Una historia (interpretada) de J
Le sorprendió que lo llamara. Llevaba cerca de cinco meses viviendo solo en el afán de recobrar fuerzas para emprender nuevamente la marcha. Hey, ¿cómo estás?, a los tiempos. Claro que me acuerdo solo que ni sabía que tenías mi número. Aquí pues, leyendo algo, y tú. Ah, pucha, pero ahora no puedo, estoy esperando a una flaca. Otro día mejor, llámame la próxima semana o mejor dame tu número. Hacía como tres años que no lo veía y sin embargo, la sorpresa no lo llevó a salir de su cuarto y encontrarlo. No tenía ánimos para eso. La siguiente semana no lo llamó, podrían haber pasado otros tres años sin que supiera de él pero al mes siguiente le dijeron que se había suicidado. Por teléfono se le sentía como siempre: contento, vivaz, de mente rápida, siempre contento, siempre vivaz. En la universidad corría por el tontódromo y los jardines, mariposa, ruiseñor, abejita en busca de polen. De repente te paraba y te quería vender un cigarro. Otro día intentaba besarte. Poco a poco lo fue conociendo, casi casi se hicieron amigos. En las noches solía encontrarlo en el centro de la ciudad, en las rejas. Una vez volvió a intentar besarlo y J abrió la boca y lo aceptó. No podía haberlo puesto más contento. Solo fueron esos besos, besos de hombres que saben ser suaves y tiernos, besos tranquilos como los que se dan a los hijos y, ahora lo descubría, como los que se pueden dar a los amigos. Es difícil decirlo (J es mas bien callado y no le entra al vicio por la habladuría de los habitantes de esta ciudad), pero si algo en común tenían esos dos quizás sean los brotes de desesperanza. No es seguro, sobre todo en él -a quien obviamente no conocí- tal vez todo no sea sino una suposición. J piensa que los homosexuales son desesperanzados debido al continuo rechazo de que son objeto. J, a quien nunca le molestaron los homosexuales, dice que comprende cuando ellos mal interpretan su naturalidad para con ellos. Porque J dice que es capaz de hablar, reír, tomar y bailar con un homosexual sin pensar en acostarse con él. Piensa que un homosexual solo es realmente feliz cuando lo aceptan como igual. Son momentos de alivio a su desesperanza eterna. Y el problema es que la mayoría tan no se lo cree que terminan confundiendo las cosas y creen que hay ganas o hasta amor, provocando la huida del casi amigo y de vuelta la desesperanza. De lo que no se da cuenta J, que tan pensador se cree, es que en realidad lo que ha hecho es describirse a si mismo. Ok, no es homosexual, pero tiene el mismo grado de desesperanza y además es un suicida continuo, un seguidor de luces de frías linternas que de pronto hacen click.
2 Comments:
que de pronto hacen click...interesante...
aunque no siempre el andar perdido significa estar en la oscuridad
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