Quién necesita a las mujeres (en casa)
Hace muchos años, apenas el menor de sus hijos pudo sujetar con firmeza una escoba, mis padres decidieron que ya no hacía falta una empleada y dividieron los quehaceres domésticos entre sus vástagos (dos mujeres, un hombre). Se trató de una división más bien democrática, en que cada mes o cada dos meses se hacía una lista de quehaceres y nosotros íbamos escogiendo las que serían nuestras obligaciones. Fue gracias a ello que me di cuenta que las cosas que generalmente hacen las mujeres resultan más cómodas que las que generalmente le tocan a los hombres, así, aprendí a escoger barrer la sala en vez de barrer el pasadizo lleno de hojas y constantemente asediado por la tierra; a lavar los platos en vez de tener que sacar la basura; a barrer el dormitorio en vez de tener que ir a hacer las compras. Mis hermanas pronto se dieron cuenta que algo malo andaba con eso de decir que los hombres y las mujeres son iguales. Cuando las mujeres de la casa quisieron retroceder, ya era tarde. No atraqué. Me volví feminista. Y claro, eso siempre me ha traído problemas con muchas mujeres. La mayoría prefiere el feminismo declarativo pero no el de la práctica. Quieren las libertades pero no las obligaciones.
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