Saturday, August 26, 2006

Intercambiando espíritus

Iba a empezar con un "Una de las tantas M que he conocido…" pero habría cometido una necedad, porque la M de quien se me antoja hablar es especial (estoy seguro que sigue viva). Llegué a Bogotá procedente de las cálidas Cartagena y Santa Marta, tras una breve visita a Aracataca, ya en el camino de regreso al Perú. Pensaba quedarme dos días en la capital colombiana. Ubiqué un hostalcito en el centro y allí amanecí. Salí con hambre y caminé unas cinco cuadras hasta que encontré una bodega con mesas para comer empanadas y tomar café o gaseosas. Mientras me fijaba en lo que comería, sentí una mirada. Al fondo del salón estaba sentada M, sola, mirándome fijamente. Es cierto, mi aspecto físico es raro para Colombia, además, estaba viajando, tenía un pantalón azul-morado bastante ancho y gastado que podía también ser usado como pijama, un polo y encima una chompa de lana de cuello abierto con botones grandes en la que predominaba el azul pero con triángulos amarillos y rojos en su parte delantera. Sostuvimos miradas cálidas y cómplices por un segundo. Compré mi empanada y una gaseosa y me fui a sentar con ella. Quería ser escultora. Estaba de pasada. Tenía que ir a la universidad a matricularse. Caminamos hacia allá mientras me enseñaba la ciudad, las calles por donde debía regresar, los lugares que debía visitar, la inmensa biblioteca libre (decía que era lo mejor de Bogotá, cualquiera podía pedir un libro solo con la cédula de identidad y te lo prestaban hasta por una semana), los museos, las plazas centrales, las calles donde no debía entrar por ninguna razón, los lugares donde se pasaba droga, donde se corrían apuestas, en fin, Bogotá. Después caminamos hacia su casa taller, los trabajos que no mostraba a nadie, los trabajos para la universidad. M es bonita (estoy seguro que sigue viva), una típica "cachaca" como les dicen a las familias bogotanas de siempre. Los modismos, el mismo idioma pero cada quien con su sinónimo, entendernos. Al día siguiente tenía que trabajar para su padre. Dijo que me fuera a Zipaquirá a ver la catedral de sal. Casi nunca le digo no al consejo de una mujer. Al día siguiente la llamé, le dije que ya me iba, nos vimos por la tarde. "Abrázame fuerte-fuerte, antes que te vayas, por favor", me pidió. Dos días antes me había contado que conoció a una mujer con la que se sentía muy bien y que le dijo que se había enamorado de ella, que la había rechazado, pero la quería tanto que la abrazó a manera de despedida. Que fue un abrazo de esos en los que se intercambia el alma, que la dejó muy confundida, pensativa, caminando por las calles, divagando día y noche, noche y día, paso tras paso, sentándose solo para tomar café hasta que me vio entrar y supo que yo había llegado para abrazarla de nuevo y llevarme ese espíritu que la otra rara mujer le había dejado.
Le escribí desde Quito y Lima. Me dijo que parecía que tendría que ir a verme. Que era increíble que dos personas se vieran solo una vez en la vida para algo tan significativo.
Varias semanas después regresé de trabajar al departamento en que vivía y el dueño huraño me dijo: "Ha venido una señorita preguntando por ti… no sé, no dijo su nombre… tenía unas maletas… no sé, digo gracias y se fue". Corrí a todos los hoteles de la zona y de más allá, pero no estaba, se había ido. "Quisiera conocer Argentina, dicen que hay muy buen ambiente por allá", me dijo.