachatusan.
En Huaynapata la barreta de oro arrojada por Áyar Manco -según algunos por Mama Huaco- se hundió plenamente, lo cual demostró la calidad cultivable de su suelo y provocó la decisión de los incas de apropiarse del lugar. Poco después, mientras contemplaba desde la cima del monte Huanacaure el conjunto de Acamama, Áyar Manco, a quien el espíritu de Áyar Uchu le había comunicado que su padre, el Sol, había dispuesto tomara el nombre de Manco Cápac, le indicó a Áyar Auca, que gozaba de la facultad de volar, se trasladara donde actualmente se encuentra el Coricancha y se instalara en él. Cuando así lo hizo este último hermano, también se convirtió en piedra y tomó simbólicamente el lugar, lo que estimuló a Manco Cápac a emprender las acciones bélicas definitivas para apoderarse materialmente del Cusco.

Una noche de esas

Era una de esas noches (como la de hoy) en las que ni el sin sentido tenía sentido. Una de esas noches en que el vacío empieza en el estómago pero en las que no se puede comer nada pues tu lengua no quiere sentir, tus dientes no quieren morder y menos masticar. Esa noche me acordé de aquella chica a la que nunca había hablado. De quien sabía que existía, que estaba allí, que frecuentábamos los mismos sitios, pero con la que no había mayor relación salvo cierta curiosidad mutua, de haber preguntado alguna vez: "¿y él quién es?" y "¿y ella quién es?", respectivamente. Incluso una vez nos encontramos bailando uno al lado del otro, nos conectamos un rato, mientras duró la canción, mirándonos, reconociéndonos, pero nada más. "Estoy aquí" y "Estoy acá", respectivamente. Pero eso había bastado para establecer una relación.
Bueno, esa noche (como la de hoy) pensé en ella.
Al día siguiente mi ánimo seguía siendo el mismo. Estaba aturdido. Salí muy temprano a caminar, a calmarme un poco, a respirar de la monotonía, la esquina, leer portadas de diarios, distraerme, lo mismo siempre, una chica se había suicidado. Después me enteré que era ella quien se había suicidado.
Recuerdo que era delgada. Que tenía ojos pequeños y achinados. De rostro ovalado. De cabello largo. Recuerdo su cabello liso. Recuerdo su bolso, o sus bolsos. Su caminar por la universidad. Recuerdo todo como en un sueño. Hoy recuerdo todo como lo recordé al día siguiente de la noche aquella (como la de hoy). Y me da miedo el mañana. Pero esta noche no voy a estar solo; pero no sé si eso es mejor o peor. Hoy no quisiera dormir solo pues si lo hago ella vendrá a verme con su paso lento, su mirada fija nostálgica copando todo el ecran. Mierda y cómo será mañana.

Sunday, December 17, 2006

Cuento 12

Hace muchos años, cuando Inglaterra no era más que un puñado de reinos que batallaban entre sí, vino al mundo Arturo, hijo del rey Uther.
La madre del niño murió al poco de nacer éste, y el padre se lo entregó al mago Merlín con el fin de que lo educara. El mago Merlín decidió llevar al pequeño al castillo de un noble, quien, además, tenía un hijo de corta edad llamado Kay. Para garantizar la seguridad del príncipe Arturo, Merlín no descubrió sus orígenes.
Cada día Merlín explicaba al pequeño Arturo todas las ciencias conocidas y, como era mago, incluso le enseñaba algunas cosas de las ciencias del futuro y ciertas fórmulas mágicas.
Los años fueron pasando y el rey Uther murió sin que nadie le conociera descendencia. Los nobles acudieron a Merlín para encontrar al monarca sucesor. Merlín hizo aparecer sobre una roca una espada firmemente clavada a un yunque de hierro, con una leyenda que decía:
"Esta es la espada Excalibur. Quien consiga sacarla de este yunque, será rey de Inglaterra"
Los nobles probaron fortuna pero, a pesar de todos sus esfuerzos, no consiguieron mover la espada ni un milímetro. Arturo y Kay, que eran ya dos apuestos muchachos, habían ido a la ciudad para asistir a un torneo en el que Kay pensaba participar.
Cuando ya se aproximaba la hora, Arturo se dio cuenta que había olvidado la espada de Kay en la posada. Salió corriendo a toda velocidad, pero cuando llegó allí, la puerta estaba cerrada.
Arturo no sabía qué hacer. Sin espada, Kay no podría participar en el torneo. En su desesperación, miró alrededor y descubrió la espada Excalibur. Acercándose a la roca, tiró del arma. En ese momento un rayo de luz blanca descendió sobre él y Arturo extrajo la espada sin encontrar la menor resistencia. Corrió hasta Kay y se la ofreció. Kay se extrañó al ver que no era su espada.
Arturo le explicó lo ocurrido. Kay vio la inscripción de "Excalibur" en la espada y se lo hizo saber a su padre. Éste ordenó a Arturo que la volviera a colocar en su lugar. Todos los nobles intentaron sacarla de nuevo, pero ninguno lo consiguió. Entonces Arturo tomó la empuñadura entre sus manos. Sobre su cabeza volvió a descender un rayo de luz blanca y Arturo extrajo la espada sin el menor esfuerzo.
Todos admitieron que aquel muchachito sin ningún título conocido debía llevar la corona de Inglaterra, y desfilaron ante su trono, jurándole fidelidad. Merlín, pensando que Arturo ya no le necesitaba, se retiró a su morada.
Pero no había transcurrido mucho tiempo cuando algunos nobles se alzaron en armas contra el rey Arturo. Merlín proclamó que Arturo era hijo del rey Uther, por lo que era rey legítimo. Pero los nobles siguieron en guerra hasta que, al fin, fueron derrotados gracias al valor de Arturo, ayudado por la magia de Merlín.
Para evitar que lo ocurrido volviera a repetirse, Arturo creó la Tabla Redonda, que estaba formada por todos los nobles leales al reino. Luego se casó con la princesa Ginebra, a lo que siguieron años de prosperidad y felicidad tanto para Inglaterra como para Arturo.
"Ya puedes seguir reinando sin necesidad de mis consejos -le dijo Merlín a Arturo-. Continúa siendo un rey justo y el futuro hablará de ti".

