Tuesday, March 13, 2007

Y claro, se convirtió en Aralacaca o en Macondo

"Esto ya no es Aracataca, esto es Macondo, le vamos a cambiar de nombre porque todo lo que cuenta en la novela sucedió aquí". El viejo encargado de la casa donde Gabriel García Márquez vivió su niñez me hablaba mientras nos alejábamos de la parte más antigua -y aun habitada- del pueblo, de casitas de madera alineadas en fila como cuenta el escritor, con todas las puertas abiertas, con hamacas colgando de los árboles de almendros sembrados para que den sombra y permitan dormir una siesta más o menos soportable en medio de esa humedad, de ese verde, de ese olor a tierra recién levantada por la lluvia. Porque calor hace y es infernal: Más de 40 grados durante las noches y de día para qué te cuento si no me vas a creer. En la costa caribeña de Colombia, bastan diez pasos para que tu piel empiece a derretirse. En el hotelucho que encontré en Santa Marta me bañaba a cada momento, allí me dijeron que ir hacia Aracataca era internarse un zona roja pero si quieres ir, pues anda, man. Tomé una combi sin innecesarias lunas y con un estómago que empezaba a avisarme que algo no andaba bien en el agua con que trataba de rehidratarme. Luego de dos horas me avisaron que si quería ir a Aracataca debía bajarme en ese sitio de la carretera, que el pueblo estaba hacia la derecha. Y de nuevo, que tenga cuidado, man.
Y es que era 1997, con dos bandos en conflicto como cuando transcurrieron los hechos narrados en Soledad", solo que entonces eran los Conservadores contra los Liberales los que siguieron peleando hasta mediados del siglo pasado en que cansados de tanta masacre se ponen de acuerdo en alternarse la presidencia (y las coimas y los contratos) pero olvidándose de la aparición del comunismo y de las izquierdas que hacia los setenta empiezan a reclamar su parte del poder (de las coimas y de los contratos).
En 1997, pues, cuando quería ir a Aracataca, los izquierdistas o estaban enfrentados con el Gobierno o estaban en uno de sus continuos alto al fuego, man. Y claro, a Cartagena no la tocaban (allí se lavaba el dinero) y a Santa Marta no la tocaban, man, pero saliendo de las ciudades, ya era otra cosa, man.
Y bueno, la refrescante combi sin lunas que nos llevaba a mí y a mi retorcido estómago llegó al lugar de donde se caminaba hacia Aracataca. Baje y lo primero que hice fue preguntar en el kiosko-restaurante de carretera por un baño y no por la casa de GGM. Me señalaron una pequeña choza hecha de cañas a unos cinco metros de ahí. Lo primero que hice en Aracataca fue, pues, cagar en forma líquida y pensando en como se parecían Aracataca con Aralacaca. Ya aliviado, cogí el camino hacia el pueblo y allí unos escolares me dijeron como llegar a la casa en que un viejo encargado me dejaría pasear por la sencilla vivienda con pocos objetos de la familia, entre ellos el telégrafo, el famoso telégrafo cargado a través de la selva según se contaba en la novela aquella.