Fugaz
Abrí la puerta de mi casa y un fuerte viento golpeó mi cara. Hace un tiempo, había una chica a la que veía salir todos los días de su casa, pasar frente al lugar donde atendía y sonreirme como si fuese su vecino. Siempre salía a 27 para las 10 y regresaba generalmente a las 7. Un día cualquiera rompió su rutina. Estaba preocupándome cuando hacia el mediodía se acercó a donde estaba, hizo su pedido y cuando se lo estaba entregando, justo en el instante en que nuestras dos manos quedaron unidas por un pedazo de papel, un fuerte viento sopló de improviso, golpeó mi cara y la despeinó ligeramente. Nos miramos a los ojos, sorprendidos, alegres, juguetones; "¡vaya!", dije, ella rió de nuevo y no pude hacer sino imitarla. Nuestras manos seguían unidas por el pedazo de papel. Ella guardó su pedido, dió media vuelta, y se fue contenta, caminando ligero, casi corriendo y saltando. No hubo más viento ese día.
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