Sin saber qué hacer

Bailar en pareja tiene su gracia pero no va conmigo. Soy demasiado desarticulado, distraido e independiente como para andar atento a lo que hace la otra persona. Además considero que no tengo porque imponer tres o cuatro minutos de aburrimiento a la otra persona. Yo bailo solo aun cuando he sacado o me han sacado. Quizás lo que hago sea danzar. Ja. "Yo no bailo: danzo", Unipersonales. Mentira, no va por ahí la diferencia entre bailar o danzar, ¿o sí?. El punto es que prefiero cerrar los ojos, sentir la música y dejar que mi cuerpo se mueva como le viene en gana.
En esas andaba el sábado en esta calurosa ciudad cuando una de mis manos golpeó de lleno en la unión de las nalgas de una chica que pasaba por mi lado. Cuando sentí el golpe de mi mano abrí los ojos, y me encontré con una mirada iracunda y con un novio que preguntaba a su dulcinea, ¿qué había pasado? "Este idiota me ha metido la mano" Yo había seguido bailando, pero la había mirado, le había pedido disculpas, volvía a hacerlo cuando recibí un puñetazo en el pómulo que casi me tumba y que si no fuera por mi mediana reacción de voltear la cara, seguro que habría acabado con mi nariz rota. Antes que pudiera intentar vengar el golpe, los de seguridad ya habían caído encima. Me he quedado con bronca, con la cara hinchada, morada y sin saber qué hacer.

Wednesday, December 13, 2006

Cuento 11

Era una de esas tardes en las que nada había que hacer y la loba paseaba con su cachorro inquieto en busca de alimento. Se resguardaron bajo unos matorrales y esperaron que sigiloso pasara el cazador que olfatearan minutos antes.
El frío cañón del arma se asomó entre la enramada y las botas del hombre castigaban con su peso, las hojas secas que se negaban a gritar. caminó un poco, encendió su cigarro y esperó. El cachorro indignado preguntó a su astuta madre:
-Mamá, la grama verde y generosa tiene un enemigo: las ovejas, que se alimentan de ella para sobrevivir, hasta el día de su muerte. Las ovejas tienen un enemigo, nosotros, los lobos, que nos alimentamos de ellas cuando es posible, hasta el día de nuestra muerte. Nosotros tenemos un enemigo: el hombre, que quema nuestros bosques, nos pone dolorosas trampas y mata a los de nuestra especie por deporte o por ignorancia, hasta el día de su muerte. Pero madre, tiene el hombre un enemigo?
La loba clavó su mirada fría en el hijo amado y respondió:
-Hijo mío, el enemigo del hombre, es el hombre, hasta el día de su muerte.

Reunión antes de regresar

Y sí, se molestó cuando le dije que viviamos en mundos diferentes y que lo que planteaban en su mundo tal vez no era lo que se necesitaba en el mío. Claro, por aquí la onda es estar en contra de la globalización, porque las grandes corporaciones, que financian a los políticos, se situan a través de ellos por encima de todo... Le dije que en mi mundo también están las grandes corporaciones, pero que nosotros no solucionariamos nada reventando las lunas de algún McDonalds o del Citibank; que nuestro problema es más grande, que nuestra lucha tiene que ir por otro lado, que si había que reventar alguna luna o pintar alguna fachada, se debía empezar por el Poder Judicial. Luego seguimos tomando café.

Tuesday, December 12, 2006

Cuento 10

Las esponjas suelen contar historias interesantes.
El único problema es que las cuentan en voz muy baja y para oírlas hay que lavarse bien las orejas.
Una esponja me contó una vez lo siguiente: En una época lejana las guerras duraban mucho. Un rey se iba a la guerra y volvía treinta años después, cansado y sudado de tanto cabalgar, con la espada tinta en chinchulín enemigo.
Algo así le sucedió al rey Vigildo. Se fue de guerra una mañana y volvió veinte años más tarde, protestando porque le dolía todo el cuerpo.
Naturalmente lo primero que hizo su esposa, la reina Inés, fue prepararle una bañadera con agua caliente. Pero cuando llegó el momento de sumergirse en la bañadera, el rey se negó.
-No me baño -dijo- ¡No me baño no me baño y no me baño!
La reina, los príncipes. La parentela real y la corte entera quedaron estupefactos.
-¿Qué pasa majestad? -preguntó el viejo chambelán- ¿Acaso el agua está demasiado caliente? ¡El jabón demasiado frío? ¿La bañadera es muy profunda?
-No, no y no -contestó el rey- Pero yo no me baño nada.
Por muchos esfuerzos que hicieron para convencerlo, no hubo caso.
Con todo respeto trataron de meterlo en la bañadera entre cuatro, pero tanto gritó y tanto escándalo hizo para zafar que al final soltaron.
La reina Inés consiguió que se cambiara las medias -¡las medias que habían batallado con él veinte años!-, pero nada más.
Su hermana, la duquesa Flora, le decía:
-¿Qué te pasa Vigildo? ¿Temes oxidarte o despintarte o encogerte o arrugarte...?
Así pasaron días interminables. Hasta que el rey se atrevió a confesar:
-¡Extraño las armas, los soldados, las fortalezas, las batallas! Después de tantos años de guerra, ¿qué voy a hacer yo sumergido como un besugo en una bañadera de agua tibia? Además de aburrirme, me sentiría ridículo.
Y terminó diciendo en tono dramático: ¿Qué soy yo, acaso, un rey guerrero o un poroto en remojo?
Pensándolo bien, Vigildo tenía razón. ¿Pero cómo solucionarlo? Razonaron bastante, hasta que al viejo chambelán se le ocurrió una idea. Mandó hacer un ejército de soldados del tamaño de un dedo pulgar , cada uno con su escudo , su lanza, su caballo, y pintaron los uniformes del mismo color que el de los soldados del rey. También construyeron una pequeña fortaleza con puente levadizo y cocodrilos del tamaño de un carretel, para poner en el foso del castillo. Fabricaron tambores y clarines en miniatura. Y barcos de guerra que navegaban empujados a mano o a soplidos.
Todo esto lo metieron en la bañadera del rey, junto con algunos dragones de jabón.
Vigildo quedó fascinado ¡Era justo lo que necesitaba!
Ligero como una foca, se zambulló en el agua. Alineó a sus soldados y ahí nomás inició un zafarrancho de salpicaduras y combate.
Según su costumbre, daba órdenes y contraórdenes . Hacía sonar la corneta y gritaba:
-¡Avanzad, mis valientes! Glub, glub. ¡No reculeís, cobardes! ¡Por el flanco izquierdo! ¡Por la popa...!
Y cosas así.
La esponja me contó que después no había forma de sacarlo del agua.
También que esa costumbre quedó para siempre.
Es por eso que todavía hoy, cuando los chicos se van a bañar, llevan sus soldados, sus perros, sus osos, sus tambores, sus cascos, sus armas, sus caballos, sus patos y sus patas de rana.
Y si no hacen eso, cuénteme lo aburrido que es bañarse.

