(Soy) el hombre que esperas
Este post es el resultado de una apuesta milenaria hecha conmigo mismo.
Porque un día cualquiera se nos dio por mirarnos y reconocernos de batallas lejanas en las que compartimos osadía, miedo, impulso, franqueza, alegría, solidaridad, temor, reserva, valentía, romanticismo, sensibilidad, ironía. Y porque nada de eso ha cambiado y seguimos guerreando hasta siempre encontrarnos en medio del campo de batalla y justo cuando más cansados y desesperanzados estamos.
Porque desde los tiempos inmemoriales venimos juntándonos así vida tras vida. La última vez me sepultó al pie de un manzano, en un campo de flores en el que revoloteaban las mariposas. Y que la reconocería por los símbolos.
Porque esa tarde en el Santiago de hace tanto, en el metro más aburrido, limpio y dictatorial del mundo. O aquella otra en París donde repetiste en voz alta el diálogo ese de que era triste estar en la ciudad del amor y sin amor. Caprichoseando con doña fortuna.
La apuesta, sí, una moneda al aire lanzada hacia el pozo de los recuerdos. Un cerrar los ojos y correr por la autopista en busca de su mano para develarnos uno al otro mientras todo pasa a la velocidad de la luz.
Soy el hombre que te esperaba. Te encontré hace nueve meses y espere a que nacieras naturalmente en este bosque y pantano de tantos dolores, mirando desde lejos el ataque de los pequeños duendes, viendo perfeccionarse tu técnica hasta saber que podrías protegerme tal como yo haría contigo. Y al fin poder empezar de nuevo, un renacer en primavera, nosotros que amamos el frio y la humedad que nos empuja el uno al otro. Y sé que mañana saldrá el sol.
Porque un día cualquiera se nos dio por mirarnos y reconocernos de batallas lejanas en las que compartimos osadía, miedo, impulso, franqueza, alegría, solidaridad, temor, reserva, valentía, romanticismo, sensibilidad, ironía. Y porque nada de eso ha cambiado y seguimos guerreando hasta siempre encontrarnos en medio del campo de batalla y justo cuando más cansados y desesperanzados estamos.
Porque desde los tiempos inmemoriales venimos juntándonos así vida tras vida. La última vez me sepultó al pie de un manzano, en un campo de flores en el que revoloteaban las mariposas. Y que la reconocería por los símbolos.
Porque esa tarde en el Santiago de hace tanto, en el metro más aburrido, limpio y dictatorial del mundo. O aquella otra en París donde repetiste en voz alta el diálogo ese de que era triste estar en la ciudad del amor y sin amor. Caprichoseando con doña fortuna.
La apuesta, sí, una moneda al aire lanzada hacia el pozo de los recuerdos. Un cerrar los ojos y correr por la autopista en busca de su mano para develarnos uno al otro mientras todo pasa a la velocidad de la luz.
Soy el hombre que te esperaba. Te encontré hace nueve meses y espere a que nacieras naturalmente en este bosque y pantano de tantos dolores, mirando desde lejos el ataque de los pequeños duendes, viendo perfeccionarse tu técnica hasta saber que podrías protegerme tal como yo haría contigo. Y al fin poder empezar de nuevo, un renacer en primavera, nosotros que amamos el frio y la humedad que nos empuja el uno al otro. Y sé que mañana saldrá el sol.
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