Y claro, se dio cuenta que también era posible que nunca entendiera
Esa tendencia a volver tragedia cada capítulo de su vida lo llevó a dar paso tan poco usual. La cuestión podría haberse solucionado con una llamada, pero esta nunca llegó. Y entonces apretó el gatillo y Nico, el hijo de puta que robaba por el gusto de hacerlo, cayó con el craneo destrozado por una nueve milímetros. Y si no respondía sería el punto final, y lo fue. Esperaba su llamada sabiendo que no llegaría, lamentando el desenlace tan simple.
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