Ayer nevó

Ayer nevó por primera vez. Lo único que saben los copos de nieve es que deben ir hacia abajo. El viento puede sacudirlos, tratar de elevarlos, pero ellos hacen fuerza y van hacia abajo, porque saben que allí en la tierra, en la madre tierra, se unirán todos, formarán un ejército y a ver quien se les enfrenta. Los copos de nieve no duelen. Caen disimulados. Todos podemos verlos, pero nadie les hace gran caso. Solo cuando se han formado y unido es que crean problemas. Prefiero no ver lo que sucederá en los próximos días. Me voy a ir. Huiré. ¿Qué tiene de malo huir cuando es mejor hacerlo? Yo respeto a la naturaleza. Nos da y nos quita. Yo respeto mi naturaleza, que hay veces necesita ayuda y la ayudo; que hay veces necesita protección, y la protejo; que hay veces necesita mimos, y la mimo; que hay veces necesita diversión, y la divierto, también la respeto y quiero. Soy yo, el otro, el otro y la otra, vamos siempre hacia abajo, los cuatro fantasticos, a buscar tierra para formar un ejército y arrasar muros, hay veces nos vestimos de negro y somos un black bloc que irrumpe en todo lugar injusto, que arrasa con el abuso de la moneda. Ya llegará la hora de los verdes e iluminados muros de tu ciudad. Vamos como la nieve, disimulada y fácil de teñir.

