Ginebra for free
Caminamos debajo del puente por donde pasaban los trenes, entramos por unos callejoncitos en los que mejor no aventurarse solo y llegamos. No era un hostal, menos un hotel sino un albergue para indigentes. Como no hay muchos indigentes en suiza, no había mucha gente. Un sitio limpio. 10 dólares, incluye cena y desayuno. Ok. Solo pueden quedarse quince días. Ok. Documentos. Ok. Llave, toalla y jabón que debe servir para los 15 días. Ok. Cada cuarto tiene dos camas. Ok. No pueden conversar en los cuartos, aquí se viene a dormir. OK. Hombres solo en el segundo piso, mujeres solo en el primer piso. Ok. Pueden servirse la cena y señaló una olla con sopa, el pan, el jugo. Ok. El desayuno se sirve a las 6 am. Ok. Cerramos a las 7 am y no pueden quedarse ni un minuto más. Ok (es una vaina no saber francés. La ecuatoriana sí sabe).
Mientras cenamos llegan dos peruanos, uno de Trujillo, el otro de El Agustino. Vienen de Italia. Hay poco trabajo por allá. Aquí pagan más, casi el doble. Uno es mozo y ayudante en un restaurante, es de utilidad pues es legal, su viejo es italiano y tiene por tanto derecho a trabajar en toda Europa. El otro es pintor, ha logrado la residencia hace poco. Milano está mal. Comprueban la impresión que me llevé yo de los italianos: pedantes, abusivos, marginadores. No podemos resistir la tentación y nos reunimos en uno de los cuartos a recordar. Llega un moreno, vé que estamos en su cama, no dice nada, solo se retira; vuelve con el administrador quien amenaza con expulsarnos, el de El Agustino comete el error de responder. Lo expulsa. Puede dormir hoy pero mañana no podrá regresar.
Voy a mi cuarto y mi compañero de cuarto duerme. Es un tipo alto y flaco. Hay unas botas muy gastadas al pie de la cama, un balde con una especie de trapeador y unas bolsas con ropa. Me echo en mi cama y duermo. Esta mañana me levantó el sol. Tengo que esperar por el baño mientras se pasa la hora. Logro bañarme, pero no me quedan sino cinco minutos para tomar desayuno y sacar mis cosas. La ecuatoriana se sienta conmigo. Los peruanos también. Se nos une un chileno. Nos botan. Caminamos juntos hacia un restaurant que tiene buffet y en el que te dejan sentarte a conversar y leer periódico sin tener que comprar nada. Conversamos casi hasta las once. Los peruanos se van a trabajar. El chileno, una persona ya mayor, tiene que esperar a su hijo que vive en Ginebra casi como adoptado. No tiene nada que hacer en Chile, no tiene nada que hacer en Ginebra salvo ver a su hijo un par de horas al día. Ayer, el adolescente tuvo que hacer una tarea, hoy sí lo verá pero después de almuerzo, hasta entonces estará dando vueltas por esta pequeña ciudad. Nos dicen donde almorzar. Hay reparto de almuerzo gratuito para los indigentes. Son varios restaurantes que atienden algunos los lunes, otros los martes, otros los miércoles... solo hay que engancharse en el sistema y se puede almorzar gratis todos los días. La ecuatoriana se queda conmigo, su cita de trabajo se la han pasado para mañana. No tiene nada que hacer hasta las 11 am de mañana. Caminamos hacia el lago. Pedimos prestadas bicicletas, conseguimos mapas para ciclistas y le damos y le damos hasta salir de la ciudad y llegar a la campiña ginebrina. Pistas delgadas en medio de campos amarillos, verdes y rosados, más allá los Alpes.
Ginebra, la ciudad más cara del mundo, no lo es más. Ginebra for free; bueno, por 10 dólares diarios.
Mientras cenamos llegan dos peruanos, uno de Trujillo, el otro de El Agustino. Vienen de Italia. Hay poco trabajo por allá. Aquí pagan más, casi el doble. Uno es mozo y ayudante en un restaurante, es de utilidad pues es legal, su viejo es italiano y tiene por tanto derecho a trabajar en toda Europa. El otro es pintor, ha logrado la residencia hace poco. Milano está mal. Comprueban la impresión que me llevé yo de los italianos: pedantes, abusivos, marginadores. No podemos resistir la tentación y nos reunimos en uno de los cuartos a recordar. Llega un moreno, vé que estamos en su cama, no dice nada, solo se retira; vuelve con el administrador quien amenaza con expulsarnos, el de El Agustino comete el error de responder. Lo expulsa. Puede dormir hoy pero mañana no podrá regresar.
Voy a mi cuarto y mi compañero de cuarto duerme. Es un tipo alto y flaco. Hay unas botas muy gastadas al pie de la cama, un balde con una especie de trapeador y unas bolsas con ropa. Me echo en mi cama y duermo. Esta mañana me levantó el sol. Tengo que esperar por el baño mientras se pasa la hora. Logro bañarme, pero no me quedan sino cinco minutos para tomar desayuno y sacar mis cosas. La ecuatoriana se sienta conmigo. Los peruanos también. Se nos une un chileno. Nos botan. Caminamos juntos hacia un restaurant que tiene buffet y en el que te dejan sentarte a conversar y leer periódico sin tener que comprar nada. Conversamos casi hasta las once. Los peruanos se van a trabajar. El chileno, una persona ya mayor, tiene que esperar a su hijo que vive en Ginebra casi como adoptado. No tiene nada que hacer en Chile, no tiene nada que hacer en Ginebra salvo ver a su hijo un par de horas al día. Ayer, el adolescente tuvo que hacer una tarea, hoy sí lo verá pero después de almuerzo, hasta entonces estará dando vueltas por esta pequeña ciudad. Nos dicen donde almorzar. Hay reparto de almuerzo gratuito para los indigentes. Son varios restaurantes que atienden algunos los lunes, otros los martes, otros los miércoles... solo hay que engancharse en el sistema y se puede almorzar gratis todos los días. La ecuatoriana se queda conmigo, su cita de trabajo se la han pasado para mañana. No tiene nada que hacer hasta las 11 am de mañana. Caminamos hacia el lago. Pedimos prestadas bicicletas, conseguimos mapas para ciclistas y le damos y le damos hasta salir de la ciudad y llegar a la campiña ginebrina. Pistas delgadas en medio de campos amarillos, verdes y rosados, más allá los Alpes.
Ginebra, la ciudad más cara del mundo, no lo es más. Ginebra for free; bueno, por 10 dólares diarios.
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