Tuesday, September 19, 2006

Aves de paso

Estaba en la azotea lavando unas zapatillas cuando un chillido muy agudo hizo que levantara la cabeza y lo viera. No sé mucho de pájaros a pesar de creer -como los romanos- que siempre simbolizan algo. "Hola lorito", le dije. Quizás era un perico. Pero me respondió. Se mostró muy amigable, sin duda era domesticado y se había escapado sin querer de su jaula y salido a la inseguridad del mundo. Estaba un poco despeinado, perdido, asustado. Me chillaba cada vez que no le prestaba atención. Le pregunté qué quería, me miró y se acercó. Se paró en el lavatorio en el que estaba, creo que quería que le tendiera la mano, subir, conseguir un amo.
Hay veces que las aves son así. De pronto se detienen a tu costado. Recuerdo el almuerzo aquel en que les anuncié a mis padres que desde esa noche ya no dormiría en su casa. Estando en la sobremesa, de pronto se escuchó un fuerte aleteo, volteamos a ver y en el balcón de la sala se había posado un águila -ya he dicho que no sé mucho de aves, pero sin duda, era un ave de rapiña-, era un ave grande, como del tamaño de un gato. Se quedó ahí un rato. Me levanté de inmediato y caminé hacia el balcón. Me lo quedé mirando, el ave hizo lo propio, lanzó un graznido y se echó a volar. Mi padre leyó una advertencia: había peligro para su polluelo. Yo interpreté otra cosa: La libertad viene a darme la bienvenida.
"Tú no necesitas un amo -le dije- solo tienes sed y hambre". Me alejé un poco y dejé el caño un poco abierto para que pudiera beber. Lo hizo. Luego recordé el maíz para canchita que nunca falta en mi cocina y bajé a traérselo. Mientras me dirigía hacia la escalera, el lorito empezó a seguirme. "Espérame aquí", le dije. Bajé rápido y subí con el maíz. Lo mordí un poco para que pueda comer, y lo puse sobre unos ladrillos. El lorito comió un poco, casi nada, volvió a chillar y se fue volando.