Wednesday, December 06, 2006

Cuento 9

Había una vez un pobre campesino. Una noche se encontraba sentado, atizando el fuego, y su esposa hilaba sentada junto a él, a la vez que lamentaban el hallarse en un hogar sin niños.
—¡Qué triste es que no tengamos hijos! —dijo él—. En esta casa siempre hay silencio, mientras que en los demás hogares todo es alegría y bullicio de criaturas.
—¡Es verdad! —contestó la mujer suspirando—.Si por lo menos tuviéramos uno, aunque fuera muy pequeño y no mayor que el pulgar, seríamos felices y lo amaríamos con todo el corazón.
Y ocurrió que el deseo se cumplió.
Resultó que al poco tiempo la mujer se sintió enferma y, después de siete meses, trajo al mundo un niño bien proporcionado en todo, pero no más grande que un dedo pulgar.
—Es tal como lo habíamos deseado —dijo—. Va a ser nuestro querido hijo, nuestro pequeño.
Y debido a su tamaño lo llamaron Pulgarcito. No le escatimaban la comida, pero el niño no crecía y se quedó tal como era cuando nació. Sin embargo, tenía ojos muy vivos y pronto dio muestras de ser muy inteligente, logrando todo lo que se proponía.
Un día, el campesino se aprestaba a ir al bosque a cortar leña.
—Ojalá tuviera a alguien para conducir la carreta —dijo en voz baja.
—¡Oh, padre! —exclamó Pulgarcito— ¡yo me haré cargo! ¡Cuenta conmigo! La carreta llegará a tiempo al bosque.
El hombre se echó a reír y dijo:
—¿Cómo podría ser eso? Eres muy pequeño para conducir el caballo con las riendas.
—¡Eso no importa, padre! Tan pronto como mi madre lo enganche, yo me pondré en la oreja del caballo y le gritaré por dónde debe ir.
—¡Está bien! —contestó el padre, probaremos una vez.
Cuando llegó la hora, la madre enganchó la carreta y colocó a Pulgarcito en la oreja del caballo, donde el pequeño se puso a gritarle por dónde debía ir, tan pronto con “¡Hejjj!”, como un “¡Arre!”. Todo fue tan bien como con un conductor y la carreta fue derecho hasta el bosque. Sucedió que, justo en el momento que rodeaba un matorral y que el pequeño iba gritando “¡Arre! ¡Arre!” , dos extraños pasaban por ahí.
—¡Cómo es eso! —dijo uno— ¿Qué es lo que pasa? La carreta rueda, alguien conduce el caballo y sin embargo no se ve a nadie.
—Todo es muy extraño —asintió el otro—. Seguiremos la carreta para ver en dónde se para.
La carreta se internó en pleno bosque y llegó justo al sitio sonde estaba la leña cortada. Cuando Pulgarcito divisó a su padre, le gritó:
—Ya ves, padre, ya llegué con la carreta. Ahora, bájame del caballo.
El padre tomó las riendas con la mano izquierda y con la derecha sacó a su hijo de la oreja del caballo, quien feliz se sentó sobre una brizna de hierba. Cuando los dos extraños divisaron a Pulgarcito quedaron tan sorprendidos que no supieron qué decir. Uno y otro se escondieron y se dijeron entre ellos:
—Oye, ese pequeño valiente bien podría hacer nuestra fortuna si lo exhibimos en la ciudad a cambio de dinero. Debemos comprarlo.
Se dirigieron al campesino y le dijeron:
—Véndenos ese hombrecito; estará muy bien con nosotros.
—No —respondió el padre— es mi hijo querido y no lo vendería por todo el oro del mundo.
Pero al oír esta propuesta, Pulgarcito se trepó por los pliegues de las ropas de su padre, se colocó sobre su hombro y le dijo al oído:
—Padre, véndeme; sabré cómo regresar a casa.
Entonces, el padre lo entregó a los dos hombres a cambio de una buena cantidad de dinero.
—¿En dónde quieres sentarte? —le preguntaron.
—¡Ah!, pónganme sobre el ala de su sombrero; ahí podré pasearme a lo largo y a lo ancho, disfrutando del paisaje y no me caeré.
Cumplieron su deseo, y cuando Pulgarcito se hubo despedido de su padre se pusieron todos en camino. Viajaron hasta que anocheció y Pulgarcito dijo entonces:
—Bájenme al suelo, tengo necesidad.
—No, quédate ahí arriba —le contestó el que lo llevaba en su cabeza—. No me importa. Las aves también me dejan caer a menudo algo encima.
—No —respondió Pulgarcito—, sé lo que les conviene. Bájenme rápido.
El hombre tomó de su sombrero a Pulgarcito y lo posó en un campo al borde del camino. Por un momento dio saltitos entre los terrones de tierra y, de repente, enfiló hacia un agujero de ratón que había localizado.
—¡Buenas noches, señores, sigan sin mí! —les gritó en tono burlón.
Acudieron prontamente y rebuscaron con sus bastones en la madriguera del ratón, pero su esfuerzo fue inútil. Pulgarcito se introducía cada vez más profundo y como la oscuridad no tardó en hacerse total, se vieron obligados a regresar, burlados y con la bolsa vacía. Cuando Pulgarcito se dio cuenta de que se habían marchado, salió de su escondite.
“Es peligroso atravesar estos campos de noche, cuando más peligros acechan”, pensó, “se puede uno fácilmente caer o lastimar”.
Felizmente, encontró una concha vacía de caracol.
—¡Gracias a Dios! —exclamó—, ahí dentro podré pasar la noche con tranquilidad; y ahí se introdujo. Un momento después, cuando estaba a punto de dormirse, oyó pasar a dos hombres, uno de ellos decía:
—¿Cómo haremos para robarle al cura adinerado todo su oro y su dinero?
—¡Yo bien podría decírtelo! —se puso a gritar Pulgarcito.
—¿Qué es esto? —dijo uno de los espantados ladrones, he oído hablar a alguien.
Pararon para escuchar y Pulgarcito insistió:
—Llévenme con ustedes, yo los ayudaré.
—¿En dónde estás?
—Busquen aquí, en el piso; fíjense de dónde viene la voz —contestó.
Por fin los ladrones lo encontraron y lo alzaron.
—A ver, pequeño valiente, ¿cómo pretendes ayudarnos?
—¡Eh!, yo me deslizaré entre los barrotes de la ventana de la habitación del cura y les iré pasando todo cuanto quieran.
—¡Está bien! Veremos qué sabes hacer.
Cuando llegaron a la casa, Pulgarcito se deslizó en la habitación y se puso a gritar con todas sus fuerzas.
—¿Quieren todo lo que hay aquí?
Los ladrones se estremecieron y le dijeron:
