Lyon
Era noviembre, hacía más frio que calor, había decidido bajar entre Barcelona y París para poder estirar las piernas y así lo hice. Pude cambiar de rumbo entonces y volver a cruzar hacia Alemania con Lourdes pero dejé que se fuera a ver a su novio-próximo-esposo que la haría legal y le cambiaría la vida. Estaba a un paso de concretar su sueño y sin embargo dispuesta a dejarlo todo para irse con un vagabundo en camino a París a quien había conocido en el paradero del bus. Llegué corriendo a la estación, ella estaba esperando la hora de partir. La reconocí de inmediato y le lancé el "hola, ¿de aquí salé el bus que va a París?" y ella asintió. Estaba indecisa sobre que ruta tomar. Entrar a Francia con la visa vencida la hacía insegura. Nos sentamos juntos para contarnos la mitad de nuestras historias, la mitad que en ese momento más nos angustiaba. Hacía frio, se acurrucó en mí. Necesitaba protección. Una cara familiar. Necesitaba besar. Dos africanos flacos y de ojos saltones, compañeros en la última fila del bus se preguntaban si ese era el mundo al que habían llegado: La chica sentándose sobre las piernas del chico. El chico cogiendo su entrepierna, surcando sus senos, y ella gimiendo sin preocuparse de mostrarse ante los 36 compañeros de viaje. Dormitar. La policía francesa sí pide documentos. No quiso despertarse. El tipo me alumbra con la linterna. Me habla en francés. Entiendo que quiere ver mi pasaporte. Muestro fastidio, de acuerdo, de acuerdo, le digo en inglés molesto. Lourdes no quiere despertar. El guardia la señala. "Sí, viaja conmigo", le digo. Gracias, señor, buen viaje, me responde en francés. Ya se fué. Despierta y me agradece con más besos. Lourdes quiere que la acompañe a Alemania. Le teme a los policías alemanes tanto como a los franceses. Estamos en Lyon. Hace más frio que calor. Buscamos la terminal de trenes. Hay una conexión hacia München dentro de tres horas. Buscamos una ducha. Luego me pide que la acompañe. Que me ayudará a conseguir trabajo. La miro y la beso. Quizás solo quiere cruzar la frontera. Siento que podría quedarme con ella. Faltan cinco minutos. Caminamos hacia el andén número 5 y allí está el viejo tren. Subo con ella y me siento a su lado. Su maleta grande rumbo a una casa la delata. Mi mochila con el sleeping cayéndose grita que no voy a ir con ella. Suerte.
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