El collar
Regreso de Sullana con otra desesperanza encima, con una visión tan fugaz que de tan bella no sé si fue real. Me dormí y cuando desperté ya no estaba. Se quedó en algún lugar entre Trujillo y Piura y sobre todo se quedó clavada entre mis dos ojos. Fueron dos días en el infierno sullanense, en el infierno de la desesperación de saber que se había bajado de mi vida mientras dormía. La melena de mi señora. Los ojos profundos de mi señora. La sonrisa fácil dibujada por dos labios carnosos. Su plática interesante sobre cualquier tema. Y el collar. Un collar de maderitas y pequeñas piezas de barro sobre su fino cuello. Un collar que no sé si se le cayó o si me lo dejó. Si se dio cuenta de lo que provocó en mí. De que me pasaría día tras día pensando en donde encontrarla, volviendo día tras día al terminal para saber si regresaba, para decirle: "se te cayó" y sonreírle.
Ella misma se lo había hecho (paciente y meticulosa). Las maderitas las compró pero las piecesitas de barro las fabricó ella misma. Cogió una porción de barro y la roció suavemente con agua (Así me dieron vida un día). Fue apretando poco a poco la tierra hasta volverla una masa blanda y flexible, moldeó una plastilina del barro, muy delgada y segmentada, y luego cogió otros pedazos con sus suaves dedos para hacer pelotitas (Así moldearon mi destino un día). Cuando tuvo suficientes cogió una aguja gruesa y los atravesó. (Así crucificaron mi corazón un día), con la misma aguja hizo una serie de trazos simples sobre las bolitas y los tallitos. Al horno, al fuego, a 200 grados centígrados (Así evaporó mi desesperanza por unas horas) para que el barro vuelva a endurecerse.
El hilo, las piezas, el broche y su recuerdo. Ese conjunto es lo único que me queda.
Ella misma se lo había hecho (paciente y meticulosa). Las maderitas las compró pero las piecesitas de barro las fabricó ella misma. Cogió una porción de barro y la roció suavemente con agua (Así me dieron vida un día). Fue apretando poco a poco la tierra hasta volverla una masa blanda y flexible, moldeó una plastilina del barro, muy delgada y segmentada, y luego cogió otros pedazos con sus suaves dedos para hacer pelotitas (Así moldearon mi destino un día). Cuando tuvo suficientes cogió una aguja gruesa y los atravesó. (Así crucificaron mi corazón un día), con la misma aguja hizo una serie de trazos simples sobre las bolitas y los tallitos. Al horno, al fuego, a 200 grados centígrados (Así evaporó mi desesperanza por unas horas) para que el barro vuelva a endurecerse.
El hilo, las piezas, el broche y su recuerdo. Ese conjunto es lo único que me queda.
2 Comments:
Que suave, no sabía que pudieras ser poético. Y esa, tu señora, jamás volvió por el collar?
todavía
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