—Baja la voz para no despertar a nadie.
Pero Pulgarcito hizo como si no entendiera y continuó gritando:
—¿Qué quieren? ¿Les hace falta todo lo que aquí?
La cocinera, quien dormía en la habitación de al lado, oyó estos gritos, se irguió en su cama y escuchó, pero los ladrones asustados se habían alejado un poco. Por fin recobraron el valor diciéndose:
—Ese hombrecito quiere burlarse de nosotros.
Regresaron y le cuchichearon:
—Vamos, nada de bromas y pásanos alguna cosa.
Entonces, Pulgarcito se puso a gritar con todas sus fuerzas:
—Sí, quiero darles todo: introduzcan sus manos.
La cocinera, que ahora sí oyó perfectamente, saltó de su cama y se acercó ruidosamente a la puerta. Los ladrones, atemorizados, huyeron como si llevasen el diablo tras de sí, y la criada, que no distinguía nada, fue a encender una vela. Cuando volvió, Pulgarcito, sin ser descubierto, se había escondido en el granero. La sirvienta, después de haber inspeccionado en todos los rincones y no encontrar nada, acabó por volver a su cama y supuso que había soñado con ojos y orejas abiertos. Pulgarcito había trepado por la paja y en ella encontró un buen lugarcito para dormir. Quería descansar ahí hasta que amaneciera y después volver con sus padres, pero aún le faltaba ver otras cosas, antes de poder estar feliz en su hogar.
Como de costumbre, la criada se levantó al despuntar el día para darles de comer a los animales. Fue primero al granero, y de ahí tomó una brazada de paja, justamente de la pila en donde Pulgarcito estaba dormido. Dormía tan profundamente que no se dio cuenta de nada y no despertó hasta que estuvo en la boca de la vaca que había tragado la paja.
—¡Dios mío! —exclamó—. ¿Cómo pude caer en este molino triturador?
Pronto comprendió en dónde se encontraba. Tuvo buen cuidado de no aventurarse entre los dientes, que lo hubieran aplastado; mas no pudo evitar resbalar hasta el estómago.
—He aquí una pequeña habitación a la que se omitió ponerle ventanas —se dijo—Y no entra el sol y tampoco es fácil procurarse una luz.
Esta morada no le gustaba nada, y lo peor era que continuamente entraba más paja por la puerta y que el espacio iba reduciéndose más y más. Entonces, angustiado, decidió gritar con todas sus fuerzas:
—¡Ya no me envíen más paja! ¡Ya no me envíen más paja!
La criada estaba ordeñando a la vaca y cuando oyó hablar sin ver a nadie, reconoció que era la misma voz que había escuchado por la noche, y se sobresaltó tanto que resbaló de su taburete y derramó toda la leche.
Corrió a toda prisa donde se encontraba el amo y él gritó:
—¡Ay, Dios mío! ¡Señor cura, la vaca ha hablado!
—¡Está loca! —respondió el cura, quien se dirigió al establo a ver de qué se trataba.
Apenas cruzó el umbral cuando Pulgarcito se puso a gritar de nuevo:
—¡Ya no me enviéis más paja! ¡Ya no me enviéis más paja!
Ante esto, el mismo cura tuvo miedo, suponiendo que era obra del diablo y ordenó que se matara a la vaca. Entonces se sacrificó a la vaca; solamente el estómago, donde estaba encerrado Pulgarcito, fue arrojado al estercolero. Pulgarcito intentó por todos los medios salir de ahí, pero en el instante en que empezaba a sacar la cabeza, le aconteció una nueva desgracia.
Un lobo hambriento, que acertó a pasar por ahí, se tragó el estómago de un solo bocado. Pulgarcito no perdió ánimo. “Quizá encuentre un medio de ponerme de acuerdo con el lobo”, pensaba. Y, desde el fondo de su panza, su puso a gritarle:
—¡Querido lobo, yo sé de un festín que te vendría mucho mejor!
—¿Dónde hay que ir a buscarlo? —contestó el lobo.
—En tal y tal casa. No tienes más que entrar por la trampilla de la cocina y ahí encontrarás pastel, tocino, salchichas, tanto como tú desees comer.
Y le describió minuciosamente la casa de sus padres.
El lobo no necesitó que se lo dijeran dos veces. Por la noche entró por la trampilla de la cocina y, en la despensa, disfrutó todo con enorme placer. Cuando estuvo harto, quiso salir, pero había engordado tanto que ya no podía usar el mismo camino. Pulgarcito, que ya contaba con que eso pasaría, comenzó a hacer un enorme escándalo dentro del vientre del lobo.
—¡Te quieres estar quieto! —le dijo el lobo—. Vas a despertar a todo el mundo.
—¡Tanto peor para ti! —contestó el pequeño—. ¿No has disfrutado ya? Yo también quiero divertirme.
Y se puso de nuevo a gritar con todas sus fuerzas. A fuerza de gritar, despertó a su padre y a su madre, quienes corrieron hacia la habitación y miraron por las rendijas de la puerta. Cuando vieron al lobo, el hombre corrió a buscar el hacha y la mujer la hoz.
—Quédate detrás de mí —dijo el hombre cuando entraron en el cuarto—. Cuando le haya dado un golpe, si acaso no ha muerto, le pegarás con la hoz y le desgarrarás el cuerpo.
Cuando Pulgarcito oyó la voz de su padre, gritó:
—¡Querido padre, estoy aquí; aquí, en la barriga del lobo!
—¡Al fin! —dijo el padre—.¡Ya ha aparecido nuestro querido hijo!
Le indicó a su mujer que soltara la hoz, por temor a lastimar a Pulgarcito. Entonces, se adelantó y le dio al lobo un golpe tan violento en la cabeza que éste cayó muerto. Después fueron a buscar un cuchillo y unas tijeras, le abrieron el vientre y sacaron al pequeño.
—¡Qué suerte! —dijo el padre—. ¡Qué preocupados estábamos por ti!
—¡Si, padre, he vivido mil desventuras. ¡Por fin, puedo respirar el aire libre!
—Pues, ¿dónde te metiste?
—¡Ay, padre!, he estado en la madriguera de un ratón, en el vientre de una vaca y dentro de la panza de un lobo. Ahora, me quedaré a vuestro lado.
—Y nosotros no te volveríamos a vender, aunque nos diesen todos los tesoros del mundo.
Abrazaron y besaron con mucha ternura a su querido Pulgarcito, le sirvieron de comer y de beber, y lo bañaron y le pusieron ropas nuevas, pues las que llevaba mostraban los rastros de las peripecias de su accidentado viaje.

