Mi tercera quemadura
Hoy apagué un cigarrillo en mi brazo; lo hice lentamente, en castigo por no haberme atrevido a hacer algo, por quedar como un simple espectador, acabé con el alma hecha mierda. No soy ningún santo, he hecho con simpleza cosas que a otros pudieran resultarle malditas, pero jamás abusé de quien no pudiera defenderse, jamás deformé a quien no tuviera forma de evitarlo. A eso de las siete entré a un barcito a tomarme un par de cervezas, en una mesa contigua bebía el tipo con la que parecía dueña del local. Había empezado con la segunda botella cuando de la entretienda salió corriendo una niña, gordita, de unos cinco años. Buscaba a su mamá. El tipo la agarró del brazo, la niña, reconociéndolo, quiso zafar, la mamá reía. "Es tu tío", le dijo, mientras las manos del tipo frotaban sus pequeñas e inocentes nalgas. Ella lloró, trataba de retirarse, pero él seguía y ya no frotaba sino perforaba. Y la madre reía, y yo mirando, pensando en reventarle la botella al tipo pero también en un fácil "es su madre, no es mi problema", sabiendo que hacía mal, quemándome para ver si reaccionaba, para saber si estaba vivo, y estaba pero de una manera cobarde. Se puede ser intéprido, arrojado, arriesgado, y al mismo tiempo cobarde, cuestión de la personalidad múltiple, tengo una que es cobarde, una tortuga cobarde, un caracol cobarde y no es novedad, ya una chica hace muchos años lo descubrió: se acercó a mi oído y me cantó una frase: "Los amores cobardes no llegan a amores".