M me contó que la primera vez que se tiró a una mujer fue en el norte del país. Tenía 19 años y había viajado para no recibir un año nuevo más en casa de sus padres. Llegó a Trujillo en la mañana del 31, buscó un hotel, dejó su mochila y salió a recibir el sol cálido de esa ciudad de clima perfecto. Luego fue hacia un puerto cercano llamado Huanchaco, conversó con algunos pescadores, se comió un cebiche, paseó por la playa, miró el mar hasta que oscureció. Regresó a Trujillo y tras dar varias vueltas se sentó a descansar en un banco de la inmensa y siempre limpia Plaza de Armas. Tres bancas más allá se sentó una mujer en actitud de espera que desespera. Quince minutos después ya eran las 10:30 de la noche. Se acercó y empezó un diálogo sobre lo bella de la ciudad, le contó lo que había hecho en el día y ella le confió que estaba esperando a su enamorado. "Si es que no ha llegado todavía, debe ser que se ha ido con otra", le dijo. "Es capaz -le respondió- ese maldito". "¿Y por qué no te vengas?", "Eso debería hacer", "Yo estoy hospedado en un hotel, tengo una botella de champagne allí: vamos, celebramos el año nuevo y lo recibimos con una tremenda novedad". Se rió, dijo que M era muy chiquillo para ella (que tendría unos 30) y que mejor se vaya a su casa a abrazar a su mamá. Pero M insistió, le ofrecía una noche mágica, una juventud incansable, y el enamorado que no llegaba, y que estaba con la otra, y que es año nuevo, y que sería inolvidable, y que nadie más lo sabra, que mañana se iría, y ya va media hora de insistencia, de chistes, de groserías hasta que ella dijo: "vamos, pues", después se arrepentiría. M estaba tan excitado con su logro, con su primera vez con una mujer, que estaba totalmente al palo ya mientras subían las escaleras que iban a su habitación. La llevó a la cama, la empezó a besar, se desnudó rápidamente y empezó a ingresar de inmediato. Cuando escuchó el primer murmullo placentero de ella, M se vino y se vino también todo el cansancio del viaje, de la caminata de la mañana, de la playa, de las rondas, y la noche acabó para él. "¿Y ahora yo que hago?", se quejó la mujer, "duerme un rato", "¿tanta palabrería para esto?", "mejor vete". Entonces ella se echó la culpa: "no te gustó mi cuerpo, ya no estoy tan bonita, tengo una teta más baja que la otra", eso le llamó la atención, en efecto, tenía una teta más baja que la otra. Le dió pena. "No es eso, en verdad estoy muy cansado, he viajado tres días seguidos y no he dormido nada, discúlpame". Ella cobró valor y volvió a quejarse de su mala suerte, del poco hombre que le tocó, lo humilló. M que hasta entonces había ocultado lo mal que se sentía, lanzó un "los cabros no se quejan" que la arrojó de inmediato fuera de la habitación mientras él se quedaba empezanddo a odiar a las mujeres.