ideal

Es un error pretender estar más allá del bien y del mal. Ni siquiera sé si es posible, pero si lo fuera, no debería ser una práctica. Si alguien dijera que eso es la libertad, se equivocaría, se estaría confundiendo con el libertinaje. La pieza fundamental es ser justo, y para eso, se trata más bien de tener claro, de tener cerca, de estar inmerso en el bien y el mal. Solo el que tiene la fuerza para elegir libremente lo justo es quien es.

Sunday, December 03, 2006

Cuento 8

Erase una vez una hermosa reina que deseaba ardientemente la llegada de una niña. Un día que se encontraba sentada junto a la ventana en su aro de ébano, se pico el dedo con la aguja, y pequeñas gotas de sangre cayeron sobre la nieve acumulada en el antepecho de la ventana. La reina contempló el contraste de la sangre roja sobre la nieve blanca y suspiro.
- ¡Como quisiera tener una hija que tuviera la piel tan blanca como la nieve, los labios rojos como la sangre y el cabello negro como el ébano!
Poco tiempo después, su deseo se hizo realidad al nacerle una hermosa niña con piel blanca, labios rojos y cabello negro a quien dio el nombre de Blanca Nieves.
Desafortunadamente, la reina murió cuando la niña era muy pequeña y el padre de Blanca Nieves contrajo matrimonio con una hermosa mujer y cruel que se preocupaba mas de su apariencia física que de hacer buenas acciones.
La nueva Reina poseía un espejo mágico que podía responderle a todas las preguntas que ella le hacia. Pero la única que le interesaba era:
-Espejo mágico, ¿quien es la más hermosa del reino?
Invariablemente el espejo le respondía:
-¡La más bella eres tu! La vanidad de la Reina vivía satisfecha con la respuesta, hasta que un día, el espejo le respondió algo diferente:
-Es verdad que su majestad es muy hermosa ; pero ¡Blanca Nieves es la más hermosa del reino!
Enfurecida, la envidiosa Reina grito:
-¿Blanca Nieves más hermosa que yo?
¡Imposible! ¡Eso no lo tolerare!
Entonces mando llamar a su más fiel cazador.
-¡Llévate a Blanca Nieves a lo mas profundo del bosque y mátala! Tráeme su corazón como prueba de que cumpliste mis ordenes.
El cazador inclinó la cabeza en signo de obediencia y fue en busca de Blanca Nieves.
¿Adónde vamos? preguntó la joven.
-A dar un paseo por el bosque su Alteza, -respondió el cazador. El pobre hombre acongojado, sabia que seria incapaz de ejecutar las ordenes de la Reina. Al llegar al medio del bosque, el cazador explico a Blanca Nieves lo que sucedía y le dijo:
-¡Corre vete lejos de aquí y escóndete en donde la Reina no pueda encontrarte, y no regreses jamas a palacio!
Muy asustada Blanca Nieves se fue llorando, el cazador mató a un jabalí y le saco el corazón.
"La Reina creerá que es el corazón de Blanca Nieves" -pensó el cazador -."Así la princesa y yo viviremos mas tiempo".
Blanca Nieves se encontró sola en medio de la oscuridad del bosque. Estaba aterrorizada. Creía ver ojos en todas partes y los ruidos que escuchaba le causaban mucho miedo.
Corrió sin rumbo alguno. Vago durante horas, hasta que finalmente vio en un claro del bosque, una pequeña cabaña.
¿Hay alguien en casa?- pregunto mientras tocaba a la puerta.
Como nadie respondía, Blanca Nieves la empujó y entró. En medio de la pieza vio una mesa redonda puesta para siete comensales. Sintiéndose segura y al abrigo, subió las escaleras que conducían a la planta alta donde descubrió, una al lado de la otra siete camas pequeñas.
"Haré una pequeña siesta" -se dijo- ¡Estoy tan cansada! "
Entonces se acostó y se quedo profundamente dormida.
La cabaña pertenecía a los siete enanitos del bosque. Eran muy pequeños, tenían barbas largas y llevaban sombreros de vivos colores. Esa noche regresaron de una larga jornada de trabajo en la mina de diamantes.
-¡Miren! ¡Hay alguien durmiendo en nuestras camas! Uno de ellos tocó delicadamente el hombro de Blanca Nieves quien despertó sobresaltada.
-¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? -preguntaron los enanitos sorprendidos.
Blanca Nieves les contó su trágica historia y ellos la escucharon llenos de compasión.
-Quédate con nosotros. Aquí estarás segura. -¿Sabes preparar tartas de manzana? -preguntó uno de ellos.
-¡Sí, sí! Puedo preparar cualquier cosa -respondió ella contenta.
-La tarta de manzana es nuestro postre preferido -le dijeron.
Blanca Nieves se ocupaba de las faenas de la casa mientras ellos trabajaban en la mina de diamantes, y en la noche ella les contaba divertidas historias.
Sin embargo. Los enanitos se sentían inquietos por la seguridad de Blanca Nieves.
-No hables con extraños cuando estés sola. Y, sobretodo, ¡no le habrás la puerta a nadie! - le advertían al salir.
-No se preocupen. Tendré mucho cuidado -les prometía. Los meses pasaron y Blanca Nieves era cada vez más hermosa. Leía, bordaba y cantaba hermosas canciones. Algunas veces soñaba que se casaba con un apuesto príncipe.
Entretanto la malvada Reina convencida de que Blanca Nieves estaba muerta, había cesado de interrogar a su espejo mágico. Pero una mañana decidió consultarlo de nuevo.
-¿Es verdad que yo soy la más hermosa del reino? -preguntó
-No, tu no eres la más hermosa, la más hermosa -respondió el espejo- es Blanca Nieves sigue siendo la más hermosa del reino.
-¡Pero Blanca Nieves esta muerta!- No -contestó el espejo-. Esta viva y habita con los siete enanitos del bosque.
La Reina encolerizada mandó buscar al cazador, pero este se había marchado del palacio. Entonces empezó a pensar como haría para deshacerse ella misma de la joven de una vez por todas.
Blanca Nieves estaba preparando una tarta cuando una vieja aldeana se acercó a la casita. Era la malvada Reina disfrazada de mendiga.
-Veo que estas preparando una tarta de manzanas -dijo la anciana asomándose por la ventana de la cocina.
-Si -respondió nerviosamente Blanca Nieves -. Le ruego me disculpe pero no puedo hablar con extraños. Tienes razón! -respondió la Reina-. Yo simplemente quisiera regalarte una manzana. Las vendo para vivir y quizás un día quieras comprar. Son deliciosas ya veras.
La Reina corto un trozo de manzana y se lo llevo a la boca.
-¿Ves hijita? Una manzana no puede hacerte ningún mal. ¡Disfrútala! Y se alejo lentamente.
Blanca Nieves no podía alejar sus ojos de la manzana. ¡No solo parecía inofensiva, si no que se veía jugosa e irresistible!
No puede estar envenenada la anciana comió un trozo, se dijo. La pobre Blanca Nieves se dejo engañar. ¡La malvada reina había envenenado la otra mitad de la manzana! Poco después de haber mordido la manzana Blanca Nieves cayo desmayada y una muerte aparente hizo su efecto de inmediato. Allí encontraron los siete enanos al regresar de la mina.
-¡Esto sin duda alguna es obra de la Reina! -gritaron angustiados mientras intentaban reavivar a Blanca Nieves.
Pero todo era en vano, la muchacha inmóvil, no daban ninguna señal de vida. Su aliento no empañaba el espejo que los enanitos le ponían cerca de la boca.
Los siete enanitos lloraban amargamente la muerte de Blanca Nieves y no querían que de ninguna manera separarse de ella. Tal era su belleza que al vera daba la impresión de que estaba dormida. Posiblemente pensaron, era víctima de un hechizo. Entonces decidieron ponerla dentro de una urna de cristal y hacer turnos para cuidarla.
Un día un joven Príncipe. que pasaba por el bosque oyó hablar de la hermosa princesa que yacía en la urna de cristal.
¡Como quisiera verla! Pensaba mientras se dirigía a la casa de los siete enanitos.
Al verla, el príncipe se enamoro inmediatamente de ella. -¡Era la joven más hermosa que jamas había visto! -¡por favor déjenme cuidarla! -suplicó a los siete enanitos-. Yo velare su sueño y la protegeré por el resto de mi vida.
En un comienzo los enanitos se negaron, pero después aceptaron pensando que Blanca Nieves estaría más segura en el castillo.
Cuando los lacayos del príncipe levantaron la urna de cristal para llevársela, uno de ellos se tropezó y el cofre se sacudió. El trozo de manzana envenenada cayo de la boca de Blanca Nieves. Sus mejillas, hasta entonces de un pálido mortal, comenzaron a teñirse de rosa y sus ojos se abrieron lentamente. Los enanitos no podían contener su alegría, mientras Blanca Nieves se arrodillaba al pie de Blanca Nieves.
-Deseo con todo mi corazón que seas mi esposa- susurro el príncipe conmovido.
Blanca Nieves que se había enamorado del apuesto príncipe, le respondió:
-Si seré tu esposa.
La boda se celebro con una gran fiesta. La malvada fue perdonada e invitada. ¡Pero cuando vio la belleza y dulzura de Blanca Nieves, se lleno de tal rabia y envidia, que cayo muerta al instante!
Blanca Nieves y el Príncipe vivieron felices en un hermoso castillo, y los siete enanitos nunca tuvieron que regresar a trabajar a la mina de diamantes.

Las respuestas que me pedías

¿Qué más da si te digo que soy José López, Miguel Sánchez, Luis García o cualquier otro? No entiendo que ganas con eso. Nombres. En esta época más que en ninguna otra, los nombres no importan nada. Antes, hace mucho, en una época en la que me hubiese gustado vivir, la palabra bastaba. Soy tal, del clan tal. Pero eso ya no existe. Solo los estúpidos sin alma propia siguen pensando en su apellido, en su nombre. Soy único, eso es lo que importa.
A tu segunda pregunta respondo: No. Debo haberme cruzado contigo miles de veces si es que es cierto que te gusta caminar por las noches y si es que no nos hemos fumado un cigarrillo juntos es porque no ha sido tiempo de encontrarnos... ¿o es que no hablas con extraños?
Sobre la soledad, ¿qué podría decir? Hay veces que quisiera caminar acompañado, es cierto. Hay veces que quisiera marcar siete u ocho números y decir: ¿oye, quieres un café?, una cerveza?, o solo conversar un ratito?. Una vez lo hice y me dijeron que sí y la pasé bastante bien. Pero fue solo una vez. El resto de veces el tono fue de ocupado, desconectado, o alguien que te decía que estaba ocupado u ocupada. Y eso creo que es la soledad: Lo que me hace llamar, y lo que se siente después de esa realidad. Sí, ando solo y no me gusta. Pero también soy enteramente consciente de mi incapacidad para vivir mucho tiempo con alguien.
Finalmente, decirte que en estos momentos no estoy en Lima sino a miles de kilómetros de distancia.

Friday, December 01, 2006

Cuento 7

Cuentan que un día muy, muy lejano, un príncipe decidió recorrer mundo. Avisó a su criado y ambos se pusieron en camino. Tras mucho cabalgar, llegaron a un profundo bosque del que no podían salir. Mientras daban vueltas y vueltas, buscando un camino adecuado, se hizo de noche, y decidieron buscar un refugio donde pasar la noche. Al fin vieron a lo lejos la luz de una cabaña, a la que se acercaron pidiendo cobijo.
- Mi madre no está,- dijo la linda muchacha que les abrió la puerta -. Pero no creo que queráis quedaros aquí, porque es una bruja. Sin embargo el príncipe, que no conocía el miedo, y ante la perspectiva de pasar la noche al raso, decidió dormir allí. Cuando llegó la terrible bruja y sirvió la cena, la hija previno al príncipe y su criado de que no comieran nada, pues estaba envenenado.
Gracias a la advertencia de la hija de la bruja, consiguieron sobrevivir a la noche. A la mañana siguiente, muy temprano, el príncipe, temiendo nuevos ataques de la bruja, decidió partir. Y cuánta razón tenía. La bruja se acercó al criado, que todavía estaba ensillando a su caballo y tendiéndole una pequeña vasija, le dijo: - ¡Llévale al príncipe este buen vino! Es seguro que le ha de gustar.
Pero el caballo del criado, asustado por la vieja, se encabritó, rompiendo la vasija. Y resultó contenía un veneno tan potente, que el caballo murió al tocarle. El criado huyó despavorido, pero enseguida se detuvo y volvió sobre sus pasos para recoger la silla de montar. Al llegar al lugar del suceso, vio a un cuervo comiendo la carne del animal, y pensando que podría ser su cena, lo mató y lo guardó en su morral.
Alcanzó el criado al príncipe y de nuevo cabalgaron todo el día. De noche llegaron a una posada, que en realidad era el escondite de doce ladrones, donde el posadero aceptó cocinar el cuervo. Aún no habían empezado a comer, cuando llegaron los bandidos, que redujeron al príncipe y su criado con la intención de matarlos después de la cena.
Y ante la mirada atónita de ambos y de la muchacha que servía la cena, uno tras otro, los doce ladrones fueron cayendo al suelo, pues la carne del cuervo aún contenía el veneno que había matado al caballo. La muchacha rompió entonces las cuerdas que inmovilizaban al príncipe y su criado y les enseñó las riquezas que habían almacenado los ladrones:- Quédatelas, bella niña. -Dijo el príncipe.
Y ante la mirada atónita de ambos y de la muchacha que servía la cena, uno tras otro, los doce ladrones fueron cayendo al suelo, pues la carne del cuervo aún contenía el veneno que había matado al caballo. La muchacha rompió entonces las cuerdas que inmovilizaban al príncipe y su criado y les enseñó las riquezas que habían almacenado los ladrones:- Quédatelas, bella niña. -Dijo el príncipe.
Pasaron tres días y tres noches, y el príncipe y su criado llegaron a un país en el que el rey ofrecía la mano de su hija a aquel que consiguiera plantear un acertijo que ésta no pudiera resolver. Pero en caso de que el acertijo fuera resuelto antes de tres días, el pretendiente pagaría con su cabeza. Al ver la belleza de la princesa, nuestro príncipe quedó prendado y decidió probar suerte.
Al llegar ante a la hija del rey le planteó: - ¿Qué es una cosa que no mató a ninguno, y mató a doce? La princesa pensó y pensó, pero no lograba dar con la respuesta. Dándose por vencida, pero sin aceptar la derrota, resolvió enviar a su camarera a la habitación del príncipe mientras éste durmiera, por ver si decía la solución al enigma en sueños.
El criado, astuto, recomendó a su príncipe que intercambiaran sus camas. Así, el criado se hizo el dormido, y cuando la criada entró a espiar por la noche, éste le quitó la capa antes de que ella huyera. Lo mismo ocurrió la segunda noche, y cuando el príncipe lo supo, decidió ser él mismo quien esperara a la camarera. La princesa, al ver que sus enviadas habían fracasado, se preparó para acechar ella misma al príncipe.
Cuando el príncipe fingió dormir, apareció la princesa colocándose a su lado: - ¿Qué cosa es -preguntó con voz queda- que no mató a ninguno y mató a doce? - El veneno de la bruja, no mató al cuervo cuando comió carne del caballo, y mató a los doce ladrones que comieron carne del cuervo.- Contestó el príncipe, y tirando de la capa que llevaba ella consiguió quitársela antes de que ella huyera.
A la mañana siguiente, toda la ciudad estaba reunida para ver la respuesta que daba la hija del rey al acertijo. - ¿Qué es una cosa que no mató a ninguno, y mató a doce? -Preguntó el príncipe. - El veneno de la bruja, no mató al cuervo cuando comió carne del caballo, y mató a los doce ladrones que comieron carne del cuervo.-Contestó ella, tramposa.
La multitud contuvo el aliento, y el príncipe exclamó: - La princesa ha espiado mis sueños para obtener la respuesta. -Y a continuación, extendió ante sí las tres capas tomadas en noches anteriores. El rey, al reconocer que uno de ellos era el de su hija, dictó mirándola con reproche: - Que este manto se borde en oro y plata: será el de vuestra boda.

A beer before home

Mi cabeza asentía rítmicamente y mis pies no dejaban de seguir el ritmo. Eran los primeros acordes. Me sentía bien. Lo bueno es que aquí nadie da consejos. Ni critican. Desde detrás del mostrador, Pam a veces se toma su tiempo para pensar. Estudia la cara del chico, como cambia su rostro conforme su novia lo abraza, le baila, se ríe con él. ¿En que pensará Pam? Alguien la saca de su contemplación. Atiende. Vuelve a mirar-pensar. Pam estudia a sus clientes, no los critica, no los admira, no le caen simpáticos ni desagradables. Eso parece. Pam ha visto mucho desde detrás del mostrador.
La canción que hacía que me moviera hablaba de un tipo que ayer se había sentido muy viejo, tanto que podría morir, tanto que le dieron ganas de llorar, tanto que solo quería irse. "Irme y desaparecer. Irme lejos de aquí", clamaba.
La canción resonaba y resonaba en mi mente y mi cuerpo bailaba y bailaba. Go on, go on, go on y mi cuerpo iba y venía, iba y venía, y giraba y giraba y giraba, go on, go on, go on.
Después ya no pude dejar de bailar. Después vi a Pam en sus trece. Apuré otro vaso. Quisiera ser dueño de un pub. Medio oscuro, con pantallas de tv por todos lados, que la gente salga de su trabajo para tomarse una cerveza, escuchar música, ver un partido de futbol, antes de irse a casa. Tal vez Pam trabajaría conmigo. "A beer before home" recomendaba el letrero en la puerta. Nunca he leído mejor consejo. Esta es una ciudad mágica.